Cuando Daiana Barrionuevo desapareció, su ex pareja le dijo a la Policía que se había ido con un amante. Hubo un dato, sin embargo, que hizo dudar a la familia: ella nunca dejaba sola a Brisa, su hija de dos años y tres meses. Había una razón: unos años antes, Daiana había perdido a una bebé a la que le faltaba una semana para nacer. «Brisa llegó poco tiempo después. Por lo que le había pasado, Daiana la cuidaba obsesivamente».
Quien habla con Infobae es Cintia (32), una de las hermanas de Daiana, la joven que hoy cría a Brisa. Las sospechas eran ciertas: su hermana no se había ido con un amante y no había abandonado ni a Brisa ni a sus mellizos. La ex pareja -el mismo hombre que lloró con la familia durante los 20 días en que la buscaron- la había matado de un mazazo en la cabeza. Fue en la misma casa en la que estaban los tres chicos. Nadie sabe cuánto tiempo estuvieron solos con su mamá muerta.
Después, la había envuelto con la frazada de los mellizos, la había metido en una bolsa y la había arrojado al río. El cuerpo de Daiana apareció el 10 de enero de 2015, una semana antes de que los mellizos cumplieran siete años. El año pasado, Iván Adalberto Rodríguez, el padre de los chicos, fue condenado a prisión perpetua.
Los chicos, que durante la búsqueda habían quedado al cuidado de los padres del femicida, fueron a vivir con los padres de Daiana. Pero la situación se tornó dramática, porque nadie tenía dinero para hacerse cargo de ellos. Finalmente, se fueron con Cintia, su tía, que ya tenía tres hijos y vivía en una casa precaria, con una sola habitación, en Moreno. Cintia tenía 29 años cuando se hizo cargo de sus tres sobrinos.
«No tenían nada, ni ropa, ni juguetes. Estaban con lo puesto», cuenta. «Durante el primer año, los seis chicos durmieron con nosotros (ella y su marido) en la misma habitación. Sacamos préstamos para comprarles zapatillas, pedimos fiado en el almacén. Ni siquiera pudimos volver a su casa a buscar sus cosas porque entraron a robar y se llevaron todo. Sólo dejaron los documentos».
El periodista Maximiliano Montenegro se puso la causa al hombro: «Nos trajeron ropa, mercadería, gracias a él fuimos saliendo adelante», dice Cintia. Una donación de chapas y materiales les permitió construir una habitación más. Ahí duermen los cinco varones. Brisa, que ya tiene 5 años, sigue durmiendo con Cintia.
El caso se tornó emblemático: ¿Cómo reparar a los llamados «niños huérfanos por femicidio», que de un día para el otro pasaron a tener una mamá muerta y un padre preso? En la ONG La Casa del Encuentro redactaron un texto al que llamaron «Ley Brisa», en honor a ella. Reclamaban una ley que garantizara una reparación económica (equivalente a una jubilación mínima) para las «víctimas colaterales» de los femicidios hasta los 21 años.
La paradoja fue que la ley primero se aprobó para la Ciudad de Buenos Aires. Es decir que, hasta el miércoles, la Ley Brisa no era válida para Brisa, que vive en Moreno. Pero el miércoles y por unanimidad, Diputados finalmente la convirtió en ley nacional. Son unos 8.000 pesos por niño, retroactivos al momento del femicidio.
Cintia está contenta con la medida, porque hoy los seis chicos viven con el sueldo de su marido, que es marmolero. Sin embargo, el barco hace agua por todos lados. Nunca tuvieron asistencia psicológica, por lo que aún no saben cómo decirle a Brisa lo que su papá le hizo a su mamá.
«A veces pregunta por qué ella y mis hijos tienen distintos apellidos. Yo no sé bien qué decirle. Una de mis hermanas se parece a su mamá y hace poco le preguntó si ella había estado en su panza. Nunca tuvimos un psicólogo que nos diga qué contestarle», dice Cintia.
No se lo dijo porque no quiere volver a verla mal. «Es que cuando mataron a su mamá ella era una bebota, usaba pañales, tomaba mamadera. Se despertaba de noche llorando a los gritos. Ahora está mejor, va al jardín, pero cree que su mamá soy yo. Es muy chiquita pero algún día voy a tener que decirle la verdad. No sé cómo, nadie te explica cómo se hace esto».
Los mellizos, que ahora tienen 10 años, sí saben. Uno de ellos fue quien contó que había escuchado a su papá decirle a su abuelo: «Me mandé una cagada». Ellos sí la nombran y, cada tanto, piden ir a llevarle una flor al cementerio.
Infobae