Dicen las biografías —y un zapato perdido entre las piedras, como una huella— que saltó desde una escollera. Sugiere la canción —lo blando de la arena que lame el mar— que el camino fue lento, pisando de a poco, más y más profundo. Con mansedumbre o sin ella, el 25 de octubre de 1938 se quitaba la vida la poetisa Alfonsina Storni. Ese día empezaba su mito. Había nacido el 29 de mayo de 1892, hace este martes 126 años, aniversario que Google celebra dedicando el doodle de su buscador a la escritora.
¿Quién puede asegurar los motivos de un suicidio? El consenso dice que fue un cáncer de mama. Judith Gociol, en Alfonsina Storni, un libro que editó la Biblioteca Nacional, afirma: Para morir, Alfonsina elige una playa de Mar del Plata, la ciudad que quiso toda su vida. Hacia allí viaja cuando ya todo está inevitablemente desencadenado: un dolor fuerte en el pecho, el descubrimiento del bultito, la operación quirúrgica para extraer el tumor, las ramificaciones, los controles médicos, las breves treguas que da la enfermedad, la constatación de que el mal avanza, la conciencia de que es incurable.
Aunque su suicidio suele ser la puerta de entrada a su historia, en el centro de su biografía están, inseparables, su vida y su obra. Fue una mujer de principios del siglo XX que escribió con una voz femenina y potente. Ella —dice Beatriz Sarlo en el libro Una modernidad periférica— no borra ni su sensualidad ni su sexualidad, sino que las convierte en centro temático de su poesía. Sarlo dice también que Alfonsina traza un perfil de mujer cerebral y sensual al mismo tiempo, en una complejización del arquetipo femenino, que supera a la mujer-sabia, a la mujer-ángel y a la mujer-demonio.
Alfonsina Storni nació el 29 de mayo de 1892 en Suiza. Sus primeras palabras las dijo en italiano, pero en sus primeros recuerdos ya está en San Juan, en la Argentina. Josefina Delgado incluye, en su libro Alfonsina Storni, un relato de la propia Alfonsina: «Estoy en San Juan, tengo cuatro años; me veo colorada, redonda, chatilla y fea. Sentada en el umbral de mi casa, muevo los labios como leyendo un libro que tengo en la mano y espío con el rabo del ojo el efecto que causa en el transeúnte. Unos primos me avergüenzan gritándome que tengo el libro al revés y corro a llorar detrás de la puerta».
Paulina, la mamá, era maestra pero soñaba con actuar. En 1901 se mudaron a Rosario. Cuando Alfonsina tenía diez años, el negocio familiar era un café —el Café suizo— donde la niña lava platos y sirve las mesas. El negocio no marchaba. En Rosario y en 1906 murió Alfonso, el padre de la futura poetisa. Un año después, Paulina se subiría a un escenario. Alfonsina también actúo.
Ese, el teatro, sería su primer pasaporte. La chica no tenía dieciséis años cuando llegó a Rosario una compañía de teatro —la de José Tallaví— y se la llevó de gira. Gran parte del país pasó delante de los ojos de la joven actriz durante un año.
Pero el destino tendría sus vueltas y Alfonsina se bajó de la gira. En 1909 estudió para maestra rural en Coronda. En 1910 seguía estudiando, pero los fines de semana viajaba a Rosario. Nadie sabía para qué y no era época para falta de transparencia en la vida de una señorita. Las cosas empeoraron cuando cantó en un festejo escolar por la batalla de San Lorenzo: le pidieron un bis —cuenta Delgado—, las canciones se sucedieron hasta que alguien aprovechó un silencio para concretar la sospecha que a todos invadía: esa muchacha era la misma que cantaba los domingos en Rosario, en un lugar de fama incierta.
Los dos años de la escuela terminaron en 1911. A esa altura ya escribía y recitaba. Y llegó el amor. Sus biógrafos coinciden: un hombre casado, mayor, que era periodista y llegaría a ser diputado. A pesar de los años, su nombre sigue oculto. Es un hombre clave: de ese amor nace Alejandro.
En 1912, la maestra provinciana hizo la valija y partió hacia Buenos Aires, a tener a su chico. En 1915 le pidió a Leopoldo Lugones que leyera unos versos suyos: «Esto que me permito pedirle —escribe Alfonsina— tiene una razón. Mi libro se va a publicar en breve. Yo sé que se me tildará de inmoral».
Es su primer libro —La inquietud del rosal— y sale en 1916. En 1938 —cuenta Sarlo— ella dice: «Es sencillamente abominable; cursi, mal medido a veces, de pésimo gusto con frecuencia».Todo eso es cierto, admite la ensayista.
Alfonsina Escribió poemas y artículos periodísticos. Se hizo amiga de Horacio Quiroga y de José Ingenieros. Fue maestra de teatro y de lectura y declamación.En 1918 salió otro libro, El dulce daño.En 1919, Irremediablemente. En 1920 ganó el Primer Premio Municipal de Poesía y el Segundo Premio Nacional de Literatura por Languidez.En 1925 salió Ocre, en ese entonces Alfonsina trabaja como impulsora de la Sociedad Argentina de Escritores.En 1926 se editaron las prosas poéticas de Poemas de amor. En 1934, la editorial Tor publicó Mundo de siete pozos y en 1938,Mascarilla y trébol, su último libro.
Hay varias imágenes finales. Más romántica: la mujer parada con las olas a la altura de la pollera. Más realista: el cadáver flotando cerca de la escollera. Se puede elegir, también, salir del marco del suicidio y quedarse con un relato de Manuel Mujica Láinez que aparece en el libro de Gociol: «A Alfonsina Storni la conocí cuando tenía yo diecisiete años. Solía visitarla yo por entonces en su alto y pequeño departamento de Córdoba y Esmeralda. Era muchísimo mayor que yo, desgreñada y vehemente. Dejé de ir, o mejor dicho me escabullí de su casa, espantado, el día en que quiso besarme».
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