Cuando Joe Biden se convierta en el presidente número 46 de Estados Unidos este miércoles, tendrá ante sí el enorme reto de reconstruir el país, azotado por una pandemia incontrolada y dividido por las tensiones raciales y el extremismo, en buena parte herencia del caos que deja atrás Donald Trump.
A sus 78 años y tras dos fallidas campañas presidenciales, Biden será el presidente de más edad que ha llegado a la Casa Blanca, tras una larga carrera política en la que fue senador de Delaware por más de treinta años y vicepresidente durante los dos mandatos de Barack Obama. Kamala Harris, quien renunció a su asiento en el Senado el lunes, hará historia al ser la primera mujer y la primera afroamericana, de ascendencia asiática y caribeña, en llegar a la vicepresidencia.
Biden prometió gobernar para todos los estadounidenses y “restaurar el alma de América” tras derrotar a Trump en noviembre. Sus palabras han cobrado nueva vida en días recientes, cuando se ha hecho aún más evidente el carácter extraordinario de su presidencia.
Lo que iba a ser su gran día este miércoles, se convirtió en un despliegue de fuerzas militares en Washington, 25,000 miembros de la Guardia Nacional movilizados para evitar actos de violencia de los seguidores de Trump. El riesgo de actos de terrorismo doméstico es real, ha dicho el Departamento de Defensa, tras el inédito asalto del Capitolio la semana pasada por un grupo de seguidores de Trump. El violento ataque provocó la muerte de cinco personas y aterrorizó a los legisladores escondidos en el edificio, en una de las brechas de seguridad más serias en la historia reciente.
La imagen del evento en medio de un despliegue militar masivo “da miedo”, dijo Brian Fonseca, un ex militar que ahora dirige el Instituto de Políticas Públicas Jack Gordon de la Universidad Internacional de la Florida.
“Se trata de demostrar que Estados Unidos está a salvo pero al mismo tiempo envía un mensaje de que Estados Unidos está en un lugar muy precario,” señaló. “El hecho de que los militares tengan que estar presentes durante un cambio de gobierno no indica una transición pacífica”.
La escala de la toma de posesión ya había sido reducida drásticamente debido a la pandemia, que ha cobrado la vida a más de 400,000 estadounidenses, debido a la ausencia de un robusto plan de respuesta federal, aseguran los críticos de Trump.
Biden y Harris aún planean juramentar frente al Capitolio aunque ante una reducida audiencia, en un gesto para conservar la tradición y enviar un mensaje al mundo sobre “la resiliencia de la democracia americana”, dijo Kate Bedingfield, quién será la directora de comunicación de la Casa Blanca en la nueva administración.
No se verá a la típica multitud concentrada en el National Mall, rodeado por barreras y cercas como parte de las medidas de seguridad implementadas después de los disturbios. Doscientas mil banderas fueron plantadas en su lugar.
“Después de que presten juramento, el presidente electo Biden pronunciará un discurso inaugural en el que expondrá su visión de derrotar la pandemia, reconstruir mejor y unificar y sanar a la nación”, anunció el comité.
Con la experiencia de la convención demócrata y la conducción de la campaña en medio de una pandemia, el comité sustituyó la clásica gala para celebrar la investidura por un evento televisivo conducido por el actor Tom Hanks en la noche del miércoles. También habrá un “desfile virtual” con la participación de actores, músicos, atletas olímpicos y en el que estarán representados las distintas comunidades, estados y territorios estadounidenses.
El evento también será inusual en otro sentido: el presidente Trump volará a Florida en la mañana y no participará en la inauguración de Biden, lo que no sorprende tras haberse mantenido propagando falsedades sobre un supuesto fraude masivo desde su derrota en las pasadas elecciones de noviembre. Es el primero en no atender la toma de posesión de su sucesor desde 1869, cuando el presidente Andrew Johnson se rehusó a participar en la inauguración de Ulysses S. Grant.
Sin mencionar a Biden, Trump deseó a la nueva administración “buena suerte” el martes, el único gesto de cortesía hacia su sucesor durante la transición de poder.
“Esta semana, inauguramos una nueva administración y oramos por su éxito en mantener a Estados Unidos seguro y próspero”, dijo durante su discurso de despedida. “Les extendemos nuestros mejores deseos y también queremos que tengan suerte, una palabra muy importante”.
El vicepresidente Mike Pence, quien rechazó las presiones de Trump para que no reconociera los resultados de las elecciones, confirmó que asistirá a la ceremonia.
Pero aún desde su refugio en Mar-A-Lago, Trump, seguirá siendo una sombra para Biden desde que arribe a la Casa Blanca, no solo porque gran parte de su agenda como presidente se centrará en desmantelar las políticas de su antecesor sino porque los primeros días de su mandato estarán marcados por el juicio político que le espera a Trump en el Senado por “incitar a la insurrección”.
El riesgo de violencia
De manera independiente, el Departamento de Justicia también está investigando si el presidente saliente alentó el asalto al Capitolio, cuando durante un acto político antes de la certificación de los resultados electorales el 6 de enero, instó a sus seguidores a “luchar como demonios” y caminar por la avenida Pensilvania en DC hasta el Capitolio para darle a los republicanos “débiles…la clase de orgullo y audacia que necesitan para recuperar nuestro país”.
Los comentarios de Trump fueron la culminación de una campaña de propaganda de dos meses en la que él y sus aliados cercanos rechazaron los resultados de las elecciones y repitieron teorías conspirativas sobre el supuesto robo de votos en varios estados. Las cortes rechazaron todas las demandas que presentó su equipo legal sobre el alegado fraude.
La semana pasada, el director del Buró Federal de Investigaciones (FBI), Christopher Wray, dijo que la agencia había arrestado a más de 100 participantes en el fatal asedio al Capitolio y había identificado a unos doscientos. Wray dijo que el FBI estaba monitoreando conversaciones en las redes sociales e inteligencia sobre posibles protestas y actos violentos durante la inauguración de Biden, no solo en DC sino en todo el país, lo que condujo a la fortificación de edificios del gobierno y capitolios en la mayoría de los estados.
El lunes, el secretario de defensa en funciones, Christopher Miller, dijo que aunque su agencia no contaba con informes de inteligencia que indiquen una amenaza interna, el Departamento realizará verificaciones a los miembros de la Guardia Nacional enviados a D.C., en un esfuerzo por “remover cielo y tierra” para garantizar la seguridad de la toma presidencial.
El riesgo de la extrema polarización y la radicalización de los nacionalistas de extrema derecha, sin embargo, no desaparecerá tras la ceremonia del miércoles, y se suma a la letanía de problemas con los que tendrá que lidiar Biden, quien hizo de la unidad y la reconciliación uno de los temas centrales de su campaña.
“Tengo esperanzas porque 81 millones estadounidenses eligieron un nuevo liderazgo y vamos a ver lo que se supone es un comandante en jefe”, dijo Martin Luther King III el lunes a CNN, cuando se conmemoró el legado de su abuelo, el defensor de los derechos civiles Martin Luther King. “Con suerte, las personas se volcarán hacia los demás y no unas contra otras. No va a ser fácil y no va a ser rápido pero con el tiempo creo que esto puede suceder porque el tono lo marca el comandante en jefe”.
Otros analistas creen que si bien la polarización del electorado estadounidense ya venía en aumento, Trump desató unas fuerzas que serán difíciles de contener.
“De cara al futuro, las perspectivas de violencia en la política seguirán siendo posibles”, opinó Fonseca.