Tres cuartas partes del territorio argentino son áreas subhúmedas, semiáridas y áridas, contra el 25% restante, que abarca principalmente la Mesopotamia y la Pampa Húmeda y permite cultivos sin necesidad de riego sistemático, precisa un estudio publicado en 2021 por Gustavo Necco Carlomagno y José Luis Aiello, respectivamente Licenciado en Ciencias Meteorológicas y Doctor en Ciencias de la Atmósfera, dos de las máximas autoridades del país en cuestiones climáticas.
Necco y Aiello recuerdan que Estanislao Zeballos, una de las personalidades de la “Generación del 80″ y tres veces canciller argentino, advertía ya en 1876 que “a pesar de sus arroyos, lagunas y ríos, esta Provincia (por Buenos Aires) sufre sequías espantosas” y sugería transformar “ciertos accidentes del terreno” para “utilizar aguas que hoy se pierden estérilmente”. Y que en 1884 el naturalista ítalo-argentino Florentino Ameghino, insistía, en una obra titulada “Las secas e inundaciones en la Provincia de Buenos Aires”, que se necesitaban “obras de retención y no de desagüe”.
El naturalista ítalo-argentino Florentino Ameghino, que advertía sobre la necesidad de «obras de retención» de la humedad
Un estudio del Banco Mundial sobre el impacto de las crisis climáticas en la pobreza y la macroeconomía calculó a su vez que entre inundaciones y sequías la Argentina pierde, en promedio, unos USD 1.000 millones anuales “que podrían aumentar el 125% debido al cambio climático”. Y recientemente Ricardo Arriazu, uno de los economistas más respetados del país, señaló que en promedio cada 10 años la Argentina enfrenta sequías severas.
¿Imprevisible?
Sin embargo, el impacto económico de las adversidades climáticas sigue siendo tomado como algo absolutamente extraordinario, imprevisible, fatalmente inevitable.
El agro argentino representó en la década pasada 8,7% del PBI y 60% de las exportaciones, proporción que en la campaña 2022 superó los dos tercios, magnificando el efecto de las sequías que, de hecho, se volvieron más frecuentes: los últimos 3 grandes eventos adversos (campañas 2008/09, 2017/18 y 2022/23) ocurrieron en un lapso de 14 años. El impacto económico, además, no depende solo de la intensidad y alcance geográfico de la sequía, sino también de las medidas de mitigación, condiciones a la hora de la cosecha, la situación macroeconómica y los precios mundiales vigentes en cada momento.
Por caso, al comparar las sequías de 2008/09 y de 2022/23, Arriazu precisó que en la primera se perdieron 36,5 millones de toneladas, al tiempo que ocurría una crisis económica mundial, con lo que los precios de exportación cayeron 10%, encogiendo en unos USD 15.000 millones el valor de la cosecha.
Pero la economía venía de crecer al 7% anual y las reservas netas del BCRA superaban los USD 40.000 millones. Además, ante la merma de recursos fiscales, el gobierno reestatizó las AFJP y aumentó los gastos de modo supuestamente “compensado” con el truco de registrar los aportes al sistema previsional como ingresos corrientes. Necco y Aiello precisan además que aquella vez la pérdida de la producción agrícola representó más del 40% de la caída del PBI en 2009 y casi el 80% de la recesión.
¿Cómo se comparan, a su vez, los impactos económicos de las sequías de 2017/18 y la de 2022/23?El cuadro elaborado por técnicos de la Bolsa de Comercio de Rosario precisa volúmenes, precios y «Valor Bruto de Producción» de 3 cultivos clave en los momentos de implantación y cosecha durante las dos últimas sequías
A pedido de Infobae, técnicos de la Bolsa de Comercio de Rosario precisaron los volúmenes de producción, precios y Valor Bruto de Producción de los tres principales cultivos agrícolas (Soja, Maíz y Trigo) “a las siembras” y “a cosecha” esas respectivas campañas, lo que permite apreciar que la merma productiva fue en 2017/18 de casi 25% (de 111,9 a 84,5 millones de toneladas), mientras en el ciclo actual fue de casi 46% (de 122 a 66,5 millones de toneladas) para los cultivos considerados.
Los precios, variable clave
Pero hay otras diferencias: hace cinco años la sequía en sí fue menos severa, pero hubo incendios en la zona pampeana y una serie de tormentas y anegamientos afectó la cosecha y -más importante- el precio FOB de exportación de los respectivos cultivos era muy inferior. Por caso, menos de la mitad (USD 176 vs 388) en el caso del trigo al momento de cosecha, 36% menos en el del maíz (USD 186 vs 287 la tonelada FOB) y 23% menos en el de la soja (USD 422 vs 549). De resultas, el Valor Bruto de Producción, proxy del movimiento económico en torno de esos cultivos, estuvo en 2018 más de USD 3.500 millones por debajo del registrado en la presente campaña para los tres cultivos.
Cualquier estimación o proyección, sin embargo, está sujeta a la evolución del mercado internacional, que en la segunda mitad de abril registró bajas de los precios de la soja, el maíz y el trigo.
