Hernán tenía solo 10 años cuando fue visto por última vez para una celebración de Año Nuevo, en el camping San Carlos. Desde entonces su familia pide por su aparición con vida. Mañana a las 14 horas en la plazoleta que lleva su nombre su familia convoca a un acto.
La familia de Hernán Soto convoca mañana a las 14 horas en la plaza ubicada en la intersección de Pieragnoli y Juan Carlos Altavista para hacer recordar que han pasado 21 años desde la última vez que lo vieron.
Cabe recordar que el 1 de enero de 1997 Enrique Hernán Soto, de tan solo 10 años, desapareció mientras compartía junto a su familia la llegada del año nuevo en el cámping San Carlos, al norte del barrio Astra. Hasta allí se había dirigido junto a su papá Sergio Soto, su mamá Marcela Muñoz, y sus hermanos Rodrigo, de 5, Alejandro de 3, y Cinthia de 8 meses. Tampoco faltaban los primos y los tíos. Entre todos eran una familia numerosa con ganas de divertirse y pasarla bien.
La familia había partido desde su casa en la calle Luis Sandrini al 4.500 del barrio Máximo Abásolo en un transporte que el hermano de Sergio, Raúl, había pactado para las 9 de la mañana. El chofer, Dicker Baca, luego diría que subió a 23 personas en el vehículo y que los llevó hasta el cámping. El resto viajaba en un Ford Falcon azul detrás del transporte. Así llegaron todos juntos y en caravana, para festejar el año nuevo. Era algo que solían hacer cada año. Se ubicaron en el fogón número 40, muy cerca de la proveeduría del cámping. En el ingreso, la encargada de cobrar la entrada anotó a 20 personas.
Comieron y alrededor de las 15 Hernán se retiró de la mesa a jugar con sus primos. A las 16 debía volver porque tenía que tomar su medicamento para la epilepsia, enfermedad que sufría a raíz de las convulsiones que padecía desde que nació. Pero Hernán no volvió. La familia se desesperó e inició una búsqueda desesperada que no ha tenido resultado hasta la actualidad.
Hernán vestía al momento de su desaparición una remera amarilla con inscripciones violetas, un pantalón corto celeste y zapatillas blancas. Con su 1,30 metro y su pelo castaño, pasó desapercibido entre más del millar y medio de personas que almorzaban y jugaban en el césped y entre los árboles del camping.
Marcela, su madre nunca se dio por vencida en la búsqueda de su hijo. Cree que se lo llevaron engañado. Le quitaron la inocencia, la niñez y la adolescencia de su hijo, pero no le quitaron las esperanzas de hallarlo con vida.
El Patagónico