Una cicatriz, nariz aguileña, enormes cejas y el color de su piel son algunos detalles sobre los que trabajó un artista santafesino durante cuatro años. Cómo fue el proceso para llegar a una imagen del Libertador que hizo llorar de emoción a un granadero y acaba de ser reconocida en el Congreso.
Su mirada era vivísima; ni un solo momento estaban quietos aquellos ojos; era una vibración continua la de aquella vista de águila: recorría cuanto le rodeaba con la velocidad del rayo.
La descripción de Gerónimo Espejo, un militar mendocino que integró el Ejército de los Andes, le calza justa a Teo Ghigliazza, que hoy tiene 7 años pero aquella tarde levantaba cuatro delgados deditos si algún vecino de Pueblo Esther le preguntaba la edad. Allí donde comienza a inclinarse el taco de la bota de Santa Fe, a 18 kilómetros de Rosario, la diversión eran las cabras, nutrias y pavos reales en patios o quintas de los 12 mil habitantes de la localidad, pero también el estudio de papá.
«¿Ése quién es?», preguntaba señalando el monitor de la PC. «Es San Martín, hijo», respondía Ramiro Ghigliazza, y con la ruedita del mouse, mientras visitaba sitios de historia, formaba un ejército profesional con paisanos humildes y esclavos, combatía en San Lorenzo y atravesaba los Andes para liberar a Chile y Perú. Desafiaba al tiempo y a la curiosidad de su hijo mayor.
«¿Y ése, pa?», apuntaba el nene. «También es San Martín. Son todas pinturas de la cara de San Martín, Teo», le devolvía el padre con una chispa de duda prendiéndole el ceño.
Teo, el hijo mayor de Ramiro Ghigliazza, inspiró la idea del cuadro cuando hizo dudar a su papá sobre las diferencias entre los distintos retratos de San Martín. (Juan José García).
Hoy Ramiro Ghigliazza tiene en el mismo escritorio un recorte del diario La Prensa de 1960. Una amarillenta nota, titulada «Los rostros de San Martín», revolvía el enigma que hace cuatro años se convirtió en revelación para el diseñador gráfico nacido en Morón: cómo era la verdadera cara de San Martín. A partir de la inocente pregunta de su hijo comenzó una investigación ardua, surcó la historia de nuestra independencia y creó un retrato digital e hiperrealista del Libertador de América que hoy hace fuerte ruido en los cimientos del mundo sanmartiniano.
Su obra es igual a una foto. Siguió testimonios de contemporáneos que habían descripto al mayor héroe argentino, usó de modelos a personas que compartían rasgos o facciones, cotejó cada detalle con uno de los cuadros más famosos y con el daguerrotipo de 1848, cuando el General tenía ya 70 años, y creó un José Francisco de San Martín de 40 años con una mirada negra y desafiante como la de Teo cuando le preguntan si le gusta más Batman o nuestro prócer.
«No medí todo lo que se podía venir», admite Ghigliazza, que a los 44 años recibió una distinción en el Congreso de la Nación, un reconocimiento del Instituto Nacional Sanmartiniano y la atención de figuras destacadas de la cultura como León Gieco o Juan José Campanella.
«Yo no soy historiador, ni siquiera sabía demasiado sobre San Martín cuando empecé. Mi sueño máximo es donar la imagen a las 13.500 escuelas rurales de Argentina. Y después, a todos los colegios de nuestro país, Chile y Perú», dice a Clarín en la oficina donde trabaja haciendo diseños web para empresas nacionales y extranjeras, pero que ahora, además de esculturas abstractas y un cuadro del Che, está atiborrada de «sanmartines».
Ghigliazza tiene, además, otro proyecto para su obra: instalar una réplica del cuadro en todos los lugares emblemáticos de la vida de San Martín. «Ya está en San Lorenzo, donde fue el combate de 1813, y quiero llevarlo a Yapeyú (lugar de nacimiento), Mendoza (donde gobernó y gestó el Ejército de los Andes) Maipú, Lima (sedes en Chile y Perú de las batallas libertadoras más importantes tras el cruce de la cordillera), Boulogne-sur-Mer (Francia, donde murió) y Cervatos de la Cueza (España, pueblo de su casa materna)», explica.
El prócer al que no le gustaba posar
Que si los padres eran españoles o fue hijo de Diego de Alvear con una niñera guaraní. Que si pesó más su faceta militar estratega que la del político revolucionario. Supuestos romances, su costado masónico, los encuentros con Napoleón y Bolívar… los enigmas atribuidos a la vida de José de San Martín son muchos, varios alimentados por el imaginario novelesco de quienes los expusieron. Uno de ellos es la diferencia entre los retratos que le hicieron a lo largo de su vida.
