El cansancio es una estrategia de control de la ciudadanía. Primero, el gobierno genera confusión, información repetida y fragmentaria, frases hechas y discursos vacíos. Una y otra vez. Y espera. Confía en que el peso del cansancio vaya apaciguando los atisbos de rebeldía, que deje solos a los promotores de toda movilización, que imponga la frustración y el desinterés en los manejos del Estado.
El epistemólogo Juan Samaja, maestro y amigo, decía: «Para lograr que una bola de billar se mueva, basta con empujarla. Para lograr que un burro se mueva, hay que mostrarle una zanahoria. Pero para lograr que un ser humano se mueva, hace falta un proyecto ético». De este modo, sintetizaba las complejidades de las interacciones en diferentes niveles de organización del mundo (el físico, el biológico, el humano). Las personas tenemos la capacidad de organizarnos a partir de valores compartidos y realizar enormes proezas colectivas. Podemos emprender acciones políticas.
Pero una persona confundida y cansada no está en condiciones de participar en actividades políticas. Es alguien despolitizado, porque le han quitado su capacidad de cambio y la han convencido de que solo debe resignarse a que todo siga igual.
Ese cansancio se manifiesta de distintas maneras: como el hartazgo de la política («Los políticos son todos iguales»), como impotencia («Ya está todo negociado, no se puede hacer nada»), como desesperanza («Esto está cada vez peor y va a seguir así). Finalmente, queda la salida individual: lo mejor es preocuparse por uno mismo y tratar de preservar esa forma de la felicidad.
El cansancio corta los lazos de solidaridad: «Otra vez los docentes de paro», «Estos protestando de nuevo», «Siempre lo mismo». Es difícil comprender que esos otros que denuncian al gobierno, que luchan por el derechos de los trabajadores o que rechazan la megaminería están luchando por una sociedad mejor, por una democracia más participativa y más real, en la que el gobierno no se burle del pueblo.
Y el cansancio no es la causa, es el efecto. Es el resultado lógico y previsible de un sistema político-cultural organizado para desinformar y para lograr que la casta política pueda actuar con impunidad, en un espacio delimitado por fronteras de desinformación, mentiras y, si es necesario, represión. Nos necesitan cansados, porque, así, no nos tomamos el trabajo de informarnos, de hablar con otros, de romper el aislamiento psicológico; si no se puede salir de la casa.
La sana rebeldía
La cuarentena nos está pasando factura. Es un fastidio que todos compartimos, tanto los que están casi recluidos en sus casas como los que salen diariamente a trabajar y los que estamos más o menos en el medio. Es el tapabocas, el alcohol en gel, la lavandina, el cuidado con la ropa, los objetos, los otros. Los noticieros, las alarmas, la confirmación de contagios, los mensajes de advertencia o de ánimo. La imposibilidad de encontrarnos con otros, de pasear, de planificar a mediano plazo.
La rutina cotidiana, la estresante monotonía de nuestra vida personal contrasta con los procesos políticos. Por un lado, el gobierno continúa con sus intentos de aumentar la deuda de la provincia, recurriendo al eufemismo «reestructuración». También sigue con su inconfesable participación en la avanzada megaminera. Por otro lado, hay movilizaciones populares que, pese a las restricciones de la cuarentena, demuestran una sana rebeldía y un fuerte compromiso con el pueblo. Hagamos un rápido repaso:
– El sindicalismo combativo, que exige el no pago de la deuda provincial, la auditoría correspondiente y la reestructuración del sistema impositivo, para que el dinero que compense las desastrosas consecuencias de la crisis provenga de los grandes capitales, que históricamente han acumulado ventajas y ganancias.
– Los grupos socioambientalistas, que difunden información acerca de los riesgos de la megaminería en la provincia, es decir, la devastación ecológica y económica que la actividad implica. Saben que el lobby minero sigue actuando, ahora incluso con más comodidad que antes, porque realiza acciones «solidarias» y operaciones de prensa, mientras los vecinos y vecinas que normalmente se manifestarían en las calles están en sus casas.
– Las organizaciones que defienden el respeto de los derechos humanos en la provincia y denuncian las violaciones perpetradas por las fuerzas de seguridad estatales. Su papel para frenar, al menos parcialmente, a personajes como Massoni es fundamental.
Hay otras luchas que comparten el diagnóstico de una injusticia social que atraviesa la historia de la provincia y que viene incluso desde antes de su fundación.
– Los grupos que reivindican los derechos de los pueblos originarios, sistemáticamente ignorados (y avasallados) por los diferentes gobiernos nacionales y provinciales. Sostienen un reclamo que debe ser comprendido a la luz de principios propios de una democracia amplia y pluralista.
– Los colectivos de mujeres que cuestionan la cultura patriarcal, que defienden la diversidad de géneros y reivindican derechos que han sido sojuzgados de múltiples maneras. Enfrentan estructuras institucionales e ideológicas conservadoras y arcaizantes, fuertemente ancladas en prejuicios y violencias naturalizadas.
La enumeración seguramente está incompleta, pero sirve para demostrar que hay muchas personas que, pese a este cansancio colectivo, mantienen el compromiso, las convicciones, la sana rebeldía.
Un proyecto ético
Sabemos que el capitalismo impone una cultura hedonista, basada en la necesidad de la satisfacción individual e inmediata, en el consumo, en una idea de realización personal egoísta. Y ha podido presentar esta imposición bajo la apariencia de libertad. Por supuesto, como la mayoría tenemos una posibilidad de consumo limitada, terminamos eligiendo dentro de lo que podemos elegir, es decir, de lo que ya fue dispuesto para nosotros. Y esto se aplica para los productos del supermercado, para Netflix y para muchas cosas más.
Podríamos superar esas restricciones y buscar alternativas más genuinas. Pero estamos cansados. Tenemos un cansancio que viene desde hace mucho. Cansados de los políticos que se burlan del pueblo y de la democracia, cansados de los grandes empresarios que se acostumbraron a tener ganancias desmedidas, cansados de los dirigentes sindicales que se asocian con los poderosos y traicionan a sus representados, cansados de la prensa que es complaciente con el poder y no investiga ni denuncia. Y, ahora, cansados de la cuarentena.
Sin embargo, hay una salida para este cansancio: buscar un proyecto ético que nos devuelva la esperanza, que nos vincule con otros en acciones colectivas y de fuerte contenido político. Claro que, en este contexto, es difícil pensar en asambleas presenciales y en movilizaciones multitudinarias. Además, es innegable que el aislamiento obligatorio aumentó la carga laboral de muchísimos trabajadores, con todo lo que eso implica en el ámbito familiar y para la propia persona. Pero podemos sumar nuestro aporte con acciones aparentemente mínimas: buscar noticias e informes de fuentes alternativas y creíbles, compartir esa información con nuestros contactos de confianza (con el fin de intercambiar opiniones), manifestar nuestro apoyo a las luchas que consideramos válidas, etc. Son pequeños cambios que pueden provocar cambios mayores.
Los grupos que ejercen el poder político y económico nos quieren mover con la zanahoria, de un lado a otro, o en círculos, hasta agotarnos, como si fuésemos burros. Se han burlado tantas veces de nosotros, han hecho tantos negocios a nuestras espaldas, que creen que pueden seguir así mientras todavía exista la provincia.
Nosotros podemos ser algo más que esos sujetos que consumen y que en las elecciones votan al candidato con más plata para la campaña. Podemos organizarnos, levantar la voz y demostrar que somos definitivamente otra cosa: personas reflexivas y solidarias, que merecen respeto y ya no se van a dejar llevar por delante.
Por Sebastián Sayago.