El celular sonó minutos antes de las 21 del miércoles en la habitación 416 del hotel. Alejandra vio la pantalla y reconoció el número. Había esperado por ese llamado con mucha ansiedad durante todo el día. A principios de la semana le habían informado que el primer hisopado había dado negativo. Por eso, respiró hondo y atendió.
Reconoció de inmediato la voz de la médica. «Tengo buenas noticias», le dijo. El segundo estudio había dado otra vez negativo. Alejandra sintió un desahogo enorme. La pesadilla había finalizado.
Durante más de 20 días Alejandra Cañupan, de 38 años, convivió con la COVID-19, que transmite el coronavirus, y logró recuperarse. Recibió el alta médica la noche del miércoles.
“Ya estaba muy contenta con el primer negativo y cuando me informaron el segundo fue una alegría gigante”, cuenta Alejandra a RÍO NEGRO Fueron días muy duros.
Alejandra trabaja en la PSA en el aeropuerto de Bariloche, donde cumple tareas administrativas. Hasta hoy no sabe cómo se contagió, porque trabaja en una oficina, no tiene contacto con las personas que arriban en los vuelos ni con el personal de la fuerza que hace controles.
Relató que los primeros cinco días se sintió mal. “Tenía mucho cansancio y dolor de cuerpo. Yo le decía a mi novio: ¡Qué bárbaro esta gripe nunca me agarró tan fuerte!”, relata.
El primer síntoma que la desconcertó fue la pérdida de gusto y del olfato. “En un almuerzo le digo a mis compañeras que no estaba sintiendo el olfato”, rememora. Perdió el apetito.
No se preocupó en ese momento. La información que leía de la OMS indicaba que los síntomas eran fiebre, tos o dificultad para respirar. No tenía ninguno. Lo extraño es que otros compañeros en su trabajo estaban resfriados.
El 27 de marzo decidió ir a la guardia del Sanatorio San Carlos, porque el cansancio físico no pasaba ni el resfrío. Seguía sin fiebre y tos. La atendieron y la enviaron a su domicilio. Solo le indicaron que tomara paracetamol.
Al día siguiente el agotamiento la tiró a la cama. “Tenía mucho dolor de espalda”, comenta. El 30 de marzo regresó a la guardia. Ahora tenía náuseas. Le aplicaron un inyectable para evitar los vómitos y le recomendaron aislarse.
El cambio de protocolo
Hasta que un médico del sanatorio le advirtió que había cambiado el protocolo para detectar los casos de COVID-19 y le pidió que se presentara en la guardia de inmediato.
El 1 de abril pasado volvió al sanatorio, acompañada de su pareja, Aníbal. Los hisoparon a los dos y les hicieron una tomografía. Alejandra dice que lo insólito es que Aníbal tenía apenas un poco de dolor de garganta.
Después, le informaron que se trataba de una neumonía atípica y que ella era un caso sospechoso. Trató de tomarlo con calma. Pero la incertidumbre por lo desconocido la abrumaba. La internaron en el sanatorio y comenzó otra etapa: el aislamiento.
Horas después se “viralizó” un audio de WhatsApp con sus datos personales y que aseguraba que era una caso de coronavirus porque había dado positivo. Alejandra ni siquiera había recibido el resultado de su hisopado.
Se sintió más vulnerable que nunca. Estaba en la boca de muchísimas personas que la atacaban sin piedad. Sintió como si fuera víctima de una cacería. Dice que fue uno de los momentos más duros que enfrentó. Percibió falta de empatía con la situación que soportaba. También la discriminación. No sabía por qué se había contagiado, ni cómo. Pero los comentarios la culpaban.
Por eso, el resultado positivo de su hisopado casi no la sorprendió. “Yo lo esperaba porque una compañera ya había dado positivo”, explicó. “Pero en ese momento me sentía tan bien”, cuenta. Era algo extraño.
Los primeros días de aislamiento fueron difíciles. Pero en el sanatorio estaba bastante cómoda. Hasta que una noche les avisaron que después de que cenaran los mudarían a un hotel en el centro de Bariloche.
Sin demasiadas explicaciones, Alejandra y su pareja subieron a una ambulancia. Hicieron el viaje con una mujer de la zona de los kilómetros que intentaba encontrar alguna explicación a lo que le pasaba. La mujer tampoco sabía cómo se había contagiado.
Los días en el hotel
Llegaron al hotel y desorientados. Los enviaron a las habitaciones con la orden de no salir. Alejandra supo que había más personas en ese edificio, pero no tuvieron contacto. Después, se enteró de que había entre 18 y 20 personas en el establecimiento.
