A través de los siglos, el secretismo ha marcado el funcionamiento de una de las instituciones más antiguas del mundo: la Iglesia católica.
Ahora, una nueva película de Netflix trata de resolver desde la ficción uno de los mayores misterios que han marcado la historia del Vaticano en los últimos 600 años: la renuncia del papa Benedicto XVI y el inesperado ascenso de un cardenal argentino, Jorge Mario Bergoglio, al Trono de San Pedro.
«Los dos papas» (The Two Popes), estrenada en noviembre pasado en cines y que llegó a Netflix a finales diciembre, ha sido nominada a cuatro Globos de Oro, entre ellos a mejor actor y mejor película.
El filme, dirigido por Fernando Meirelles («Ciudad de Dios») y con guion de Anthony McCarten (Bohemian Rhapsody) gira en torno a una conversación ficticia entre el cardenal de Buenos Aires y el obispo de Roma poco antes de la renuncia de este último en febrero de 2013.
La historia, interpretada por Anthony Hopkins y Jonathan Pryce, recurre al patrón de dos personajes encontrados en su diferente visión del mundo.
A medida que la trama avanza, no solo empatizarán, sino que lograrán cambiar la visión del otro y mostrar una concepción nueva del mundo.
«Los dos papas» presenta dos visiones contrapuestas del dogma, de la vida y de la fe que se cruzan de forma casi arquetípica en la aspiración de un mejor futuro para la crisis de la Iglesia católica.
Pero quizás uno de los elementos que más confusión ha traído es el hecho de que se trate de una obra de ficción «inspirada en hechos reales»: ¿qué es ficción y qué realidad en la cinta de Meirelles?
En BBC Mundo, nos propusimos descifrarlo con algunas partes de la aclamada película.
El cónclave y la elección de Benedicto XVI
Un hecho real echa andar la trama del filme: es abril de 2005 y el papa Juan Pablo II ha muerto.
Los cardenales de todo el mundo deben viajar a Roma para elegir un nuevo pontífice en una de las ceremonias más secretas del catolicismo: el cónclave.
Allí, con dos tercios de los votos, los purpurados menores de 80 años deben elegir de forma secreta quién será el «sucesor de San Pedro».
Lo que pasa dentro de la Capilla Sixtina hasta que salen las famosas fumatas (negra, si no hay acuerdo; y blanca, si se elige a un nuevo Papa) es un misterio.
En 2005, como cuenta la película, el alemán Joseph Ratzinger, quien era el prefecto de la Congregación para la Causa de la Fe y mano derecha de Juan Pablo II, era visto como el sucesor natural del papa.
Sin embargo, es menos claro el lobby que la película sugiere que hace Ratzinger para su elección o sus ansias desmedidas de poder.
De hecho, diversos vaticanistas aseguraron que, en realidad, el viejo prelado alemán -un erudito filósofo- buscaba más jubilarse y retirarse a escribir que gobernar la Iglesia en el momento tan complicado en el que se encontraba.
A ciencia cierta, no se sabe qué otros candidatos estuvieron en las quinielas de los papables: los cardenales hacen un voto de secreto sobre el Evangelio antes de comenzar las discusiones, por lo que la información sobre el cónclave es extremadamente limitada y probablemente lo que muestra la película sobre ese capítulo de la historia es, en su mayoría, ficción.
Sin embargo, sí hubo algunos detalles que salieron a la luz estos años: unos documentos filtrados al diario italiano La Strada reflejaron que durante el cónclave de 2005, el nombre del argentino quedó en el segundo puesto en la votación que, como se esperaba, ganó Ratzinger después de cuatro fumatas negras.
No hay ningún indicio público, eso sí, de que Bergoglio lamentara la elección del alemán, como cuenta el filme, o que la apuesta de los cardenales por un papa «conservador» haya motivado su posterior renuncia al puesto cardenalicio, como también parece sugerir la película.
La renuncia de Bergoglio y el encuentro con el papa en Castel Gandolfo
En la parte argentina de «Los dos papas» se ve al entonces cardenal Bergoglio esperando una carta de Roma que apruebe su renuncia, a la espera de poder retirarse a una pequeña parroquia local.
De hecho, el personaje le cuenta a una de sus asistentes que mandó por correo la carta al Vaticano y que espera una respuesta.
En realidad, según el Derecho Canónico, todo obispo debe presentar su renuncia de forma obligatoria al puesto cuando llega a los 75 años (Bergoglio tenía 76 cuando fue elegido papa) y el pontífice puede aceptarla o no.
Así que, como cuenta la película, Bergoglio sometió su renuncia a Roma cuando llegó a la edad establecida: sin embargo, es falso que los obispos utilicen el correo postal para estos menesteres.
Generalmente, los trámites se realizan a través de las nunciaturas apostólicas, las embajadas del Vaticano en los diferentes países.
Tampoco hay constancia de que Bergoglio viajara a Roma para reunirse con Benedicto XVI o que tuvieran encuentros y conversaciones previas a su elección como papa en la residencia de verano de Castel Gandolfo. Al menos no como en el filme se retrata.
De lo que sí se tiene registro es que ambos se reunieron en ese enclave, pero mucho tiempo después de lo que la película muestra, cuando los dos eran pontífices.