A San Martín no le gustaba posar, aunque parte de la rutina protocolar de las figuras políticas del 1800 fuera hacerse inmortalizar por artistas prestigiosos. «Siempre hay que distinguir, en cada cuadro suyo, si posó o si el artista lo hizo de memoria», explica Roberto Colimodio, historiador y autor de libros como San Martín más allá del bronce y Repatriación de los restos del General San Martín.
«A las figuras políticas y militares, en los años de la Independencia, se las ‘embellecía’, por decirlo de algún modo. Se omitían cicatrices, arrugas, se cambiaban detalles. Se cree que una de las últimas veces que San Martín posó fue en 1828, en Bruselas, para el artista Jean Baptiste Madou. Así lo registró en una carta que mandó a su amigo Guillermo Miller, que estaba escribiendo sus memorias y le pidió que le enviara un retrato para incluirlo», explica Colimodio.
En palabras del Libertador sobre ese cuadro: «Los que lo han visto dicen que aunque se parece bastante me ha hecho más viejo y los ojos se encuentran defectuosos (…). Al fin yo he cumplido con su encargo asegurándole que será el último retrato que haga en mi vida», escribió ya en el exilio a los 50 años, en la carta al general con el que cruzó la cordillera.
Volvió a posar, a los 70, para el daguerrotipo, técnica madre de la fotografía que dejó para la posteridad la imagen más fiel del Padre de la Patria. Aunque por entonces ya estaba anciano, dos años antes de su muerte. «Lo llevaron sus familiares, prácticamente obligado, y se tomaron dos daguerrotipos. Uno se perdió y sólo hay copias que distribuyeron sus nietas», detalla Colimodio.
Ramiro Ghigliazza pasó de la curiosidad a la búsqueda exhaustiva. Con ayuda de expertos como Colimodio o Eduardo Mundani Osuna, integrante de la Asociación de Granaderos Reservistas, consiguió testimonios de militares, políticos y artistas que habían conocido en persona a San Martín y habían dejado registros sobre su apariencia y personalidad.
«Ramiro me contactó y me dijo que tenía ganas de hacer un cuadro digital», dice Mundani Osuna, que difunde en su cuenta de Facebook fotos y data de la historia Argentina para casi 50 mil seguidores. «Yo conocía las imágenes más icónicas, como la del pintor peruano José Gil de Castro, que lo retrató en Chile en 1819 y algunos dicen que lo caricaturizó. Después las de Madou o la de Navez, que lo embelleció», explica quien más ayudó al diseñador para impulsar su proyecto.
«Antes de empezar a diseñar me basé en la imagen del daguerrotipo y en el cuadro de la bandera: una obra que se discute si fue pintada por la profesora de arte de Mercedes, por la propia hija del General o por ambas», explica Ghigliazza.
El cuadro que menciona no está firmado ni fechado, pero habría estado en la habitación de San Martín hasta su muerte y así lo describe su nieta, Josefa Balcarce, en una carta a Bartolomé Mitre: «Era el mejor de todos y que mi madre prefería (sic) por su semejanza, la energía y viveza característica de su mirada «.
Del testimonio de Alberdi al carnicero que posó para el retrato
Hace diez años, Cristian Dariosi (47) tuvo un pico de estrés. Lo mandaron a hacer deporte y empezó a practicar taekwondo con sus hijos en Alvear, a 14 kilómetros de Rosario, donde vive y se dedica a vender carne. También a jugar al tenis. Así conoció a Ramiro Ghigliazza, que se convertiría en su amigo y expondría su rostro a la metamorfosis menos pensada: lo convertiría en San Martín.
Cristian Dariosi, amigo de Ghigliazza, taekwondista y vendedor de carne, fue el primer modelo fotografiado como base para el retrato digital de San Martín.
«Con Rami nos hicimos muy amigos. Con el paso del tiempo, me comentó que tenía un proyecto sobre San Martín. Y me decía que yo tenía un parecido… que la forma de mi cara le servía. Un día me preguntó si me animaba a sacarme unas fotos», recuerda. «Me lo tomé medio como un juego. Fui afeitado del día anterior, con un poco de patilla. Cuando llegué a Pueblo Esther, me esperaban con una cámara profesional, un set de luces… Yo dije ‘¡qué hago acá!'».
Los retratos que disparó el fotógrafo rosarino Beto Ritta fueron el puntapié inicial para el nuevo rostro de San Martín. En base a los documentos que fue consiguiendo, Ghigliazza buscó nuevos modelos con los rasgos que en los cuadros históricos no aparecían o estaban disimulados.
