Una larga fila de carros negros con el techo amarillo esperaban por pasajeros. Poco a poco fueron partiendo a sus destinos hasta que llegó el turno de abordar. Al compartir la dirección y preguntar el precio, Facundo -nombre sustituido- fijó el precio en aproximadamente 6.000 pesos argentinos o US$30, se apresuró a comentar.
Al llegar a la ubicación y recibir el dinero estadounidense, Facundo se alegró. “Esto me permite, al menos unas semanas, sortear la economía”, confesó mientras volvía a montarse al vehículo y echaba a andar.
La economía de Argentina no pasa por su mejor momento. Algo en lo que los ciudadanos de a pie coinciden apasionadamente, más allá de su inclinación política, es que la alta inflación de este año -segunda detrás de Venezuela- está erosionando su poder adquisitivo, al tiempo que el Gobierno busca emplear distintos mecanismos para atacarla, aunque, por ahora, no se ha logrado ningún éxito.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), la inflación en Argentina alcanzó en septiembre una variación interanual del 83% para septiembre de 2022, a la sobre del 100% que prevén algunos centros de estudio y organismos monetarios.
Las categorías que más incrementaron en este período de estudio en el área metropolitana de Gran Buenos Aires fueron alimentos y bebidas no alcohólicas (21,36%); prendas de vestir y calzado (11,02%); restaurantes y hoteles (10,45%) y transporte (8, 72%). Solo este año, por ejemplo, la inflación llegó a 66,1% para septiembre, mientras, que a nivel mensual el incremento fue del 6,2% y el de los alimentos se ubicó en un 6,7%.
Mientras tanto, el dólar estadounidense se cotiza como un bien preciado en la sociedad, la cual tiene dificultades para acceder a ellos, ante los más de diez tipos cambiarios vigentes. Sin embargo, a diferencia de otras latitudes, no es una constante entre un puñado de la sociedad que patrióticamente sólo acepta su moneda local.
“Siempre que algún cliente me paga con dólares, yo trabajo con el auto, lo inmediato es ir a cambiarlo, tratando de buscarle la mayor diferencia (ganancia) posible. Cada vez alcanza menos la plata. Da la sensación de que lo que vos ganás no se actualiza y los servicios y la comida, todo vuela”, dijo Diego Gómez, un argentino de 42 años, empleado independiente.
El dólar blue, como se conoce al popular mercado paralelo, cotizaba en las pantallas de las casas de cambio al pie de la calle a 280 pesos para la compra. Unos US$50 equivalen a 13.500 pesos. El cono monetario del peso argentino parte, en billetes, desde los 10 hasta los 1.000 pesos. Así, la cantidad recibida eran 13 billetes de la más alta denominación y poco más.
“Es una situación que puede parecer la economía de mi país, sobre el 2012 o 2013. Cuando se necesitaban muchos billetes para pagar una cuenta y nadie aceptaba el dólar. Caso contrario a la actualidad”, explicó Ramón González, un migrante venezolano.
Los precios cambian
Más allá del color turístico, el histórico mercado de San Telmo brinda una oportunidad para conocer, de alguna manera, la dinámica económica del país. Los artículos que ofrecen los vendedores, imanes, llaveros, entre otros, muchos de ellos para algún obsequio, están avaluados desde los 100 pesos, es decir, desde la mitad de los billetes del cono monetario. Los papeles inferiores no cuentan al menos que sumen más del centenar.
En el corazón del barrio, el bullicio se apoderaba de la plaza de mercado rodeada por restaurantes, donde los carteles con promociones ameritaban la llegada de los comensales ávidos por escapar de la rutina en una festiva tarde de domingo.
Los recibos de pago, que podrían pasar los 3.000 pesos, muchas veces no eran cancelados en efectivo, sino por Mercado Pago, una solución P2P que gana más adeptos y puede encontrarse en cualquier establecimiento convencional. No obstante, los extranjeros sí suelen cancelar con grandes cantidades de efectivo sus amplias facturas, favorables por el tipo de cambio.
Un combo personal de una hamburguesa con papas medianas junto a una gaseosa oscila cerca de los 1.340 pesos argentinos, mientras una pizza mediana para dos personas en compañía con las bebidas, sobrepasa levemente los 3.080 pesos.
Cruzando la avenida Corrientes, a la sombra del majestuoso obelisco y las luces de los enormes letreros publicitarios, Bruno Ferreiro, taxista de 56 años relata con seguridad que “la economía está inestable, pero se puede vivir”. Insiste en que “el que quiere trabajar, lo hace” pero lamenta que “hay mucha gente que se aprovecha de los subsidios”.
Y continúa. “Cada día las cosas aumentan más, cada día tengo que trabajar más, puede que hasta dos o tres veces por cada semana”. Ejemplifica su faena. “Los alimentos suben bastante”. Cuenta que a su esposa le deja diariamente 2.000 pesos para las compras de la jornada, pero “puede hacer poca cosa”. Dice que un kilo de carne “de calidad” ronda los 1. 000 pesos.