Sentada en una silla en la amplia sala de audiencias del edificio de Tribunales de Bariloche, Estefania Quiroz mira aún asustada hacia todos los rincones. Un barbijo le cubre gran parte del rostro, pero deja al desnudo las ojeras que rozan sus ojos marrones intensos y pequeños. Está cansada. Sus pies todavía están ampollados, pero asegura que ya no le duelen tanto.
Estefanía caminó 23 horas desde El Bolsón hasta Bariloche. Hizo toda la travesía sola. Quería regresar a su hogar en Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires.
Explica que sin dinero y nadie que la ayudara, la única alternativa era caminar. Y salió a la ruta con muy pocas pertenencias en una bolsa y una voluntad de hierro. Nunca había estado en esta zona cordillerana. Solo sabía que tenía que seguir la ruta nacional 40.
“Salí el viernes a las 15.30 y llegue acá a Bariloche el sábado como a las 12.30”, relata.
Explica que la cuarentena obligatoria la sorprendió en esa localidad cordillerana, cuando visitaba a una hermana. Había llegado el 8 de marzo pasado, porque se había quedado sin trabajo en Buenos Aires. Quiso probar suerte en esta zona. Pero hubo conflicto familiar y quedó en la calle.
En El Bolsón no encontró un lugar donde quedarse, porque no conocía nadie. Tampoco había dinero para un pasaje. Resolvió que la única opción era llegar hasta Bariloche. “Pensé que como era un centro turístico hallaría la posibilidad de poder regresar a mi casa”, cuenta. Estefanía, de 28 años, tiene su domicilio en Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires.
Las horas en la ruta
Dice que las primeras horas de la caminata fueron amenas. “Escuchaba música con el celular y pensaba que tenía que volver a mi casa: nada más”, manifiesta. No tenía comida. Una botella de agua era todo lo que había preparado para el viaje. “Es que no tenía hambre, solo quería caminar para venir a Bariloche”, afirma.
Por las restricciones vigente son muy pocas las almas que salen a la ruta por esos días. Asegura que hizo dedo, pero no hubo suerte. El sol comenzó a esconderse sobre la Cordillera de los Andes y Estefanía continuaba su marcha. “Como hacía frío prefería seguir caminando”, relata.
La noche del viernes la sorprendió con muy poco abrigo. Solo contaba con su campera. Describe que el cielo estaba cerrado y había poca luz. “Por eso, me guié por la pintura blanca de la ruta y el celular que usaba como linterna en las partes más oscuras”, rememora. Recuerda que hubo momentos que tuvo mucho miedo y el frío calaba los huesos. La única alternativa era seguir.
En un descuido perdió su celular. “Se me cayó del bolsillo del pantalón y lo busqué a oscuras. No lo pude encontrar porque cayó en unas matas de mosqueta parece porque me pinché todas las manos”, describe.
Comenta que el cansancio venció su resistencia en la madrugada del sábado. Buscó un lugar al costado de la ruta, donde pudo refugiarse. Allí, intentó dormir sobre una piedra. “Pero no podía”, asevera. Tenía miedo de que alguien la sorprendiera sola en ese lugar. Después de varios intentos, pudo conciliar el sueño por un rato. Con las primeras luces del alba, volvió a la ruta.
Cuando observó las primeras viviendas, sintió un alivio porque estaba cerca de Bariloche. Un control policial la interceptó el sábado al mediodía. Eran policías de la comisaría 42 que le advirtieron que estaba violando el decreto nacional que prohíbe circular en la vía pública. Intentó explicar su situación, pero finalizó en la unidad policial, demorada. Además, Estefanía no portaba su documento de identidad. “Solo ando con una constancia porque lo perdí en Buenos Aires no me llegó el nuevo”, puntualiza.
La primera detención
En la comisaría le tomaron las huellas dactilares. Horas después, surgió que no tenía antecedentes penales y recupero la libertad. No tenía adonde ir. Tampoco conocía a nadie en Bariloche.
Un policía le dio el contacto de una familia del barrio Nahuel Hue que no tuvo problemas y la hospedó. Esa noche cenó. Relató su historia a la familia que no podía creerlo. “La señora me decía que tenía para escribir un libro”, recuerda Estefania, que asegura que es enfermera desocupada.