«Su rostro es verdaderamente hermoso, animado, inteligente, pero no abierto. Su modo de expresarse rápido suele adolecer de oscuridad»
María Graham (Escritora y viajera inglesa, conoció a San Martín en Chile en 1823)
«El general San Martín padece en su salud cuando está en inacción y se cura con sólo ponerse en movimiento», registró en su Diario de un viaje a Europa, en 1843, Juan Bautista Alberdi. «¡Qué diferente lo hallé del tipo que yo me había formado oyendo las descripciones hiperbólicas que me habían hecho de él sus admiradores en América! (…) Su frente, que no anuncia un gran pensador, promete, sin embargo, una inteligencia clara y despejada, un espíritu deliberado y audaz. Sus grandes cejas negras suben hacia el medio de la frente cada vez que se abren sus ojos, llenos aún del fuego de la juventud».
«Su modo de vida es en sumo grado simple y austero y raramente se sienta siquiera a la mesa, comiendo en pocos minutos cualquier vianda(…). Se dedica laboriosamente a los asuntos, no tolerando que nada escape a su personal atención».
Basilio Hall (viajero inglés, probable espía, lo conoció en Perú en 1820)
La «nariz aguileña», «cejas frondosas», «tez aceitunada» y, sobre todo, una mirada tan filosa como su famoso sable corvo son detalles que destacan todos los testimonios que inspiraron a Ghigliazza.
El color de piel de San Martín fue, también, motivo de debate. El diseñador usó el tono de Gabriel Leguizamón, otro conocido que hizo de modelo, para modificar el estereotipo caucásico europeo atribuido a San Martín en muchos de sus cuadros.
«Su estatura es de casi seis pies, cutis muy amarillento, pelo negro y recio, ojos también negros, vivos, inquietos y penetrantes, nariz aquilina; el mentón y la boca, cuando sonríe, adquieren una expresión singularmente simpática».
W.G.D. Worthington (supuesto espía norteamericano, entrevistó a San Martín en Chile)
«Es una falacia que su piel era oscura, participaba de la milicia desde muy joven y su tez era producto de muchos años a la intemperie. A los 14 años estaba peleando contra los moros en el norte de África, en medio del desierto. Fue infante de marina, estuvo embarcado en una fragata… de ahí que fue adoptando un color cobrizo o aceitunado», sostiene Mundani Osuna, que siguió aconsejando y aportando pequeñas correcciones durante los cuatro años de producción que Ghigliazza destinó a su proyecto.
El cuadro de Ghigliazza fue instalado en el pasillo central del convento de San Carlos Borromeo, hoy museo que recuerda el combate de San Lorenzo en esa ciudad santafesina. (Juan José García)
Una de esas correcciones se convertirían, además, en una reivindicación histórica: una cicatriz en la mejilla que le dejó el combate de San Lorenzo, la única batalla que San Martín libró en territorio argentino y una gesta patriótica fundamental para la liberación de América de la opresión española.
Los granaderos sienten
Darío Benítez nació con un problema auditivo. «Una pequeña falla en el oído», dice él. En la escuela, cuando tenía 5 años, sus compañeros lo sujetaron con la cabeza bajo una canilla abierta, y eso complicó su condición: tuvo que esperar hasta los 12 para poder operarse. En Montecarlo, Misiones, no se usaba decir bullying.
Su porte se ensanchó fagocitando anécdotas de su papá, ex militar, soldado que llegó a Puerto Argentino justo después de la rendición en la guerra de Malvinas. Darío tenía 17 la primera vez que soñó con entrar al Ejército. «¿Y si probamos a escondidas de mamá?», le dijo a Julio Ramón Benítez, previendo que en su casa chocarían China con África si se anotaba para viajar solo a Buenos Aires, a formarse como militar.
Siete años después, en diciembre de 2018, volvió desde Campo de Mayo con uniforme de soldado, sin avisar a ninguno de los 19.000 habitantes de su ciudad: ni a su hermana cumpleañera, ni a su mamá ni a su papá. Los nuevos vecinos de su casa familiar, aquellos nenes del colegio que lo habían maltratado, lo vieron llegar altivo, temerario, respetable. Sus amigos y familia se conmovieron. Como le habían enseñado, el soldado es firme: no se doblega, no claudica, no llora. Pero los granaderos, descubriría Darío, sienten. Y si hace falta, para sentir, se llora.
La foto que le sacaron en San Lorenzo al granadero Darío Benítez cuando lloró de emoción por la inauguración del cuadro de Ghigliazza, el 3 de febrero pasado.
