La última vez que entre Júpiter y Saturno fueron visibles juntos desde la tierra con tanta intensidad como hoy, el mundo era un lugar totalmente diferente. Ocurrió en 1226, siglos antes del descubrimiento de América. El fenómeno, sin embargo, pasó desapercibido. Al menos en la cultura occidental.
La primera conjunción entre estos dos planetas fue descrita en el siglo XVII por Galileo Galilei, uno de los primeros astrónomos europeos, quien pudo ser testigo de uno de estos fenómenos –no tan potente como el que ocurrió este lunes– en 1623. Según afirma la NASA, los planetas cada 20 años se entrecruzan en la bóveda celeste de la tierra, pero este año el fenómeno fue especial: “Han pasado 400 años desde que los planetas pasaron tan cerca el uno del otro en el cielo y casi 800 desde que esa alineación ocurrió en la noche”, dijo la agencia espacial estadounidense en un comunicado. “En 2020 casi todo el mundo pudo ser testigo de esta ‘gran conjunción’”.
Esa rareza astronómica, y la casualidad de que ocurriera en diciembre, hizo que en muchos países de tradición católica se relacionara ese punto brillante en el cielo con la leyenda de la Estrella de Belén, el astro que de acuerdo con la narración cristiana le mostró a los Reyes Magos el lugar donde había nacido Jesús.
¿Qué fue la estrella de Belén?
La gran pregunta que muchas personas se hacen es si hubo algún tipo de evento raro en el cielo alrededor de la época del nacimiento de Jesús – sobrenatural o milagroso-, o alguna clase de fenómeno natural que puede ser explicado científicamente.
Hasta el momento, no se tienen muchas pruebas en qué basar las teorías, apenas existen 12 versos de la apertura del Evangelio de Mateo, así que nadie sabe a ciencia cierta qué fue lo que ocurrió con la famosa estrella de Belén. Pero se han hecho algunas conjeturas fundamentadas.
Si fue un acontecimiento astronómico, debió haber sido algo extraordinario.
¿Pero una estrella? Por lo general, las estrellas son ordenadas y predecibles; después de todo, es por eso que las podemos utilizar para fijar nuestros calendarios y guiar a nuestros barcos.
Las supernovas, por ejemplo son espectaculares; algunas incluso se puede ver de día.
Pero no aparecen muy a menudo: la última que se observó a simple vista en nuestra galaxia fue en 1604. (Otra se pudo ver en la galaxia vecina más cercana, la Gran Nube de Magallanes, en 1987).
Sin embargo, los astrónomos antiguos como los chinos registraban muy cuidadosamente estos eventos y no tienen ningún registro de una supernova en la época en que nació Jesús.
Por otra parte, los remanentes de supernova son radiofuentes tan prominentes que nos pueden indicar cuánto tiempo hace desde que el evento tuvo lugar. No hay tales restos visibles de hace 2.000 años.
La astronomía puede prácticamente descartar que la estrella de Belén haya sido una supernova.
Los cometas son espectaculares, y la mayoría vienen en momentos impredecibles. Los cometas previsibles, tales como el cometa Halley son famosos precisamente por ser tan inusuales.
No podemos descartar que haya sido un brillante cometa que llegó en el momento justo, hace 2.000 años. Pero en los tiempos antiguos los cometas eran universalmente interpretados como signos de la fatalidad, no de un acontecimiento alegre como el nacimiento de un rey o mesías.
Hoy en día la mayoría de las explicaciones científicas buscan acercamientos inusualmente próximos de planetas brillantes, llamadas “conjunciones”. Según expertos, cualquiera puede seleccionar una fecha -por ejemplo, 25 de diciembre de 1 a.C.- y conectarse a una aplicación de software planetario para ver donde estaban en ese momento los planetas.
Por supuesto que en realidad nadie sabe la fecha exacta del nacimiento de Jesús.
Y, en cualquier caso, los historiadores ahora saben que cuando Dionisio el Exiguo comenzó en el año 525 la tradición de contar años desde el nacimiento de Cristo, hizo las cuentas ligeramente mal, señaló Radio Chubut.