La crisis en Venezuela entra desde hoy en un terreno movedizo. Con un Nicolás Maduro aislado, pero cómodo en su despacho del Palacio de Miraflores, la oposición liderada por María Corina Machado tendrá el enorme desafío de mantener la protesta en las calles y presionar por izquierda a través de la influencia de Brasil, México y Colombia sobre el gobierno chavista.
Maduro logró resistir la primera semana tras las contestadas elecciones del 28 de julio. Su reelección, bajo fuertes denuncias de fraude y no reconocida por varios gobiernos de la región, entre ellos el de Javier Milei, dejará visibles secuelas internas.
La “revolución bolivariana” sufrió un duro golpe en los sectores más populares de Venezuela. Antiguos bastiones, como los barrios populares de Petare o Catia, de Caracas, ya no son territorio monopólico del chavismo. Algo se quebró el 28 de julio a la noche, cuando el Consejo Nacional Electoral (CNE) anunció el triunfo del presidente sin presentar siquiera un acta. Nunca antes se habían visto tantos focos de protesta en los carenciados cerros de la capital.
La pregunta ahora es cómo gobernará Maduro en el terreno interno y cómo saldará su relación histórica con sus aliados más cercanos en la región, los presidentes Luiz Lula da Silva, de Brasil; Gustavo Petro, de Colombia, y Andrés Manuel López Obrador, de México, empeñados en mediar para lograr una salida negociada a la crisis. Para la oposición, la apuesta es no perder la iniciativa y sobre todo la calle tras una semana de protestas.
Qué pueda pasar de ahora en más en Venezuela
El gran problema hoy de la oposición en Venezuela es el tiempo. La mayoría de los enviados especiales para cubrir las elecciones ya volvió a su país. Solo quedan un puñado de periodistas en Caracas, entre ellos Gonzalo Bañez, de TN.
Pero cuando la crisis venezolana de paso a otros eventos internacionales, como la latente crisis de Medio Oriente, bajo amenaza de inminente ataque iraní a Israel, la oposición se quedará sola. Tendrá que jugar bajo las reglas de Maduro.
“Hay que seguir haciendo presión nacional e internacional. Una dictadura abierta, del tipo que quiere asumir Maduro, tiene muchos costos”, dijo a TN la exprecandidata presidencial opositora, Tamara Adrián.
Los costos no solo lo pagarán los venezolanos. También Maduro. Los millones de electores que eligieron la boleta de Edmundo González Urrutia, el candidato de la Plataforma Unitaria Democrática (PUD), están convencidos de que solo un fraude generalizado impidió el triunfo de la oposición. Y como nunca antes, en los 25 años de hegemonía chavista, esa sensación abrazó a todas las clases sociales.
En ese escenario, el mayor interrogante es cómo logrará el gobierno neutralizar las protestas. Tamara Adrián, que perdió las elecciones primarias de la oposición de noviembre pasado con María Corina Machado, no duda: “Pues, la que ha usado: la fuerza militar y paramilitar”, en especial los “colectivos”, que no son más que una poderosa fuerza de choque civil, armada y motorizada, para amedrentar a los opositores.
La estrategia de Nicolás Maduro en Venezuela
Del lado del chavismo, hay dos visiones contrapuestas. Una, la más sólida, es la que asegura que Maduro se atrincherará en Miraflores y gobernará “a la cubana”, sin mirar hacia atrás y reprimiendo todo atisbo de disidencia, contra todo y contra todos, más allá de las sanciones internacionales y la presión interna. A su favor, tiene a las Fuerzas Armadas y a Rusia, China e Irán. La otra, la de menor peso, es que se prepara para negociar.
En el orden militar, no se avizora una grieta entre la oficialidad. La militarizada Guardia Nacional Bolivariana salió a las calles a reprimir las protestas. El respaldo además se recuesta en el gran poder económico que manejan las cúpulas. Los jefes militares controlan empresas de minería, petróleo y distribución de alimentos. También las aduanas y 12 de los 34 ministerios, entre ellos los de Petróleo, Energía, Defensa, Relaciones Interiores y Comercio. Es el mismo modelo que aplica Cuba.
El control sobre los mandos intermedios y la tropa es total. Cualquier atisbo de oposición es castigado con severidad. Hay denuncias de arrestos y torturas contra militares disidentes. Organizaciones de derechos humanos hablan de decenas de detenciones en sus filas.
Según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS), citado por AFP, las Fuerzas Armadas de Venezuela están conformadas por 343.000 integrantes, lo que la convierte en la tercera más grande de la región, detrás de Brasil y Colombia. Casi 50 importantes mandos fueron incluidos en las listas de sanciones elaboradas por los Estados Unidos o están bajo investigación de la ONU o de la Corte Penal Internacional. Los acusan de violaciones de derechos humanos y crímenes de lesa humanidad. No tienen ningún incentivo para rebelarse al poder y sí muchos privilegios que perder.
Los que creen en que Maduro se atrinchera para prepararse para una negociación son los menos. Entre ellos está el exdiputado chavista Juan Barreto, devenido en opositor. “Es posible que ese sea el escenario. Ahora, ¿qué negociaría Maduro? Hay que ver, porque él también ha llevado lo suyo. Tiene una recompensa sobre su cabeza, una orden de captura internacional, una investigación en la Corte Penal Internacional por presuntas violaciones a derechos humanos. Hay un bloqueo sobre el país, sobre su economía, que ha afectado también su capacidad de hacer política. Eso hace que se atrinchere, porque no tiene garantías. El costo de salida y entrega es muy alto en comparación con el de permanencia, y ellos están apostando por la permanencia”, afirmó en diálogo con el diario español El País.
En ese marco político de creciente incertidumbre, a la oposición le queda jugar la carta de la mediación por izquierda liderada por Lula, Petro y López Obrador con una amnistía general bajo la manga. Pero la oposición está cansada de negociar con Maduro: lo viene haciendo desde hace años y sin ningún resultado concreto, más allá de unas elecciones presidenciales cuyo resultado oficial no lo creen ni siquiera en los bastiones históricos del chavismo. La sensación en las filas opositoras es clara: mientras más acorralado se sienta Maduro, habrá una menor apertura a una salida negociada.