El miedo a la aparición de nuevos síntomas, la angustia ante el agotamiento físico y la culpa de contagiar a seres queridos son los sentimientos más comunes de quienes tienen coronavirus, lo que hace que -más allá de la gravedad física- la enfermedad se transite de una manera «más traumática» que otras, aseguraron pacientes y especialistas, al conmemorarse este sábado el Día Mundial de la Salud Mental.
Rosa Bustos, de 46 años, relató a Télam su experiencia con la Covid-19, cuyos síntomas se le manifestaron hace ya más dos meses, el domingo 2 de agosto. «Amanecí congestionada y con un poco de cansancio. Tomé té con limón y no me preocupé porque yo no salía para nada y cuando lo hacía era con cuidados extremos, con barbijo, máscara y uso de alcohol, pero al día siguiente amanecí con fiebre y sin olfato».
Ante esta situación se presentó a la guardia y la hisoparon. «Cuando me dieron el resultado me angustié mucho, no entendía cómo podía estar infectada. Al hacerme la placa apareció que tenía neumonía, pasé un día en terapia pero después como el cuadro no era grave me derivaron a un hotel para hacer el aislamiento», contó.
«Cuando me dieron el resultado me angustié mucho, no entendía cómo podía estar infectada»
ROSA BUSTOS, PACIENTE DE COVID-19
Durante cinco días Rosa permaneció sola en su habitación, solamente tenía contacto con personas que controlaban sus síntomas y le daban comida, todos con los equipos de protección personal, por lo que ni siquiera lograba ver bien sus rostros.
«Es desesperante, comencé a sentirme cada vez peor, sentía un cansancio inexplicable en el cuerpo, puntadas en el pecho, sensación de ahogo, palpitaciones, todo eso me hacía sentir más angustiada y con más miedo», recordó.
María Calabrese, integrante de la Asociación Psicoanalítica Argentina, explicó a Télam que «a los seres humanos nos altera muchísimo la incertidumbre y esta enfermedad todavía viene acompañada de muchas preguntas como por qué afecta tanto a algunas personas y a otras no, qué secuelas va a dejar en los organismos, entre muchísimas otras».
En ese contexto «la culpa aparece también como un componente recurrente que agrava la sensación de angustia y malestar. Culpa por haberse infectado, como si eso fuera consecuencia de haber hecho algo mal, y sobre todo culpa por el temor de contagiar a los seres queridos», continuó.
La especialista enfatizó que «todos estos componentes que rodean la pandemia hacen que, aún en el caso de que la enfermedad se transite con síntomas leves, no es lo mismo que tener otra patología, es decir no es una ‘gripecita'».
Laura González, reportera gráfica, de 35 años, relató que por su trabajo sabía que tenía un grado de exposición un poco mayor que el resto de las personas, ya que circula por hospitales con alta carga viral, estaciones de trenes o centros de trasbordos de pasajeros, y en su caso el contagio llegó con síntomas leves a los que no asoció con coronavirus.
«Cuando me dan el resultado y me dicen que es positivo lo primero que hice fue un repaso de con quién había tenido contacto los últimos días para poder avisar a esas personas, pero la angustia vino al ponerme a pensar hacía cuánto estaba con síntomas y darme cuenta de que yo estaba congestionada hacía muchos días y que lo había asociado con alergia porque no tenía ni tos, ni falta de aire, ni pérdida de olfato o gusto, ni fiebre», contó.