“Sigan dando a conocer el lenguaje mapuche y que los jóvenes no tengan vergüenza, porque es lindo aprender”, es el pedido de la abuela Ana Reinao (83), antigua pobladora de Cholila, quien abrió las puertas de su casa contando hasta diez en la lengua de sus ancestros: “kiñe, epu, küla, meli, kechu, kayu, regle, pura, ayja, mari”.
La mujer padece anemia y también ha perdido buena parte de su capacidad auditiva, aunque son factores que no inquietan en lo más mínimo sus ganas de interactuar durante horas y hablar sobre su vida, compartiendo un mate y las historias de los colonos.
Hija de Antonio Reinao y María Huenchunao, oriundos de Chile, la abuela recordó que desde muy pequeña escuchaba las órdenes de su madre en lengua araucana, mientras se criaba en un contexto cien por ciento ligado al trabajo.
“Iba a la escuela 80, me faltó un año para terminar –rememoró-. Mi mamá me sacó de la escuela porque por aquellos años se sembraba mucho. Mi hermana mayor falleció y entonces comencé a trabajar en la huerta. Antes de ir a la escuela, teníamos que regar y llegar temprano, caminando claro. A la tarde, llegábamos, a descansar un ratito, hacer los deberes y luego a ocuparse en la quinta de nuevo. Todo eso hasta los 15 años”.
Desde su óptica, la palabra “trabajo” fue la constante que caracterizó su vida. Enseguida graficó que en plena adolescencia “vinieron a contratarme por un mes para ser sirvienta en la casa de Juan Bonansea. Mi mamá me dio permiso para ir por un mes y terminé quedándome por ocho años. Luego, decidí volver con mi madre y ayudar en todos los quehaceres de la casa”. Sin embargo, al poco tiempo “caí enferma y estuve tres meses en cama sin poder moverme”.
A los 24 años se casó con Julián, “un hombre trabajador que vino de San Martín de los Andes, al que ayudaba en cualquier tipo de tareas propias del campo. Él salía con las comparsas de esquila para el norte o para el sur. Atendía a sus hijos para que no les falte la comida, también vendíamos leche y huevos. Me dejaba la leña cortada para que la vendamos, que yo misma cargaba en el carro y manejaba los bueyes”.
En tanto, en la huerta sembraban maíz, girasol, arvejas, porotos y chícharos. “Se comía pura verdura, puro trabajo de la tierra. Dulce de leche y quesos tampoco faltaban en el menú de la familia”, detalla doña Ana Reinao, quién durante mucho tiempo también entregó sin costo la leche y la leña al Jardín Maternal 445 de Cholila.
Entre otros platos populares de origen mapuche (traídos desde el sur chileno por los pioneros a principios del siglo XX), la abuela se acuerda “del mote, que consistía en hervir el trigo con ceniza de palo piche o laura. Después había que lavarlo bien y comerlo con leche. Además, se preparaba el catuto” (panes artesanales elaborados con granos de trigo cocido y pelado).
Acerca de los inviernos en las décadas pasadas, indicó que “por acá nevaba mucho, como un metro, había que levantarse derecho con la pala a sacar la nieve, pero la pasábamos bien dentro de todo”.
Identidad
En cada rincón de los cuatro valles de Cholila, los pueblos originarios representan una parte importante en muchas familias. Los Reinao no son la excepción: “Soy mapuche-tehuelche, conozco la lengua pero me he olvidado porque no tengo con quien hablar”, define la abuela, quien no duda en expresar: “Quime le caymi peñi” (¿está bien hermano?) y “Lepele aymi güenchu” (¿está despierto hombre?).