La decisión del gobierno de Donald Trump de importar más carne argentina para bajar los precios internos desató la furia de los ganaderos estadounidenses, quienes se sienten traicionados por un presidente que siempre prometió poner «América First».
El sector, tradicionalmente republicano, expresa su decepción ante lo que consideran una medida que beneficia a competidores extranjeros.
«Es Una Traición a los Rancheros Estadounidenses»
Christian Lovell, un ganadero de Illinois que siguió el consejo familiar de estudiar una carrera antes de volver al rancho, expresa la frustración generalizada: «Es una pasión, un estilo de vida. Ser ranchero no es un trabajo como cualquier otro, es algo que llevamos en la sangre». En diálogo con el medio BBC Mundo, Lovell no ocupa su decepción: «Sentimos que nos ha vendido a un competidor extranjero, que nos ha dejado atrás». La medida discutida cuadruplicaría el cupo arancelario para la carne argentina, pasando de 20.000 a 80.000 toneladas métricas.
La Respuesta de la Casa Blanca y las Críticas
Frente a la ola de críticas, la secretaria de Agricultura Brooke Rollins intentó calmar los ánimos afirmando que el aumento de importaciones «no será mucho». Posteriormente, la administración Trump anunció un paquete de medidas de apoyo al sector ganadero. Sin embargo, para Bill Bullard, presidente de la organización R-CALF, existe una clara contradicción: «Se supone que la consigna era ‘Estados Unidos Primero’, pero en la práctica el ingreso de competidores extranjeros va en contra de esa aspiración».
Un Impacto Real Mínimo, Pero un Simbolismo Enorme
Los especialistas coinciden en que el impacto real en los precios sería mínimo. David Anderson, economista de la Universidad Texas A&M, explica que la carne argentina representa apenas el 2,1% de las importaciones totales: «No es probable que tenga un efecto significativo en los precios». Arlan Suderman de StoneX agrega que Argentina «no es una gran amenaza», a diferencia de Brasil que sí tiene mayor capacidad exportadora. El verdadero problema, según Lovell, son las cuatro grandes empacadoras que controlan el 80% del mercado y fijan los precios.
La polémica se enmarca en un contexto de precios históricamente altos debido a la menor cantidad de cabezas de ganado en 74 años, sequías persistentes y demanda firme. Más allá del impacto económico real, la medida ha generado una crisis de confianza en un sector que se consideraba aliado natural del gobierno republicano. Información extraída del medio BBC.




