El «quirófano de faraones» y por qué nadie se resigna a encontrar las tumbas donde se encuentran las momias de Cleopatra y Nefertiti.
Afuera, el sol cae como un mandoble sobre la cabeza. A un costado de la Gran Esfinge de Giza, en Egipto, varios hombres de blanco revisan muelas y uñas de las momias sobre camillas de acero. Llevan guantes y barbijos. No son médicos, pero se le parecen. Entrar al centro de conservación más grande del mundo es como ingresar por un rato a un refugio contra el calor del desierto. También, a un túnel del tiempo: a simple vista parece un quirófano de faraones. Decenas de momias con achaques de varios milenios encima esperan turno para ser atendidas.
Uno de los hombres de blanco mete ahora la nariz en una sandalia de Tutankamón. La está restaurando con pinza y precisión de cirujano. Promete que estará lista en breve para ser exhibida en el museo de El Cairo. Pero lo que no imagina Mohammed Safwat es que hundir la nariz en la historia del antiguo Egipto ayudará también a resucitar el misterioso aroma de las momias.
¿Y a qué huelen estos cuerpos arrugados como pasas de uva? ¿Acaso pueden seguir desprendiendo olores cinco milenios después de su embalsamamiento?
Según acaba de descubrir un equipo de científicos, sí. Y, para sorpresa de los mortales, huelen bastante bien. A dulces, especias y madera. A resina y pino.
Todo tiene su explicación en esta tierra atravesada por el Nilo. Para la antigua civilización egipcia, la momificación era una importante práctica mortuoria destinada a preservar el cuerpo y el alma para la otra vida. Por eso lo rodeaban con olores agradables, como parte de la preparación del espíritu para entrar al más allá. Así, los cuerpos de los faraones y miembros de la nobleza eran adornados con aceites, ceras y bálsamos.
¿Eso olía Mohammed aquella tarde de fuego mientras metía la nariz en la sandalia de Tutankamón y posaba para la cámara de Clarín? No lo dijo entonces, pero si habría que recurrir casi diez años después a la memoria olfativa de ese extraño lugar nos llevaría directo a un quirófano, a una mezcla de carne quemada, metal y desinfectante. ¿O existe otra forma de describir lo que estábamos viendo y oliendo? Hombres con guardapolvo albo “curando” momias infectadas que habían estado almacenadas en el Museo Egipcio. ¿Existe acaso el olor a eternidad?
Por lo pronto, nadie en ese increíble hospital de faraones pensaba estar escribiendo aquel día de septiembre de 2016 el último capítulo de la interminable historia de Egipto, atravesada por una cultura obsesionada con la muerte. Esta semana, por ejemplo, se anunció el hallazgo de una ciudad olvidada durante más de 20 siglos. Se trata de Imet, que por su riqueza arquitectónica y simbólica sugiere que fue un núcleo clave en el comercio, la religión y la vida cotidiana: se encontraron casas torre de varios pisos, estructuras de almacenamiento, restos de una calzada ceremonial y un templo.
Un descubrimiento que alienta a seguir buscando más tesoros escondidos bajo la arena del desierto, como las tumbas de Cleopatra y Nefertiti. Y a intentar saber, por qué no, a qué huelen estas legendarias y auténticas reinas del Nilo.
Fuente: Clarín