La reserva de pingüinos de Punta Tombo abrirá al público a partir de mañana, informó hoy la subsecretaria de Turismo de la provincia de Chubut, María José Pögler, quien destacó la llegada de «los primeros ejemplares sanos y fuertes».
Ya comenzaron a arribar los pingüinos de Magallanes cuenta con un Centro de Interpretación que invita a formar parte de un recorrido desde el fondo del mar hasta la superficie y su convivencia con la fauna actual.
Los ejemplares comenzaron a llegar «por mangas» para dar inicio en breve a la etapa de apareamiento, incubación y adiestramiento de las nuevas generaciones.
La reserva tiene una superficie de 210 hectáreas que llega a ser la más poblada del continente con más de un millón de pingüinos cuando la familia se completa.
Los pingüinos «Spheniscus magellanicus», tal su nombre científico, son muy amigables y permiten que se les tomen fotografías, filmen o contemplen desde muy cerca.
De hecho, ese espacio geográfico cuenta con un sendero de 3 km con diferentes miradores para observar, fotografiar y disfrutar del paisaje frente al mar y en medio de los nidos.
Al atractivo central de los pingüinos se suma la coexistencia con una variada fauna de aves marinas, como los cormoranes, gaviotas cocineras, gaviotas australes, gaviotines, skuas y ostreros.
También merodean la reserva otras aves propias de la estepa patagónica, como choiques, martinetas, chingolos y calandrias, y completan el cuadro de la activa colonia ecológica los mamíferos de la zona como guanacos, maras, zorros, piches y peludos y otros carroñeros atraídos por los huevos.
Los primeros ejemplares en llegar son los pingüinos machos que comienzan de inmediato a reacondicionar sus nidos, y luego inician su «desembarco» las hembras que en pocas semanas comenzarán a poner dos huevos y tras 40 días de incubación compartida con el macho, vigilarán el nacimiento los pichones.
Tanto las hembras como los machos preservan el nido y alimentan a las crías con anchoítas y calamar.
Estos pichones nacen cubiertos de un plumón gris oscuro que en febrero lo mudan por un plumaje juvenil que les permitirá realizar sus primeras incursiones en el mar para buscar su propio alimento a la espera de adquirir el plumaje adulto que obtendrán -si sobreviven a las duras condiciones- recién el año que viene.