Este verano, el Granadero Benítez se volvió famoso en las redes sociales, en portales de noticias y en su Montecarlo natal, donde hasta el intendente le organizó un reconocimiento. El 3 de febrero lo convocaron a la inauguración del primer cuadro de Ramiro Ghigliazza en San Lorenzo, para el 206º aniversario del combate, y le tocó estar de guardia junto al pasillo central del museo donde instalaron la obra.
Mientras descubrían el nuevo rostro de San Martín recordó a su mamá, pensó en el sacrificio de haber llegado desde el interior a una Buenos Aires tan frenética como la de 1813, dejó arder en su pecho el honor sanmartiniano del que tanto le habían hablado y se estremeció. No pudo contener las lágrimas, tampoco las fotos de celulares de quienes se conmovían al verlo.
Lejos de reprenderlo, como él temía, en el Escuadrón Ayacucho del Regimiento de Granaderos a Caballo, donde forman a la guardia presidencial que custodia Olivos y la Casa Rosada, lo felicitaron. Su llanto había trascendido: en Facebook, Instagram y medios digitales hablaban del granadero que lloró de emoción por una nueva imagen del Libertador.
«Cuando me designaron para ir a Granaderos yo no conocía tanto la historia del General San Martín. Lo primero que pensé fue que no sabía montar. Y eso que en Montecarlo hay caballos, eh», recuerda Darío. Hoy ya no se mira al espejo como la primera vez que usó el uniforme, con ínfulas de superhéroe.
En el museo conventual de San Carlos Borromeo, San Lorenzo, donde está instalado el primer cuadro de Ghigliazza, los granaderos están a cargo de las visitas guiadas. (Juan José García)
«Con mi regimiento representamos los valores de San Martín. El esfuerzo, la dedicación por la libertad del pueblo, el sentimiento patriótico. El día que fuimos a San Lorenzo, con mi compañero escuchamos que había algo de un cuadro nuevo, todo el mundo hablaba de eso. Y nos tocó estar en la presentación, en guardia. Aguanté la emoción hasta que no pude más», dice el soldado de 24 años. «Yo siempre me imagino lo que debe haber sido tener a San Martín como coronel, hasta llegamos a fantasear con pensarlo en Malvinas, en cada momento de la historia», sintetiza Benítez sobre el sentir de los granaderos.
La instalación del primer cuadro de Ramiro Ghigliazza en San Lorenzo fue emblemática. «Acá San Martín dio el puntapié inicial para la emancipación del continente. Si sus granaderos no hubieran ganado ese combate, si lo hubieran matado cuando quedó atrapado bajo su caballo caído, quién sabe qué hubiera sido de nuestra independencia», dice Germán Bonansera, coordinador del Museo Conventual de San Carlos Borromeo, que recibe a más de 100 mil estudiantes por año y es pionero en el país por su infraestructura tecnológica, pantallas y dispositivos de realidad virtual.
En el Museo de San Carlos, en San Lorenzo, pantallas en las paredes muestran a actores que, al pasar los visitantes, representan a los personajes clave del combate del 3 de febrero de 1813. (Juan José García)
Te lo resumo así nomás: en enero de 1813 el directorio porteño le encargó a San Martín la misión de repeler al ejército español que, sitiado en Montevideo, navegaba hacia el Litoral para saquear pueblos costeros. Llevó a 150 hombres del Regimiento de Granaderos a Caballo, que él mismo entrenó, formó y vistió, desde Retiro hasta San Lorenzo, en cinco días de cabalgata.
El 2 de febrero los frailes franciscanos del convento de San Carlos recibieron al ejército patriota y le armaron su «búnker» estratégico y hospital de campaña. Todos pasaron la noche en absoluto silencio para no alertar a las tripulaciones realistas. En la madrugada del 3, San Martín sorprendió a los españoles en la costa del Paraná: con casi la mitad de soldados y una estrategia bélica de «tenaza», en dos columnas, los derrotó en 15 minutos.
El resto es historia conocida y ya la escuchamos en el aula: el caballo de San Martín, herido de bala, cayó sobre él y lo atrapó. En un intento de estocada, los españoles le dejaron en la mejilla una cicatriz que los cuadros históricos no muestran. Mientras el soldado Baigorria derribaba a rivales que lo acechaban, el granadero Cabral, que entonces tenía un año menos de los que hoy tiene Darío Benítez, lo ayudó a liberarse y perdió la vida por su coronel.
«Pensar que acá empezó todo», reflexiona Ghigliazza en el campanario del convento desde donde San Martín observó con su catalejo el desembarco español. «El tipo creó un ejército profesional, como los que le admiraba a Napoleón, con gente del pueblo bajo, esclavos y personas que nunca habían tenido entrenamiento militar, y lo llevó a derrotar a 250 soldados españoles».