Dice que se quedó sin trabajo en febrero pasado. “Trabajaba en un geriátrico de capital (por la Ciudad de Buenos Aires) pero mi contrato era por tres meses”, agrega. Fue la última vez que cobró un salario. Cuando estaba en El Bolsón se había anotado en el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) para los 10 mil pesos, pero no accedió. “En el sistema sigo con trabajo en blanco y hace meses que ya venció el contrato”, aclara.
Pasó la noche del domingo en esa casa del Nahuel Hue. El lunes a la mañana agradeció la hospitalidad y pidió que le explicaran cómo llegar al centro de Bariloche. Asegura que envió un mail al municipio para tratar de encontrar un pasaje para las personas varadas en la ciudad. No tuvo respuesta. Preguntó en una empresa de transportes de larga distancia para ver la posibilidad de que la llevaran, aunque sea en la caja de un camión. No era posible. Antes de que se marchara, la señora de la casa del Nahuel Hue le dio dos manzanas.
Caminó hasta el Centro Cívico, donde estaba todo cerrado. Preguntó en la Policía y tampoco hubo una solución. Estefanía se propuso caminar. “Yo solo quería caminar, no me importaba el dolor de las piernas”, reitera.
Explica que siguió por la Costanera hasta que descubrió la vía del tren. Siguió esa traza en dirección a Dina Huapi. Cruzó el puente sobre el río Ñirihuau. En Dina Huapi no paró.
“Había estimado que me llevaría 309 horas caminando llegar hasta Buenos Aires”, rememora. En la caminata recuerda que vio un cartel que indicaba Piedra del Águila a 198 kilómetros. Su esperanza era que en la ruta pasara alguien y la llevara.
Sabía que si encontraba otro control policial tal vez la detendrían. Cuando llegó al atardecer del lunes al río Limay, bajó hasta la orilla. “Mi idea era esperar hasta la mañana siguiente porque pensaba que capaz bajaba la corriente y así podía cruzar caminando”, indica.
Era una misión imposible. La naciente del Limay es peligrosa por lo profunda y turbulenta. No tuvo más remedio que cruzar el puente que une Neuquén y Río Negro. Un policía salió al paso y le advirtió que no podía caminar por ese lugar. Y le ordenó que retornara. Intentó explicarle que solo quería seguir caminando porque quería volver a su casa. No lo persuadió.
La segunda detención
Volvió y pidió ayuda a policías que estaban en el puesto de control policial de Dina Huapi, situado a pocos metros del puente. Allí, los policías le explicaron que no podía andar circulando y esa noche Estefanía quedó demorada.
La trasladaron hasta la comisaría 36 de Dina Huapi, donde estuvo alojada hasta este miércoles por la mañana, cuando la trasladaron hasta el edificio de Tribunales para la audiencia de formulación de cargos. Asegura que los policías la trataron bien.
La acusación
El fiscal Tomás Soto y el fiscal adjunto Gerardo Miranda la acusaron ante esta mañana ante el juez Sergio Pichetto. Le atribuyeron que el 27 de abril a las 20 en la vía pública, en ocasión de realizarse un control vehicular, frente a la Unidad Especial de Seguridad Vial en Ruta 40, kilómetro 2056 de Dina Huapi, “se encontraba transitando a pie, se procedió a su identificación y no pudo justificar su salida”.
Los fiscales afirmaron por videoconferencia que el hecho fue cometido en incumplimiento y desobediencia a la orden emitida por el Presidente. Por eso, la imputaron por el delito de violación de medidas contra la propagación de una pandemia, previsto en el artículo 205 del Código Penal. La prueba era el acta de procedimiento policial.
El defensor oficial Nelson Vigueras se opuso a la formulación de cargos. Explicó la situación de extrema necesidad de la acusada. Detalló todo el calvario que había pasado y que solo anhelaba volver a su casa. Los fiscales insistieron que había sido demorada en dos ocasiones en la misma actitud.
La mujer contó su historia. Lloró. Explicó que no tenía adonde ir. Que caminaba porque solo quería volver a su hogar. Pichetto rechazó la acusación de los fiscales y ordenó que sea liberada.
Vigueras se puso en contacto con funcionarios del municipio para tratar de que asistan a la mujer. Así, surgió la opción de que sea alojada en el centro comunitario Ruca Che.
Estefania afirma que vive sola, que no tiene hijos. Sus padres murieron y que le quedan sus hermanos, pero no los quiere molestar. Solo quiere volver a Buenos Aires, porque antes de que empezara su calvario, le habían respondido que tenía la posibilidad de conseguir un trabajo.