Joseph Robinette Biden Jr., demócrata de 77 años, será el próximo presidente de los Estados Unidos al vencer en unas ajustadísimas elecciones al controvertido Donald Trump, quien denuncia fraude y que le robaron la elección. Así lo confirmaron hace instantes CNN y NBC.
Joe Biden, con una experiencia política de 47 años como senador y vice de Barack Obama, será el presidente número 46, aunque el magnate neoyorquino se niega a aceptar los resultados y ha lanzado una batalla legal para evitarlo.
Las cadenas de televisión finalmente anunciaron lo que todo el país estaba esperando desde el martes, el día de los comicios, en un dramático final que dejó a los estadounidenses desvelados y pegados a las pantallas varios días.
Después de un conteo que se extendió inusualmente por un aluvión de más de 100 millones de votos por correo, se anunció que los disputados estados de Georgia y de Pennsylvania se volcaron finalmente a favor de Biden, cuando al principio estaban a favor de Trump. Así, el ex vicepresidente lograba alcanzar los 270 votos electorales mínimos necesarios para llegar a la presidencia y borrar las aspiraciones del republicano, que aspiraba a un segundo período en el poder.
Si bien todavía quedaban algunos estados por definir -allí estaban aún contando manualmente voto a voto- la ventaja a favor de Biden ya era irreversible. El vuelco final hacia el demócrata en esos estados fue gracias al voto por correo -provenientes de distritos muy urbanos y con gente muy temerosa al coronavirus- que se registró luego del voto presencial y que fue masivamente a favor de Biden.
Trump se convertirá así en uno de los pocos presidentes de los Estados Unidos que no logra la reelección. Los más recientes fueron Jimmy Carter y George Bush padre.
Biden llega ungido por una cifra récord de más de 72 millones de votos y llegará a la Casa Blanca con la misión urgente de cerrar la grieta de un país más dividido que nunca y enfrentar el drama del coronavirus, que rebrota en estas semanas en Estados Unidos y que ya lleva 233.000 muertos aún antes del invierno.
El presidente Trump viene denunciado fraude –sin mencionar hechos específicos- y dijo que “si cuentan los votos legales, yo gano fácilmente, y si cuentan los votos ilegales, van a tratar de robarnos la elección” y prometió “mucho litigio” en la Justicia.
La campaña republicana lanzó una ofensiva legal en Wisconsin, Michigan, Pennsylvania y Georgia para recontar votos y para detener el escrutinio porque alegaba “irregularidades” y que no se permitía a sus delegados acercarse a supervisar el conteo. Algunas demandas fueron rechazadas por la Justicia.
No está claro por ahora qué hará con el resto de esos recursos ya que hasta último momento había pedido que frenaran el conteo y que iría incluso a la Corte Suprema porque su liderazgo en algunos estados “había desaparecido milagrosamente”.
Por su temperamento, es poco probable que conceda la victoria a su rival. Habrá que ver hasta cuándo extiende la pelea judicial porque asoma infructuosa: por más que le den la razón en algún estado, Biden tenía varias opciones de ganar porque se imponía en varios.
Biden, por el contrario, llamaba a seguir escrutando voto a voto hasta el final y pedía calma y paciencia a la población, aunque mostraba confianza de que, al final, el escrutinio daría ganadora a la fórmula Biden-Harris. Y así fue.
Estas elecciones se habían planteado casi como un referéndum sobre el presidente, un magnate inmobiliario de Nueva York que sorprendió con su triunfo en 2016, cuando ganó por un puñado de votos en estados del “rust belt”, el cinturón oxidado y desindustrializado del país, sobre Hillary Clinton.
Trump impuso un estilo inédito de gestión, con insultos a sus adversarios, peleas con la prensa, denuncias de corrupción, una Casa Blanca caótica –según describieron varios de sus ex funcionarios- y un liderazgo enfocado en el lema de “America first” (Estados Unidos primero), con políticas que rompían la tradición del partido republicano sobre comercio, multilateralismo, inmigración y medioambiente.
Con ese bagaje encima, más una controvertida gestión de la pandemia, Trump igualmente ha cosechado más de 69 millones de votos –cuatro millones más que en 2016- y tuvo claras victorias en distritos clave como Florida y Ohio. Esto muestra que el “trumpismo” es un movimiento que aún tiene fuerte arraigo en el país.
Biden, que fue senador, vicepresidente y político por más de 47 años, buscó erigirse como la contracara del voluptuoso Trump. Se presentó como un hombre calmo y moderado, con raíces de clase media de una pequeña ciudad de Pennsylvania, que encararía un modelo de país previsible, inserto en el mundo y sin los sobresaltos que reinaron en estos últimos cuatro años. Si bien Trump logró muchos votos al calificar a Biden como un “socialista radical” y ligarlo a modelos como el de los Castro en Cuba y el de Nicolás Maduro en Venezuela, el demócrata está lejos de posiciones extremas y autoritarias y es un favorito de Wall Street.
Biden llega a la presidencia gracias a una histórica participación que alcanzaba un 66%, que superó incluso a la del 2008 cuando ganó Obama. Hubo 100 millones de votos de ciudadanos que votaron anticipadamente, la gran mayoría por correo, por temor a contagiarse de coronavirus o posibles disturbios en los centros de votación.
Los demócratas lograron superar los votos de 2016 y así lograron incorporar a mucha gente que se había quedado en sus casas en aquella elección que terminaron perdiendo. Jóvenes y afroamericanos fueron clave en la alta participación de este año, aunque este último grupo no estuvo monolíticamente alineado con Biden.
Trump es un hombre que no le gusta perder a nada y no parece dispuesto a abandonar la Casa Blanca. Seguramente peleará hasta que pueda agotar los recursos judiciales o que sus asesores legales lo convenzan de que ya tiene que tirar la toalla. La transición, cuando al fin comience, amenaza con ser un campo de batalla.