En la Meseta de Somuncurá se encuentran paisajes únicos, vestigios de antiguas culturas y un santuario de la biodiversidad. El imponente altiplano se originó por la actividad volcánica de hace millones de años.
Entre los múltiples destinos que se destacan en nuestro país para hacer una escapada turística hay uno no tan conocido que ofrece una espectacular riqueza geológica y arqueológica. Se trata de un área natural, ubicada en el sur de la provincia de Río Negro, que abarca una superficie de 25.000 kilómetros cuadrados y se eleva a una altitud de 1.600 metros sobre el nivel del mar.
Estamos hablando de la Meseta de Somuncurá, una vasta extensión caracterizada por su singular belleza natural, su valioso patrimonio geológico y una rica historia arqueológica. Este imponente altiplano, que se extiende también hacia la provincia de Chubut, es un verdadero santuario de biodiversidad y un testimonio de la ocupación humana prehistórica.
El origen de la Meseta de Somuncurá está vinculado a la actividad volcánica que tuvo lugar hace millones de años. Los flujos de lava basáltica cubrieron gran parte de su superficie, dejando un terreno irregular, con picos aislados y formaciones rocosas de formas caprichosas.
En este panorama se destacan las mesetas escalonadas y los cerros testigos que ofrecen una vista imponente del entorno. Este proceso volcánico es responsable de las capas de roca basáltica que predominan en la región, lo que convierte a la meseta en un área de gran interés para geólogos de todo el mundo.
Uno de los puntos más interesantes de la meseta es la existencia de grandes reservorios subterráneos de agua, que emergen en forma de manantiales y pequeños arroyos. Estos cursos de agua son esenciales para la vida en este entorno árido y han permitido el desarrollo de una flora y fauna únicas, muchas de ellas endémicas, adaptadas a las duras condiciones climáticas y al terreno rocoso.
Riqueza arqueológica y patrimonio cultural
La Meseta de Somuncurá no solo es rica en términos geológicos, sino que también es un área de gran valor arqueológico. Los primeros habitantes de la región, que se establecieron hace más de 10.000 años, dejaron huellas indelebles de su paso. Las pinturas rupestres, los sitios funerarios y los artefactos de piedra encontrados en la zona son testimonios de la vida cotidiana de estas antiguas culturas.
Uno de los descubrimientos más importantes en la meseta son las “piedras tacitas”, rocas con cavidades cóncavas que, se cree, fueron utilizadas por los pueblos originarios para moler semillas o realizar rituales. Además, se han encontrado numerosos objetos líticos, como puntas de flecha y raspadores, que ofrecen información sobre las técnicas de caza y las actividades diarias de estos antiguos pobladores.
El aislamiento geográfico permitió que muchas de estas reliquias se conservaran en buen estado, proporcionando a los arqueólogos una ventana única para estudiar las culturas que habitaron la Patagonia hace miles de años.
Además, algunos investigadores sugieren que la meseta pudo haber sido un lugar de refugio para los pueblos indígenas durante los conflictos con los colonizadores europeos, lo que añade un valor histórico adicional a esta zona.
A pesar de la aparente aridez de la zona, la biodiversidad que alberga es notable. Entre las especies más destacadas se encuentra el cíclido somuncura (Percichthys trucha), un pez endémico.
Respecto de los mamíferos que habitan la zona, encontramos guanacos, zorros y pequeños roedores, mientras que en las alturas es común ver el majestuoso vuelo del cóndor andino. La vegetación, aunque escasa y dispersa, está compuesta principalmente por arbustos adaptados a la falta de agua y los fuertes vientos.
Se puede acceder desde distintos puntos de los alrededores, en cualquier época del año -preferentemente entre octubre y abril-, y la recomendación es ir siempre con guías: desde Valcheta, desde Ministro Ramos Mexia, desde Los Menucos, desde Maquinchao y a través de la localidad de El Caín, donde se ingresa con la compañía de guardas ambientales.