El 2 de abril de 1982, el Hospital Regional tuvo su bautismo de guerra cuando recibió en la guardia al teniente de corbeta Diego García Quiroga. Historia de un día que muchos recuerdan para siempre y que marcó el inicio de la guerra en el elefante blanco: tiempos de tristeza, dolor y mucha contención a los jóvenes soldados.
“No es algo que me enorgullezca, porque fue muy triste todo. Para nosotros fue un paciente más, una cosa fortuita. Estaba yo, me tocó operar a mí, pero podría haber operado cualquier cirujano de la planta. Nos tocó vivir una época desgraciada del país, esperemos que nunca más nos vuelva a ocurrir”.
El hombre que habla es Jorge Waigner, médico cirujano de Comodoro Rivadavia que en 1982, era el jefe del servicio en el Hospital Regional. El nosocomio tuvo un papel fundamental en la Guerra de Malvinas, fue el hospital de guerra donde llegaron los heridos, a partir del 2 de abril, cuando fue atendido de urgencia el teniente de corbeta Diego García Quiroga.
¿UNA BUENA MAÑANA PARA MORIR?
Diego García Quiroga participó de la Operación Rosario, que recuperó momentáneamente la soberanía de las Islas Malvinas en la mañana del 2 de abril. Junto a un grupo de comandos anfibios y buzos tácticos, liderados por el capitán Giachino, el primer caído en combate, tomaron la casa del gobernador Rex Hunt, en lo que fue el primer capítulo de una guerra absurda.
García Quiroga recibió tres disparos de diferentes armas. Uno le atravesó el codo, otro el torso y el tercero se incrustó en un cortaplumas suizo que colgaba de su cinturón, a la altura de la ingle, tal como describió hace unos años en un artículo publicado en la Gaceta de Tucumán, provincia de donde era originario. “Recibí tres disparos, provenientes de armas diferentes. Uno me atravesó el codo, otro el torso y el tercero se incrustó en el cortaplumas suizo que colgaba de mi cinturón, a la altura de la ingle”, relató.
“Quedé aturdido, pero consciente. Caído a unos dos metros detrás de Giachino, sentía un dolor muy intenso en el brazo derecho con el que ya no podía empuñar mi arma y tenía la sensación de vivir la situación desde la distancia y en cámara lenta. Entre los gritos y los disparos, escuché las expresiones de frustración del cabo Urbina, que había sido herido mientras trataba de acercarse para cumplir su misión de enfermero. También recuerdo el ruido de un helicóptero al que no pude ver, y la excitación que se disipaba transformándose en quietud y en calma. El sol se elevaba y pensé que era una buena mañana para morir; al lado de amigos y acostado en el pasto. De pronto vi frente a mí la cara de un Royal Marine y me imaginé que venía a terminar el trabajo. Desapareció enseguida de mi campo visual, pero yo sentía sus manos en mi correaje sin poder saber qué estaba haciendo. Más tarde me enteraría de que me estaba inyectando morfina y de que luego de eso había untado sus dedos con mi sangre para pintarme una “M” en la frente, advirtiendo así que había recibido una dosis, ya que una repetición inmediata podía ser letal”.
DE LA ISLA AL CONTINENTE
García Quiroga fue trasladado de urgencia al buque hospital, rompehielos A.R.A. Irizar. y desde allí a Comodoro Rivadavia. Mientras aterrizaba en el aeropuerto, en el Hospital Regional ya se preparaban para su llegada.
“Ya los estábamos esperando. Nos avisaron que había un herido y estábamos medio ansiosos por toda esa situación que pasaba en ese momento, así que ya sabíamos que llegaba”, cuenta Waigner.
El médico clínico Néstor Gil quien esa mañana estaba de guardia recibió al herido. Eran las 11 de la mañana y le “tocó abrir la puerta del helicóptero”, según contó en una entrevista que en 2002 mantuvo con el periodista Rodrigo Gómez, que integra el equipo de ADNSUR. “Lo recibí, me tocó abrir la puerta del helicóptero y me lo traían la camilla”, dijo.
De inmediato García Quiroga fue trasladado al quirófano. Quedó en manos de Waigner, que por entonces tenía 36 años, y Aldo Babiszenko, otro cirujano que secundó la intervención. Waigner lo recuerda como si fuese hoy.
“Tuvimos que intervenir inmediatamente, tenía una herida de bala que entraba en el hipocondrio derecho, tenía un abdomen quirúrgico, tenía una hemorragia interna, un hemoperitoneo, una lesión de hígado y fractura de costillas. La bala prácticamente lo atravesó, fue muy tangencial, por eso prácticamente le salvó la vida porque tuvo una hemorragia pero no de gran volumen”.
Waigner asegura que no fue una intervención de gravedad, y García Quiroga evolucionó bien de salud.
Durante su internación entre control y control, terminaron tejiendo un vínculo. La relación se extendió hasta hace unos años y cada fin de año el herido le enviaba tarjetas de Navidad.
EL DOLOR DE MALVINAS
Waigner, entre bronca y tristeza, hoy recuerda el relato que le contó García Quiroga sobre el enfrentamiento ese 2 de abril, pero también lo que significó Malvinas en su carrera médica.
“La experiencia fue bastante amarga. Al principio comenzaron a llegar soldados con lesiones mínimas, pero después empezaron a llegar soldados con distintos tipo de heridas. La táctica de los ingleses era bombardear constantemente y cada vez llegaban soldados más graves, con graves problemas de alimentación porque estaban en una trinchera húmeda y se produjo el pie de trinchera, que es el congelamiento, la falta de irrigación al pie y la gangrena, que es la muerte del pie. Hemos tenido muchos soldados con pie de trinchera, hubo algunos que hubo que amputar, y otros se terminaron amputando en Buenos Aires, en el hospital militar de la Nación, y la alimentación fue realmente desastrosa, recuerdo uno que perdió 25 kilos, era puro esqueleto”.
Wainger no puede ocultar en la mirada el dolor que le provoca recordar Malvinas y asegura que “se vivián momentos muy tristes”.
“Eran chicos de 18 años los que vinieron y los extrapolaron de su lugar. Había un regimiento de Misiones, que los sacaron de 40° grados y los trajeron a 10° bajo cero. No estaban acostumbrados y contaban cosas muy desgraciadas con respecto a la alimentación y el trato que habían recibido. Esto deja una experiencia muy amarga, la guerra te trastoca en todos los sentidos, nosotros que estamos preparados para salvar vida nos alegramos porque morían soldados ingleses”, reflexiona a la distancia.
Waigner nació en Buenos Aires y llegó a Comodoro Rivadavia en 1973. Fue médico de planta durante 38 años, (el que más estuvo en el nosocomio) y desde 1981 fue jefe del servicio de cirugía del Regional, que se convirtió en un hospital de guerra durante el conflicto de Malvinas. Eran días en que se trabajan 12 horas corridas sin franco, con más de 300 camas de internación, y de mucha contención, ya que médicos, enfermeras y demás personal del nosocomio dieron cobijo a esos jóvenes que con 18 años fueron a recuperar las islas.
Fuente: Adnsur