Historia de inmigrantes, la autora llegó a sentir que tenía una segunda patria. Se proyectó este lunes en la Biblioteca Nacional. La protagonista también escribió un libro sobre la experiencia, que presentó Canela.
Hace pocos años que la escritora argentina Alejandra Laurencich (Buenos Aires, 1963) comenzó a contactarse con sus raíces eslovenas. Fue en un encuentro literario, donde una lectora se le acercó, impresionada por el dolor y la emoción que Alejandra era capaz de plasmar en sus textos y la invitó a conocer a la colectividad eslovena de la Argentina. Un tiempo después, en 2011 se publicó la novela Vete de mí en esloveno, y un joven realizador cinematográfico, Klemen Brvar, decidió hacer un documental sobre la autora.
Todo el proceso creador de Alejandra, como se llama el documental que se exhibió este lunes en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, parece formado por mamushkas, esas muñequitas rusas donde una contiene otra y otra y otra y así. Primero, la novela de la autora en esloveno en 2011, luego Brvar y su socio, Vid Hansjek conocen a Alejandra en el Festival de Literatura de Vilenica adonde viaja a presentarla; en 2015 dan los primeros pasos filmándola en Eslovenia; en 2016 vienen los realizadores a la Argentina y completan su trabajo -tienen en total 60 horas de material fílmico-; en 2019, Alejandra Laurencich publica, como libro electrónico, su Diario de Eslovenia, en el que cuenta el devenir del documental y el sueño que fue conectar ambos países a través de su literatura.
Podríamos decir que Alejandra habla de dos grandes temas. El primero de ellos, ser escritora en la Argentina, cómo la autora llevó adelante su carrera, cuáles son sus móviles e intereses como cuentista –“cuando se me aparece una historia, lo primero que veo es el conflicto”, relata en el documental-. También cómo sus textos convocan a aspirantes a escritores, y a actores y actrices a dramatizarlos; cómo es su vida cotidiana, el jardín que ella cuida como un tesoro familiar -en el documental relata la importancia que tenía el jardín para su abuela eslovena-.
El segundo tema esla tradición argentina, la “argentinidad” vista por estos dos jóvenes eslovenos: el campo y su atardecer infinito, la Patagonia sin horizontes, la esquila de ovejas, la crueldad de la yerra, los aprendices de milonga, el mate, la dictadura militar y el miedo heredado de todos los que éramos niños o adolescentes en esos fatídicos años. El eslabón entre ambos mundos del documental serán los inmigrantes europeos.
La historia de los abuelos de Alejandra, es la historia de todos los argentinos descendientes de inmigrantesy está relatada magníficamente en el libro. En 1935, su abuela Otilia vino a bordo del Neptunia con sus hijos Maximiliano y Darinka, el padre y la tía de Alejandra. Llegaron corridos por la guerra y el hambre. Acá los esperaba el abuelo paterno, quien había venido antes. Los Laurencich se acomodaron, en principio, en una piecita en Flores, hasta que pudieron salir adelante.
La consigna de la familia en aquel tiempo era: “Trabajo, trabajo, y trabajo” (¿y qué argentino no recuerda este mandato de sus abuelos?), y fue así como consiguieron una pequeña fortuna. O lo que hoy nos parece una pequeña fortuna porque está tan lejos: una casa, el plato de comida en la mesa todos los días, el estudio de los hijos, una profesión para ellos, dejar atrás los aprietos económicos.
Alejandra recuerda a su tía cuando le preguntaban si le gustaba más la Argentina o su tierra natal. “Mi tía decía: ‘Allá es más lindo, pero acá se come todos los días’”. De hecho el momento más emotivo de la autora en el documental es la lectura de su diario íntimo, donde narra un día en que la tía la visita y le cuenta todas las peripecias que hacían para poder comer, como quitarle el huevo a la gallina con un alambre, antes de que lo pusiera. “Un huevo para cuatro personas”, gime Alejandra quebrada por las lágrimas.
“Eslovenia es mi patria dos”, dice y escribe la autora. Una fotografía de familia, los Laurencich justo antes de la partida, permanece enorme y ampliada en la pared del auditorio Jorge Luis Borges, mientras Alejandra habla. Son su abuela, sus parientes -a algunos de ellos, la autora los reencontrará en el viaje-; posando en esa última imagen de todos juntos, los niños con los abrigos que les quedan grandes y detrás la casa, de la que vemos una pared clara y las herramientas de trabajo de campo, apoyadas en ella. “Lo lindo es poder ir y venir”, declara Alejandra, “y no tener que irse como ellos se fueron”.
Canela, Gigliola Zecchin, presentadora del libro, recordó su vivencia como inmigrante. «Yo también vine en un barco, me ocurrió a mí hablar dos lenguas»,dijo, e hizo jurar a Laurencich que aprenderá el idioma esloveno para la próxima. La patria es la lengua.
El tiempo se detuvo en el documental y en el libro de Alejandra Laurencich y, tal como ella comenta, ese era el efecto deseado: que la historia y los sacrificios de sus mayores no hayan sido en vano, que sus historias vieran la luz, que los aplausos fueran para la familia que se desgarró en la partida pero que aquí construyó un país, informó El Clarín.