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Crecen las protestas contra el golpe de Estado en Birmania tras la represión del Ejército

En la mayor huelga general desde la revolución de 1988, millones de personas paralizan el país tras abatir los militares a dos manifestantes y herir a varias decenas en Mandalay.

Multitudes en Rangún, Mandalay, Naypyidaw, el lago Inle y, prácticamente, por toda Myanmar, nombre oficial de la antigua Birmania. Un río humano inunda este bello país del Sudeste Asiático para luchar por su joven democracia, amenazada por el golpe de Estado que el Ejército dio el 1 de febrero contra el Gobierno de la Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi.

Tras la represión del fin de semana, que se cobró al menos dos vidas y decenas de heridos, millones de personas han tomado las principales ciudades birmanas para sumarse a una nueva jornada de huelga general. Llamada la «Revolución de los Cinco Doses» por celebrarse este 22 de febrero, recuerda por su carácter masivo al Levantamiento de los «Cuatro Ochos» del 8 de agosto de 1988 contra la dictadura militar de aquel entonces, que acabó en un baño de sangre un mes después.

Pero ni siquiera tan trágico recuerdo ha amilanado a los manifestantes, quienes siguen desafiando a los soldados comandados por el general Min Aung Hlaing, el nuevo «hombre fuerte» del país. Según informa el periódico ‘The Irrawaddy’, la huelga general ha sido convocada por 25 organizaciones de todo tipo, desde partidos políticos hasta sindicatos estudiantiles y agrarios pasando por grupos religiosos, profesionales y de intelectuales, y es ya la mayor movilización desde el golpe. «Las protestas de hoy son mucho mayores que las de antes, con más carreteras y autopistas cortadas y tiendas cerradas por todos sitios. Hoy es más una huelga general en el sentido de que nadie ha ido a trabajar. Además de las tiendas, han cerrado las empresas estatales, los departamentos de Hacienda, los ingenieros, los médicos…», explica a la BBC Thompson Chau, periodista del medio local Frontier.

Tal y como muestran las redes sociales en internet, que han estado cortadas durante la noche y parte de la mañana, la muchedumbre se ha echado a las calles pese a la represión que el Ejército llevó a cabo durante el fin de semana. El sábado, al menos dos personas murieron tiroteadas por los antidisturbios en Mandalay, la segunda ciudad del país, durante un paro en unos astilleros.

A tenor del Relator Especial de la ONU para Birmania, Tom Andrews, en el aplastamiento de esa protesta participó la infame División 33 de Infantería Ligera, más conocida por sus masacres en 2017 contra los musulmanes de la etnia rohinyá en el estado de Rajáin. Así se ve en algunas fotos de los soldados difundidas por las redes sociales, donde se distingue el emblema ’33’ en sus uniformes de camuflaje. «Estoy horrorizado con la pérdida de más vidas, incluida la de un adolescente, mientras la Junta militar aumenta su brutalidad en Birmania.

Desde cañones de agua hasta pelotas de goma y gases lacrimógenos y ahora tropas disparando a manifestantes pacíficos. ¡Esta locura debe acabar!», escribió Andrews en su Twitter. Además, mostró su preocupación por un aviso público de las autoridades, quienes advirtieron de que «los manifestantes están incitando a la gente a un camino de confrontación donde sufrirán la pérdida de más vidas». A su vez, Andrews recordó al Ejército birmano que, al contrario que en 1988, «las acciones de las fuerzas de seguridad están siendo grabadas y se os pedirán responsabilidades».

En un mundo globalizado a pesar de la pandemia del coronavirus, internet y la información al instante son las grandes diferencias con aquella revolución, que derrocó al dictador Ne Win, en el poder desde 1962, pero fue revelado por otra Junta de generales que aplastó a la oposición demócrata y encerró a su líder, Aung San Suu Kyi, bajo arresto domiciliario. Así se pasó 15 de los siguientes 20 años, hasta que fue liberada en 2010 y comenzó una tímida transición democrática que se confirmó en 2015 con las primeras elecciones libres. Tras ganar en noviembre las segundas por abrumadora mayoría, el Ejército ha vuelto a alzarse contra ella.

En esta ocasión, los militares saben que, si fracasa su golpe, serán castigados duramente y se quedarán sin el poder político y económico que habían conservado tras la llegada de la democracia. Para corregir la Constitución que el Ejército promulgó a su medida y aprobó en un «pucherazo» en 2008, los manifestantes piden su abolición y el establecimiento de un nuevo gobierno federal que firme la paz con las numerosas guerrillas étnicas que controlan amplias regiones de Birmania, que se han vuelto a rebelar contra los militares.

Menos a China, que definió al golpe como una «importante remodelación del Gobierno», el general Min Aung Hlaing tiene en contra a buena parte de la comunidad internacional, liderada por Occidente. La cuestión ahora está en saber hasta dónde son capaces de llegar unos y otros.

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