Dibu Martínez continúa paladeando las mieles de la Copa del Mundo que Argentina alzó en diciembre en Qatar. Su enorme actuación en el máximo certamen a nivel selecciones lo posicionó al como el mejor arquero en la gala de los premios The Best. Sin embargo, el proceso no estuvo exento de sufrimiento, tal como el propio guardameta del Aston Villa, de 30 años, relató en una entrevista con FIFA+.
El portero surgido en Independiente, también campeón de la Copa América y la Finalissima con el buzo de la Albiceleste, profundizó en el duelo ante Países Bajos, por los cuartos de final. En el mismo, el conjunto dirigido por Lionel Scaloni fue superior y sacó dos goles de ventaja, pero padeció el ingreso de Wout Weghorst y su juego aéreo, al punto que gritó las dos conquistas que llevaron al encuentro al alargue y la definición desde los 12 pasos.
Ese tramo del complemento en el que los Naranjas, dirigidos por el polémico Louis Van Gaal, alcanzaron la paridad fue definido por Dibu como “los peores 30 minutos de mi vida profesional”. “El tiempo extra no lo disfruté. Decía ‘no puede ser lo que está pasando’, pero terminó el partido y es mi área, es mi lugar, esos penales la verdad los disfruté”, se extendió.
“Yo no sentía ni confianza ni presión, yo sentía que era el momento de ayudar a mis compañeros, no era el momento de decir ‘acá me hago grande, soy yo’; no. Yo decía ‘llegó el momento de ayudar a mi país’. No lo tomé como presión, sino como un deber, ‘acá uno o dos tengo que atajar’. Y se me dio”, concluyó.
Esa frase, el “uno o dos penales tengo que atajar” la repitieron todos sus compañeros, empezando por Lionel Messi, cuando desgranaron el camino a la Gloria en Qatar. Sucedió ante Países Bajos, cuando con sus juegos psicológicos contuvo los remates de Virgil van Dijk y Steven Berghuis.
Y ante Francia repitió la faena, con la atajada frente a Kingsley Coman y el “susto” a Tchouameni, quien terminó desviando su intento. Tamaña influencia culminó en la tercera estrella para Argentina y en el guante de oro al mejor portero del Mundial, que hoy reposa en sus vitrinas. Y también en el premio The Best. Todas pruebas de que esos 30 minutos de padecimiento valieron la pena.