Más de 3.900 millones de personas ya ha sido invitada u obligada a quedarse en sus hogares ante el avance de la pandemia.
El coronavirus ya obliga a confinarse a la mitad de la humanidad, pese a lo cual avanza a pasos agigantados y está a punto de superar las barreras simbólicas del millón de infectados y 50.000 muertos.
Las restricciones, imprescindibles para salvar vidas, amenazan sin embargo con una parálisis económica y hasta la falta de alimentos por la disrupción de la cadena productiva y el temor al control de las exportaciones.
Estados Unidos, que teme caer en una depresión como la que sufrió hace casi 100 años, vio cómo las demandas de subsidio de desempleo aumentaron en nada menos que 6,6 millones la semana pasada.
En España, que ya batió la cifra de 10.000 muertos, el desempleo subió en 300.000 casos en marzo, una cifra histórica.
La principal agencia de respuesta a desastres en Estados Unidos ha solicitado al Pentágono 100.000 bolsas para cadáveres, y en Francia, la policía requisó un almacén en el mercado central de alimentos de París para depositar los ataúdes de los fallecidos, ante la falta de espacio.
En el cementerio de San Pablo, los entierros ya son «exprés», y los velorios sin abrazos.
Y Brasil no es un país aun sometido al «tsunami» del COVID-19, la peor crisis planetaria desde la II Guerra Mundial, en palabras del secretario general de la ONU.
«Aquí enterramos unas 45 personas por día, pero en la última semana son de 12 a 15 más. Es mucho peor de lo que vemos en las noticias, esto es grave», dijo a la AFP un sepulturero del cementerio, bajo anonimato.
Más de 3.900 millones de personas, la mitad de la población mundial, ya ha sido invitada u obligada a quedarse en sus hogares para luchar contra la propagación de virus, según un conteo realizado el jueves a partir de una base de datos de la AFP.
Europa tiene más de la mitad de los infectados en todo el mundo.
Con 950 personas fallecidas en las últimas 24 horas, un nuevo récord, España ya registra 10.003 muertos, y se acerca a los 13.155 muertos de Italia, el país más afectado, seguidos por Estados Unidos, con cerca de 5.000, Francia con 4.000 y China continental con 3.300.
«El confinamiento paralizó la demanda y la oferta. Muchas empresas se quedaron sin ingresos. Y si no hacemos nada, tienen que despedir a sus trabajadores (…) Esto limitará nuestra recuperación», dijo la titular de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, que propone ayudas extraordinarias.
Y mientras los gobiernos europeos discuten entre sí cómo repartirse el enorme fardo del gasto, los mercados siguen enfebrecidos, buscando señales de optimismo donde sea.
Un tuit del presidente Donald Trump, advirtiendo de la posibilidad de un acuerdo de producción petrolera entre Rusia y Arabia Saudita, levantó un 30% el precio del crudo. Pero la desmoralización volvió a invadir rápidamente a los mercados.
En medio de la zozobra, los científicos buscan a marchas forzadas paliativos a la pandemia, o la manera de hacer tests de control fiables y rápidos, un arma clave para luchar contra el enemigo invisible.
En el mundo crece la esperanza, y también la polémica, sobre el uso de medicamentos contra la malaria, a falta de vacuna.
Uno de ellos es la hidroxicloroquina, un medicamento muy utilizado en África desde hace décadas, que Senegal utiliza, así como la cloroquina, para tratar a pacientes de COVID-19.
«Los resultados que tenemos parecen alentadores (…) y seguiremos en esa dirección», indicó Moussa Seydi, médico responsable del tratamiento de la pandemia.
Otros científicos alertan que los estudios son muy parciales.
Oficialmente China, donde se originó la pandemia, registra en torno a los 81.000 infectados y 3.300 muertes, aunque medios oficiales en Estados Unidos discuten esas cifras.
Este jueves Beijing anunció el confinamiento de un departamento con 600.000 habitantes después de la visita de una persona que dio positivo.
El confinamiento de la zona del centro de Henan vuelve a agitar el temor a una segunda oleada de infecciones en China, y destaca el riesgo de una estrategia que impuso drásticas cuarentenas para frenar los contagios, según las autoridades.
En el mundo del fútbol, el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, admitió este jueves que nadie podría determinar hoy cuándo se podrán reanudar las competiciones, que prácticamente cesaron en todo el planeta.
El Gran Premio de Francia de motociclismo también fue aplazado a una fecha por determinar.
Pero la pérdida de eventos deportivos en el mundo no son nada en comparación con la dureza impuesta a los países más pobres del mundo, donde el confinamiento amenaza a comunidades enteras.
Los habitantes de los townships (barrio marginal) de Sudáfrica afirman que simplemente es imposible quedarse en casa. «No tenemos baños… no tenemos agua, por lo que hay que salir», dice Irene Tsetse, de 55 años, que comparte una choza de un solo cuarto con su hijo.
En España, Javier Lara, de 29 años, vivió para contarlo a la AFP.
«Imagínate una persona de 29 años, deportista, sin fumar, que prácticamente no va al médico, y te ves en la UCI (cuidados intensivos), con oxígeno, no puede entrar ningún familiar a verte», narró.
En la UCI le administraron lopinavir combinado con ritonavir, dos antirretrovirales utilizados contra el VIH que sirven para reducir la capacidad del virus de reproducirse y atacar el sistema inmunitario.
El tratamiento funcionó y 48 horas más tarde abandonó la unidad de cuidados intensivos.
Hace vida normal, pero extremando las precauciones, porque a su lado siguen su pareja y una niña de apenas unas cuantas semanas, publicó El Clarin.