La Argentina tiene al maíz como el mayor cultivo productor de granos y el más utilizado para generar forraje conservado a través del silaje. Existen tres formas principales que permitirían aumentar mucho más su producción: elevar el rendimiento por hectárea, aumentar la superficie de siembra-cosecha, y la interacción de ambas. La expansión del área sembrada se puede dar en dos direcciones. Una es hacia el norte, donde la única posibilidad es a través del desmonte, lo que genera daños ambientales difíciles de remediar.
Cualquiera que desee información del área agrícola argentina se encuentra con mapas generados por las más diversas instituciones, públicas y privadas, que abarcan las provincias del NOA, NEA, centrales y finalizan en el sur, con las provincias de Buenos Aires y La Pampa. Pero ¿qué sucede hacia el sur, en la ignorada Patagonia?
Por definición política, la Patagonia está compuesta por las provincias al sur del río Colorado, considerado, además, como barrera sanitaria para la aftosa. Desde el punto de vista agropecuario, se podrían agregar el sur de La Pampa y el centro-sur de Mendoza. La región está recorrida de oeste a este por tres ríos principales que poseen características diferenciales: además del Colorado, el río Negro y el río Chubut, y sus principales afluentes, y se puede incluir en el norte al sistema del río Atuel. Esta macrorregión comparte características climáticas particulares que permiten alcanzar rendimientos muy superiores a los de las mejores regiones maiceras del país.
La amplia duración del día durante el ciclo del cultivo y su alta heliofanía proveen suficiente energía para obtener rendimientos al nivel de los mejores del mundo. El riego es un factor fundamental, ya que hace posible el cultivo y lo independiza de las precipitaciones, casi inexistentes allí. El caudal de los ríos varía año tras año, todos dependen de las nevadas en los Andes, y se destaca el río Negro. También la calidad es variable, pero sigue siendo el río Negro el que tiene los mayores valores. La sumatoria de estas áreas alcanza un potencial para regar algo más de un millón de hectáreas, frente a las 300.000 actuales. Como objetivo primario, se debe tender al aprovechamiento del máximo caudal posible sin comprometer el ecosistema.
Adaptación
El maíz es un cultivo muy plástico, se adapta a diversos climas con ciclos variables. Nuestros híbridos tienen elevado potencial, pero los rindes no están a la altura de países que emplean mayor cantidad de insumos, principalmente, riego y fertilizantes. Razones hay varias: la variabilidad en la distribución de las lluvias, ya que el grueso del cultivo se produce en secano; el costo de insumos, y, ahora, nuevas plagas.
Para la producción de carne en la Patagonia, el gran desafío es la reducción de costos, que podría lograrse generando “in situ” granos y forraje de calidad, y así reemplazar el flete proveniente del norte. Los rindes en la región alcanzan valores insospechados, y es frecuente obtener 20 toneladas de granos por hectárea y 120 toneladas de forraje de planta completa. Esto permitiría una gran expansión de la ganadera, tanto para el abastecimiento interno como para la exportación.
La principal limitante del cultivo es la necesidad de contar con ciclos adecuados a cada latitud, ya que la producción de forraje de calidad es posible en toda la región, pero sólo en la parte norte es viable la producción de granos. La causa principal son las heladas tardías, que obligan a sembrar a partir de noviembre, y las tempranas de marzo, que permiten utilizar ciclos más largos para silaje, pero obliga a ciclos cortos a muy cortos para granos.
Para alcanzar ese potencial se necesita avanzar fuertemente con una integración público-privada, que permita ampliar la superficie regable mediante obras hidráulicas por parte de los estados, y fuertes inversiones privadas incentivadas por reducciones impositivas que generen rentabilidad. Sólo falta dialogar y que todas las partes alcancen un acuerdo.