El 18 de julio de 1918, en Mzebo, región de Transkei, nació Rolihlahla. Con ese nombre creció en la zona rural del sudeste sudafricano el hijo del jefe de la tribu xhosa, hasta que, a los siete años, para poder asistir a una escuela metodista, debió cambiarlo y fue bautizado de la manera en la que lo conoció el mundo entero: Nelson.
Madiba, fue su apodo; Mandela, su apellido inmortal. Este miércoles se cumple un siglo del nacimiento del hombre que cambió la historia de un país y que fue admirado por todos. Del hombre que luchó contra el odio racial para conseguir la igualdad, darle dignidad a su pueblo y construir una nueva nación.
La historia de Sudáfrica tuvo un punto de inflexión en 1948, cuando el Partido Nacional y los afrikaaners, descendientes de los colonos holandeses, implementaron el sistema racista conocido como apartheid. La población negra quedaba totalmente aislada, agrupada en sus ghettos e imposibilitada de prosperar. Las matanzas eran constantes y la represión, insoportable.
Así, desde el Congreso Nacional Africano (CNA), Mandela y otros líderes comenzaron a organizar campañas de desobediencia civil contra el sistema. Incluso, a mediados de la década de 1950, impulsó la «Carta de la Libertad», un documento en el que plasmó la utopía de un Estado multirracial. Su lucha, sin embargo, parecía inútil.
Los juicios
La campaña contra el apartheid se volvió cada vez más dura. Y los problemas con la Justicia, habituales. Acusado de traición a la patria y de intentar derrocar al gobierno por medio de la violencia -delitos que podrían haberle valido la pena de muerte-, Mandela, junto a otros de sus compañeros, fue enjuiciado y apresado en 1958. Fue absuelto tres años después.
No obstante, los problemas continuaron, al igual que su activismo en el CNA, por lo que, meses después, volvió a ser detenido. En 1963 comenzó el denominado proceso de Rivonia, en el que Mandela y otros líderes del partido fueron juzgados por más de 200 actos de sabotaje contra el sistema segregacionista.
Finalmente, el 12 de junio de 1964, fue condenado a cadena perpetua y trasladado a la prisión de Robben Island, cercana a Ciudad del Cabo. Entonces, el eslogan «Liberen a Mandela» comenzó a recorrer el mundo.
La cárcel
En total, fueron 27 los años en los que Nelson Mandela permaneció detenido con el número 466/64 (fue el preso 466 en llegar a la cárcel de la isla en 1964). Allí fue sometido a todo tipo de humillaciones, pero nunca se dio por vencido. Pese a los abusos de los guardiacárceles, terminó de forjar un ideal que enarbolaría hasta su muerte.
En 1982 fue trasladado a la prisión de Pollsmoor, donde el gobierno de Frederik de Klerk comenzó las negociaciones para liberarlo, a cambio de abandonar su lucha. No se doblegó. Soportó todos los embates, al igual que la gestión segregacionista aguantaba la presión internacional.
Así siguió, hasta que, tras un encuentro con el presidente, se decidió su liberación. El 11 de febrero de 1990, Mandela dejó la prisión de Víctor Verster y recuperó la libertad.
El camino a la presidencia
Tras abandonar la lucha armada, Mandela debió lidiar con la población negra sedienta de venganza. El líder, en cambio, eligió otro camino. El de la paz, el del perdón, y el de la reconciliación. Ganar las elecciones de 1994 fue fácil y el 10 de mayo de 1994, en Pretoria, asumió la presidencia.
Aunque con el tiempo se alejó de la función pública, se mantuvo como el gran referente de la política sudafricana hasta que su salud dijo basta. Mandela murió el 5 de diciembre de 2013, a los 95 años. La historia de Sudáfrica, el nuevo país del arco iris, había cambiado para siempre.
Crónica