Por Carlos A. Villalba
Los Titanes lucharon contra los Olímpicos durante once años, en batallas libradas antes de la existencia del hombre sobre la tierra. El supremo Zeus condenó a Atlas, el jefe vencido, a sostener por siempre a la Tierra sobre sus hombros y separada de Urano, el cielo, el arco del firmamento.
De ese Atlas, el portador, el soportador; o de Atlas, la cordillera que recorre Túnez, Argelia y Marruecos y separa las costas del Mediterráneo y el Atlántico del desierto del Sahara, los
cartógrafos tomaron el nombre para las carpetas que contuvieron los primeros mapas globales de la Historia.
En 1570 Abraham Ortelius (1527-1598), publicó la primera de esas colecciones, el Teatro del Mundo. Ocho años después, su amigo Gerardus Mercator, también flamenco, dio a conocer su propia selección enfundada en una portada en la que, por primera vez, apareció la imagen de Atlas.
A desaprender
Un atlas, siempre, es una opción. La selección y construcción de esa colección sistemática de mapas, gráficos, cuadros estadísticos, textos… siempre están determinadas por un tiempo histórico, una representación del mundo y su coyuntura, por la selección de los protagonistas y sus responsabilidades.
La Universidad Nacional de Lanús, Argentina, encaró su propio ejercicio de libertad y presentó sobre el final del año el Atlas Histórico de América Latina y el Caribe, pensado como un conjunto de “Aportes para la descolonización pedagógica y cultural”; una quijotada -sobre todo en tiempos de recorte macrista- organizada en tres tomos, con fotos, ilustraciones, infografías y textos elaborados por decenas de jóvenes historiadores, politólogos, filósofos, sociólogos, geógrafos, economistas y de otras disciplinas, dirigidos por la Rectora, Dra. Ana Jaramillo, bajo la coordinación de la profesora de Historia Mara Espasande.
La América de este Atlas, destinado a impactar como obra académica tanto como modelo de construcción histórica en toda la región, se planta en las antípodas de la América “europea”; es “la América mestiza fundada por el cruzamiento, a veces violento, de mucha sangre europea, india y africana”, que se adentra en sus propias raíces para contribuir en la edificación de conocimientos y prácticas no importados, a partir de raíces ancladas en las luchas de los pueblos amerindios contra los invasores, donde se alojan los precursores de los independentistas indo-ibero-americanos, como los llamaría Juan José Hernández Arregui, uno de los tantos autores desempolvados por el Atlas e instalados en el lugar de preferencia que les corresponde.
La propia directora de la obra señala que el momento actual de la región exige a los universitarios latinoamericanos y caribeños a “aprender y enseñar finalmente desde nuestra historia y también desde la filosofía, los problemas que aquejan a nuestra región así como la vocación y la voluntad de construir un destino común”.
Para lograr su objetivo, el Atlas arranca con la historia del poblamiento de América, los recorridos de los pueblos cazadores-recolectores, la domesticación de plantas y animales y el comienzo de las estrategias productivas. La región late en la obra, vive, está poblada de sujetos históricos que conformaron sociedades aldeanas, es la “Historia silenciada” a la que el equipo de Lanús intenta darle voz. Se diferencia así de sus pocos antecesores, que arrancan su relato con la llegada de los barcos que traen al invasor y plantean el estudio a partir del paso “Del orden colonial al neocolonial”, es decir, construyen una América sin indios, pueblos originarios, dioses propios, culturas, imaginarios y aspiraciones propias.
Esta nueva forma de concebir “la academia”, vinculada a las luchas de los pueblos, comprometida con las acciones cotidianas de las comunidades que rodean a sus universidades, diseña sus obras al compás del ritmo de sus pueblos. Los aires de la Bolivia plurinacional gobernada por un indígena aymara, la Revolución Bolivariana de Venezuela, la Argentina de la redistribución de la renta y la inclusión, la Cuba socialista, la Revolución Ciudadana de Ecuador campean en las 1.762 páginas páginas de este recorrido histórico.
Plan para una obra
El martes 20 de diciembre se presentó la edición impresa del primero de los tomos del Atlas, que abarca desde el poblamiento de América hasta la Revolución Mexicana. Simultáneamente se habilitó su versión online (1).
En el mes de marzo, Ediciones de la Universidad Nacional de Lanús (EDUNLA), presentará los siguientes tramos. El segundo recorre desde principios del siglo XX hasta la actualidad, a través de capítulos que desarrollan los principales procesos políticos, económicos, culturales y sociales de la región, además de estudios específicos de algunos ejes como la historia de los nombres de América Latina, de las representaciones cartográficas, la lucha de los campesinos, el movimiento obrero y de las mujeres. Se analizan los textos constitucionales del siglo XIX, XX y XXI y cada etapa histórica cuenta con una selección de documentos y fuentes primarias que facilitan la ubicación en la época estudiada.
El tomo 3 encara temas como la identidad y la realidad social actual, que apuntan a estudiar con perspectiva histórica “quiénes somos, hacia dónde vamos, cuáles son nuestros principales desafíos”, en terrenos como salud, educación, urbanismo, defensa, música, religión, lenguas, la comunicación y la cultura jurídica.
Centenares de mapas antiguos y temáticos de elaboración propia acompañan los textos, con la intención de representar gráficamente los procesos en la organización político territorial de la región, en el marco de acontecimientos históricos seleccionados para mostrar “la identidad del carácter independentista de pueblos hermanados por sus luchas”.
Con todo, los responsables del trabajo advierten al lector que el Atlas “no es exhaustivo ni pretende serlo”, es un abanico de “expresiones teóricas íntimamente relacionadas con la práctica transformadora” y aspira a conformarse en “una herramienta para intervenir críticamente en la producción social del conocimiento”.
Con esta obra, la UNLA incorpora la mirada de los pensadores e intelectuales de nuestra América, con la intención de “avanzar en la descolonización cultural”, “construir nuestra Patria Grande, sustituyendo no solo la importación de productos, sino también las ideas importadas, colonizadas e imperialistas, depredadoras directa o implícitamente de nuestra cultura”.
La presentación de la obra denuncia los “Planes de desarrollo impostores que solo nos hundieron en una mayor dependencia de los centros hegemónicos, como fue el Consenso de Washington, que tanto sufrimiento y tanta expoliación nos provocó” y convoca a “hacerse cargo de nuestros problemas y reapropiarnos tanto de nuestras riquezas materiales como culturales”, con “la vocación y la voluntad de construir un destino común”.