La primera noche no hubo calefacción y la habitación se convirtió en una heladera. La incertidumbre aumentaba por la falta de información. «La ansiedad era porque nadie nos decía nada esos días», afirma.
Para que las horas pasaran buscó auxilio en la lectura. El libro de Víctor Frankl, «El hombre en busca del sentido” se tranformó en una ayuda importante.
“La irracionalidad nos paraliza. Nos asusta”, reflexiona Alejandra. “Me afectó un montón el maltrato, la discriminación”, explica. “Estaba enojada con todo esto, por una pandemia que nos descoloca a todos”, afirma.
Relata que uno de los momentos más difíciles ocurrió en el hotel. “Un enfermero envió un mensaje al grupo de WhatsApp que habíamos armado con los que estábamos en el hotel y nos dice que cualquier cosa lo consultáramos”, rememora.
“Un día me desperté con dolor de cabeza, le dije si me podía tomar la presión, porque soy hipertensa, y si me podía dar un paracetamol. Me respondió que no tenía tensiómetro y que iba a tratar de conseguir”, relató.
“Al rato, el enfermero regresó y entró a la habitación. Le temblaba el brazo para tomarme la presión y eso me impactó”, recordó. El miedo que había percibido en ese enfermero la conmovió. “El enfermero me decía yo te entiendo, yo también sufro por esto”, recuerda Alejandra. “Me partió el alma y me largué a llorar”. “Ellos son voluntarios y estaba exponiéndose”, destaca.
Hoy, Alejandra sostiene que “está en la decisión de uno quedarse con lo bueno”. Le costó algunos días comprender que el miedo de la gente “saca lo más oscuro de las personas”.
“Lo increíble es que de un momento a otro cómo te cambia la vida”, sostiene. “En el hotel aislado hasta extrañás un salamín”, cuenta, riéndose. “Esto te hace reflexionar de darle valor a las cosas cotidianas, que no seamos máquinas, robots que nos andamos atropellando”, opina.
“Yo tengo la fortuna de que tengo un sueldo y es una ventaja muy grande; no quiero pensar en la gente que no tiene trabajo y que no tiene para comer”, manifiesta.
Durante varios días su vida transcurrió en una habitación de 12 metros cuadrados. Pero lo que más afecta, asegura Alejandra, es “perder la autonomía, porque te sentís vulnerable”.
“Es fundamental tener paciencia”, añade, para soportar el aislamiento. “Busqué audios de meditación, paz interior, libros y traté de seguir estudiando. Nunca leí tanto”, afirma. Las noticias lo justo y necesario. «A veces tenía que apagar el celular».
La comida la dejaban en la puerta, porque no podía haber ningún contacto. Era una medida de prevención. Cuenta que un día salió a buscar la comida porque alguien gritó desde el pasillo. En ese momento observó a un médico cubierto con un traje especial. Esa imagen la impactó. «Dije esto es bravo», recuerda. Hubo noches que costó conciliar el sueño. La incertidumbre de cuándo pasaría todo daba demasiadas vueltas por la cabeza. Hubo momentos en los que se enojó, lloró, se alegró por cosas que pasaban y tenía el acompañamiento de Aníbal.
Sin temor
“Nunca le tuve miedo a la muerte y jamás se me cruzó por la cabeza”, asegura. Tras el aviso del alta médica, recibió numerosos mensajes de apoyo. Fueron minutos intensos de mucha emoción.
El policía que hacía seguridad en el hotel se puso contento. También la enfermera y la chica de la limpieza “me hicieron un gesto de alegría”. “Son momentos muy lindos”.
Antes de dejar el hotel les envió un mensaje a los pacientes que quedaban aún aislados. “Chicos me dieron el alta y estoy muy feliz. Espero que pronto puedan sentir esta misma alegría”.
Se despidió de Aníbal, que ya recibió el primer negativo y solo falta el segundo. Por eso quedó en el hotel. Y cuando estuvo la calle «sentí como que salía en libertad». Valora todo el trabajo y esfuerzo de médicos, enfermeros, mucamas, personal policial. Todos los que concurren al hotel a asistir a los pacientes.
Su hija la fue a buscar con los permisos correspondientes. Y Alejandra regresó este jueves a su casa, donde sus dos perros la dieron una afectuosa bienvenida. “Me puse a llorar con ellos de alegría”, confiesa. “Hoy es un día muy feliz”.