La primera exportación legal de THC desde Colombia a Estados Unidos o la legalización del uso adulto del cannabis en el estado de Nueva York la semana pasada exhiben de qué forma, lenta pero sostenida, el mundo entero empieza a aceptar y sacar provecho de un nuevo paradigma: el fin de la prohibición.
Se hizo esperar, pero ha llegado el tiempo de la justicia para la planta de cannabis. Después de casi 90 años de mano dura y prohibición global, las bondades medicinales de este arbusto milenario están haciendo que todo el planeta reconsidere sus ideas al respecto. Se abre un nuevo mundo con la industria del cannabis legal: no sólo para uso terapéutico, también adulto (”recreativo”) y una vuelta a las fuentes de la producción industrial de fibras, alimentos, materiales de construcción y piezas para automóviles y aviones, entre otros.
La primera exportación legal de THC (molécula psicoactiva de la marihuana) o la legalización del uso adulto en el estado de Nueva York la semana pasada exhiben de qué forma, lenta pero sostenida, el mundo entero empieza a aceptar y sacar provecho de un nuevo paradigma -el legal-, al que podríamos asignarle tres aspectos clave: la justicia con los usuarios en cada vez más países y estados que regulan o despenalizan la tenencia y el cultivo; el acceso a las terapias con la flor de la planta o los derivados farmacéuticos, que otorgan una calidad de vida a los pacientes en decenas de enfermedades (de cáncer a epilepsia, de Parkinson a fibromialgia); y una industria con una proyección impresionante que cotiza en las principales Bolsas del mundo y estimula a inversores, emprendedores y trabajadores.
Simultáneamente, toma forma un nuevo paradigma de lucha contra el narcotráfico. Con la marihuana legal, los que regulan el mercado son los Estados y no los narcos. El negocio clandestino de las drogas deja muchas más muertes que el consumo de éstas: se derrama más sangre por la disputa del territorio entre los clanes que por sobredosis (se estima que alrededor de 271 millones de personas usan drogas en el mundo al menos una vez al año y apenas el 9% tiene algún tipo de adicción y por supuesto, no todas esas mueren por su consumo problemático).
Para combatir el tráfico y cortar con criminalidad la idea más eficiente -que han impulsado con éxito Canadá, Uruguay y 15 estados de EE.UU., el país que prohibió la marihuana por primera vez en 1936- pareciera ser la de tomar ese territorio y permitir el juego con reglas transparentes. De hecho, el nuevo gobierno estadounidense admitió que estudian una regulación del cannabis a nivel federal que acompañe las legislaciones de los estados.
América del Norte va camino a tener marihuana legal de una punta a la otra. La Cámara de Diputados de México votó a principios del mes pasado una ley para regular el uso adulto de la planta, tres años después de legislar sobre el consumo medicinal. Con más de 120 millones de habitantes, México podría convertirse en el mayor mercado de marihuana del mundo. Se espera que este mes el Senado sancione la ley y el país se convierta en la tercera nación en regular el cannabis de manera completa, junto a Uruguay y Canadá.
Es que, hasta ahora, no hay un solo dato que indique que, con la prohibición, hayan bajado los niveles de consumo de sustancias. Todo lo contrario. Las estadísticas de todos los países prohibicionistas muestran crecimiento, no solo del uso de drogas, también de los territorios de cultivo. Especialmente en el caso de la cocaína y en Colombia, donde según la DEA el 92% de los clientes de los carteles son consumidores de Estados Unidos.
Por su bajo costo de producción y un clima ideal, Colombia está llamado a ser uno de los principales productores de cannabis legal del mundo. Entre 2015 y 2017, el país formalizó y reguló el uso medicinal de la planta. Desde el punto de vista de las libertades individuales, Colombia permite tener hasta 20 gramos de marihuana y el cultivo personal de hasta 20 plantas, para lo cual no se necesita ni siquiera una licencia de cultivo.
Respecto del uso medicinal, los pacientes colombianos puede acceder a cualquier formato de cannabis (flores, extractos) incluso con alto contenido de THC con solo tener una receta médica. Los médicos, de hecho, pueden indicarlo para cualquier afección que ellos consideren aplicable. Los pacientes que no tienen consumo problemático, pueden ir a comprar cannabis a las farmacias como quien busca un analgésico.
El marco regulatorio en Colombia se basa en un modelo de producción bajo contrato en el que el Gobierno otorga las licencias de hasta cinco años. Los productores deben asumir el compromiso de contratar productores locales. De esta forma, muchos de los campesinos que cultivaban para los clanes narco, ahora lo hacen dentro de la legalidad, para empresas registradas.
En el mismo camino está Uruguay (que también exportó su primer “cargamento” de cannabis para uso medicinal a Estados Unidos en febrero pasado, a la misma compañía que ahora lo hizo la productora colombiana) y hacia allí apunta también Argentina, donde un informe reservado estima un movimiento de dinero de 350 millones de dólares cuando los mercados medicinal e industrial estén legalizados.
El clima y el suelo de las naciones sudamericanas son ideales para el cultivo de cannabis. No por nada las grandes empresas extranjeras (especialmente de Canadá y Estados Unidos) están ansiosas de nuevos marcos regulatorios en estas tierras al sur del Ecuador.
Colombia tiene claro hacia dónde apunta: el negocio de la exportación. Y a los dólares que eso puede dejarle al país. Según un informe de 2015 del Observatorio de Drogas de Colombia, entre 2010 y 2014 más de 1,5 millones de kilos de cannabis fueron incautados por las fuerzas de seguridad nacionales. En consecuencia, gran parte del presupuesto militar se destinó a perseguir el mercado ilegal de “la droga”. Y muchos campesinos sufrieron la destrucción de sus cosechas. Pero esa guerra es infinita. Solo se detiene se si corre el velo de la prohibición.
Con la legalización de 2016, la industria emergente empezó a exhibir su gran potencial de crecimiento. La Asociación de la Industria Colombiana del Cannabis proyecta para 2025 un movimiento de 54 mil millones de dólares.
Si bien la pandemia de COVID-19 desaceleró la expansión de la industria a los inicios de 2020, empresas instaladas en Colombia como Khiron, Avicanna (liderada por el argentino Lucas Nosiglia, que en mayo del año pasado envió 100 mil semillas a Colorado, EE.UU.), PharmaCielo y Clever Leaves ya obtienen ganancias millonarias.
Para 2030, se espera que la industria colombiana del cannabis genere más de 41.000 empleos, según un informe de la consultora Fedesarrollo, especializada en políticas públicas. Y lo mismo estiman en Nueva York, donde proyectan la generación de entre 30 mil y 60 mil fuentes de trabajo en los próximos cinco años.
En Colombia aun quedan aspectos por resolver ante un mercado que crece como una ola en medio de un tsunami. Desde la industria reclaman mayor velocidad en la concesión de licencias, poder exportar flores secas y abrir más licencias.
Según el informe de Fedesarrollo, todas las empresas del sector creen que la regulación demasiado estricta las exportaciones es el mayor riesgo para la industria en la actualidad. Pero todo el continente se abre camino con la planta de marihuana.
Los tiempos están cambiando. Y América podría estar a la vanguardia. Se puede ver en la frase de Andrés López Velasco, director del Fondo Nacional de Estupefacientes de Colombia hasta 2019, cuando tras la regulación, les dijo a los campesinos de su país: “El mensaje es ‘sigue el camino legal con la marihuana, puedes mantener tu experiencia y tus conocimientos sobre cómo cultivarla, pero hazlo de forma legal”.
Fuente: Infobae