El retrato digitalizado de San Martín que el artista donó a San Lorenzo fue el primero de un plan ambicioso. Por sus dimensiones (2,40 x 1,90 metros), la enigmática mirada y los rasgos tan humanizados, cientos de alumnos se quedan todos los días petrificados frente al cuadro.
Del reconocimiento a las aulas
En pocos meses, Ghigliazza fue cosechando elogios de expertos, investigadores y personalidades reconocidas de la cultura. El lunes, la Cámara de Diputados de la Nación distinguió su obra que el artista santafesino donó al Congreso. La réplica fue instalada en el salón de conferencias Delia Parodi.
En septiembre, el Instituto Nacional Sanmartiniano, que depende del Ministerio de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología, declaró a través de una resolución «de interés Sanmartinano a la obra denominada ‘José Francisco de San Martín en 1818′».
El lunes, en la Cámara de Diputados de la Nación, le dieron un reconocimiento a Ramiro Ghigliazza por su obra, que será instalada también en el Salón de Conferencias Delia Parodi del Congreso.
«No puedo opinar sobre la veracidad, porque San Martín posó algunas veces y hubo libres interpretaciones. Pero celebramos que se le dedique tiempo, esfuerzo y vocación a transformar una imagen digital respetuosamente para honrar a nuestro prócer», dice Eduardo García Caffi, presidente de la entidad que se dedica a estudiar, investigar y divulgar la personalidad, imagen y gesta del Libertador.
En la última década se multiplicaron los homenajes al Padre de la Patria. «Nos llegan cuadros, obras musicales, libros. Hemos invitado a chicos de distintas provincias que querían celebrar su cumpleaños ‘temático’ sobre San Martín. No como una gracia, como los niños que se disfrazan de Batman o el Hombre Araña: son nenes de muy corta edad que se sienten identificados con San Martín», cuenta García Caffi, y opina que «tuvo muchísimo que ver Paka Paka (el canal infantil de TV abierta lanzado en 2010) y los programas animados que acercaron al calor popular las figuras de San Martín y otros próceres».
León Gieco, uno de los artistas que ayudaron a Ghigliazza a difundir su proyecto.
Otras dos próximas réplicas del cuadro de Ghigliazza están cerca de viajar a Mendoza, donde San Martín fue gobernador y organizó el Ejército de Los Andes, y a Boulogne-sur-Mer, donde está la casa en la que vivió sus últimos días, hoy convertida en museo.
«El año que viene se cumplen 170 años de la muerte del General San Martín, y la idea es armar en Boulogne-sur-Mer una muestra que explique todo el recorrido que llevó al artista a la imagen final, el cuadro», adelantan desde la Embajada Argentina en Francia. «A la casa la visitan muchos argentinos, la muestra sería interesante por lo histórico y futurista, al tratarse de arte digital».
A su obra, Ramiro Ghigliazza le dice «Sanma». Jura que no se volvió un fanático ni se obsesionó con San Martín. Dice que hubo ex combatientes de Malvinas que llevaron copias de su cuadro a las islas y gente que le insistió para que hiciera lo mismo con Manuel Belgrano o Martín Miguel de Güemes. Y revela su máximo anhelo.
Ex combatientes de Malvinas llevaron al Atlántico Sur una lámina con el cuadro de Ghigliazza.
«Quiero donar láminas con el retrato a las 13.500 escuelas rurales que hay oficialmente contadas en Argentina. Pero también sueño con mandarlas a todas las escuelas públicas de nuestro país, Chile y Perú», avisa como quien se propone cruzar los Andes en mulas para liberar al continente.
Para eso espera conseguir apoyo de algún auspiciante. Con una edición mayorista y en buena calidad, cada lámina costaría $20. «Mucha gente me viene comprando réplicas para donarlas a sus colegios o a escuelas del Interior. Pero para mí, hace falta una patriada», dice el artista. «No me interesaría que venga una empresa de afuera, tampoco ganar dinero. Suena loco, pero yo me imagino, algún día, a chicos en los colegios viendo al ‘Sanma’ a los ojos como los he visto en San Lorenzo», fantasea.
Ghigliazza cree que se debe «desacartonar» la historia. Dice que le gustaría que sus hijos conocieran, «antes que fechas y nombres, a los humanos y hechos que nos hicieron libres». Y también sueña, de yapa, con dejar un cuadro en la Casa Rosada, para que «quienes nos gobiernan se sientan vigilados e inspirados por los valores del Libertador».