El estudio de Necco y Aiello precisa que aquella sequía y la conmoción financiera y depreciación del peso a partir de abril de 2018 produjo una caída del PBI del 2,5%. “La recesión económica comenzó en el segundo trimestre, cuando la producción agrícola cayó un 32% anual debido a la grave sequía y, del lado de la demanda, las exportaciones se contrajeron más del 8% (también anual)”, escribieron los autores.La evolución de las exportaciones de los complejos cerealero y oleaginoso, en las últimas doce campañas
La influencia de los precios mundiales se refleja también en el gráfico de arriba, de un estudio previo de la BCR, que muestra el valor en dólares de las exportaciones de los complejos cerealeros y oleaginosos, que pasó de USD 24.600 millones a USD 22.400 millones entre las campañas de 2016/17 y 2017/18, una contracción del 9%, porcentualmente menor al 33% proyectado para la actual (USD 26.300 millones) respecto de 2021/22. Sucede que la caída se produce desde un récord de USD 39.200 millones, gracias al fortísimo aumento que tuvieron los precios agrícolas internacionales entre febrero y junio de 2022, etapa inicial de la invasión rusa y la guerra en Ucrania, que incluyó el momento de oro de cosecha, procesamiento y exportaciones del campo y la agroindustria argentinas.
Un bienio extraordinario
Tomando todo el complejo agroexportador, el economista Esteban Domecq, de la consultora Invecq, notó que la más reciente sequía cortó el viento de cola del bienio previo, en que el complejo liquidó USD 32.800 millones en 2021 y 40.400 millones en 2022, contra un promedio de USD 23.300 millones de los últimos 20 años, un salto del 73 por ciento. La caída duele tanto por la altura previa, un momento excepcionalmente favorable. “Nunca el BCRA vio entrar tantos dólares como en esos años. No fue suficiente”, destacó Domecq, en un análisis sobre cómo exportaciones y reservas afectan las expectativas sobre el dólar y la situación macroeconómica.El impacto de la última sequía sobre el valor de las exportaciones es particularmente notable, por el valor de las dos campañas previas
Otro impacto directo es la recaudación fiscal en concepto de retenciones. Allí también sirve de guía otro estudio de la Bolsa rosarina. Entre 2016/17 y 2017/18 las retenciones (cuyas alícuotas eran más bajas, en virtud de decisiones de política económica) los derechos de exportación del sector agroindustrial mermaron un 25%, de USD 4.400 millones a 3.300 millones de dólares, en tanto la caída ahora es de un récord cercano a USD 9.000 millones a una estimación de cerca de USD 6.200 millones.
Riesgo, pérdidas y riego
El secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca, Juan José Bahillo, estimó recientemente un daño económico atribuible a la sequía de USD 17.000 millones en divisas y del equivalente a USD 3.000 millones en pérdida de actividad en materia de fletes. Bahillo resumió así el daño: USD 20.000 millones menos, una pérdida de recaudación cercana al billón (millón de millones) de pesos y de 1% del PBI, superior a la pérdida de 0,8% del PBI que en una “estimación conservadora” del efecto de la anterior sequía calculó en 2018 un estudio de la Asociación de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (ACREA) y el Ministerio de Agricultura.
“Necesitamos políticas de riego para pasar de 800.000 a 1,5 millón de hectáreas irrigadas”, señaló, además de apuntar que el riego “gravitacional” permitiría aumentar de USD 10.000 a 20.000 millones las exportaciones anuales de las economías regionales y llegar a un total de exportaciones agroalimentarias de cerca de USD 81.000 millones, casi igual al récord de USD 88.000 millones que por todo concepto exportó el año pasado la economía argentina.La evolución de la recaudación por retenciones, una variable muy influenciada por el volumen de la cosecha, el saldo exportable y los precios internacionales
En cualquier caso, la Argentina deberá estar cada vez más alerta a los efectos climáticos sobre la agroindustria y sobre la economía en general. Otro estudio del Banco Mundial, de noviembre de 2022, advirtió que si el país no toma acciones para reducir las emisiones del sector agropecuario, el 4% de sus exportaciones podría verse afectado por las regulaciones climáticas de otros países, que las inundaciones podrían provocar pérdidas anuales de USD 1.400 millones y que hacia 2050 las pérdidas por sequías podrían hacerle perder al país nada menos que 4% del PBI, un efecto cuatro veces mayor al costo atribuido a la más reciente sequía.
El jueves pasado, en medio de una semana agitada por las salvajes oscilaciones del dólar, el Gobierno presentó el » Plan Integral Argentina Irrigada”, que apunta a incorporar 1,9 millones de hectáreas de “riesgo tecnificado” mediante una inversión de USD 2.066,7 a través “95 Proyectos de infraestructura hídrica en 20 provincias”. Como siempre, al final contarán las obras y los resultados.
A casi 150 años de las advertencias de Zeballos y Ameghino y más de 120 de los estudios del agrimensor italiano Cesare Cipolletti sobre los ríos Limay, Neuquén y Negro y las primeras obras que llevaron riego y prodigalidad frutihortícola a la región del Comahue, sería deseable que la Argentina se prepare para lidiar con las adversidades de la naturaleza en vez de considerarlas una plaga bíblica.