El «Vatileak», la renuncia de Benedicto y la elección de Bergoglio
La película, que describe en buena medida el caos de la Iglesia católica, recrea uno de los mayores escándalos del catolicismo en décadas: los llamados «Vatileaks».
Se trata de una serie de documentos secretos que se filtraron a la prensa en 2012 y que daban cuenta de la corrupción, los chantajes y escándalos sexuales dentro de la Iglesia y en especial, dentro del Banco Vaticano.
Como cuenta el filme, fue el propio mayordomo de Benedicto XVI, Paolo Gabriele, quien filtró buena parte de los archivos y, según algunos vaticanistas, podría haber sido una de las causas que llevaron al papa a replantearse continuar frente a la Santa Sede.
Oficialmente, Benedicto XVI alegó «falta de fuerzas» para poder hacer frente a los desafíos de la Iglesia, según dijo en latín en su histórico anuncio de renuncia en febrero de 2013.
La película sugiere otro elemento: la culpa y una presunta crisis de fe tras la débil respuesta que dio a los escándalos de abusos sexuales a menores por parte de los curas católicos y en especial, el mexicano Marcial Maciel.
Sin embargo, no hay información pública que apunte a que Ratzinger se haya arrepentido de cómo manejó la crisis de los abusos o que se hubiese reunido en la Capilla Sixtina para compartir sus planes de renuncia con el cardenal argentino.
Mucho menos que hayan tenido lugar las conversaciones entre ambos sobre la crisis de fe, los problemas para escuchar la voz de Dios, el intercambio sobre la «humildad» o los zapatos de Bergoglio o el atracón de pizza y Fanta que se dan en la Capilla de las Lágrimas (aunque es conocido que el papa emérito es fanático del jugo artificial de naranja).
Meirelles, no obstante, asegura que los diálogos de la película, si bien forman parte de la ficción, están basados en la realidad.
«Todo el diálogo, todo esto está tomado de discursos o entrevistas o de sus escritos (de los dos papas) (…) Lo que dicen en la película es lo que dijeron en algún momento de sus vidas», contó el director al diario USA Today.
El pasado de Francisco
Pese a llamarse «Los dos papas», la película se centra en Bergoglio, su vida y los momentos que marcaron su ascenso al gobierno de la Santa Sede.
Sin embargo, en esa recreación, realidad y ficción se mezclan otra vez sin que quede muy claro qué es cierto y que no en lo que se cuenta en tono casi hagiográfico sobre el obispo de Roma.
Como describe la película, durante su juventud y antes de entrar como seminarista en la orden de los jesuitas, Bergoglio trabajó como técnico en los laboratorios de Hickethier Bachman, en Buenos Aires, donde tenía una buena relación con su jefa.
No obstante, no hay constancia de que hubiera regalado un anillo o se hubiese comprometido con mujer alguna.
En realidad, según contó el propio papa argentino, fue cuando tenía 12 años que escribió una carta de amor a una joven, Amalia Damonte, en la que le decía que si no se casaba con él, se haría cura.
Más complejo es el tema de la supuesta relación de Bergoglio con el gobierno militar de Argentina (1976-1983).
En la película, Meirelles presenta la cercanía del entonces jefe de los jesuitas con el régimen de Videla como un «esfuerzo para proteger a sus sacerdotes».
El accionar de Bergoglio entonces sigue siendo una de las páginas más controvertidas de su pasado.
Entre otras cosas, se le cuestiona por supuestamente haber quitado protección a dos curas de su congregación jesuita que luego fueron detenidos y permanecieron en cautiverio durante cinco meses en la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA) hasta que fueron liberados.
Los señalamientos contra Bergoglio, por su relación con el gobierno de facto encabezado inicialmente por el general Videla, tomaron fuerza cuando el diario argentino Página 12 publicó en 2010 un informe en el que se le acusaba de haber colaborado con las autoridades de la época.
En su libro autobiográfico «El Jesuita», publicado en 2010, Bergoglio rechazó las acusaciones, afirmando: «Hice lo que pude con la edad que tenía y las pocas relaciones con las que contaba, para abogar por personas secuestradas».
El papa «bueno» y el papa «malo»
Una de las críticas más recurrentes que ha recibido la película -incluso por la propia Iglesia católica- es la dicotomía que presenta entre sus dos personajes principales:
un papa «bueno»: Francisco, presentado como un «revolucionario», humilde, abogado de las causas justas, amigo de los pobres y los oprimidos, conocedor de yerbas aromáticas y de los sufrimientos y las penas del más común de los mortales.
un papa «malo» o al menos, menos popular: Benedicto, retratado como esquemático, conservador, alejado del mundo, vanidoso, amante del lujo y la pose, intelectual, responsable de la debacle que vive la Iglesia.
Para el diácono católico Steven Greydanus, se trata de una visión que queda lejos de los verdaderos papas.
«Elcasting esquemático del papa Benedicto XVI como un reaccionario rígido y el futuro papa Francisco como revolucionario reformador tiene menos que ver con la realidad de ambos hombres que con la necesidad de conflicto (…), y una preferencia ideológica por la narrativa de la liberación progresiva que triunfa sobre el tradicionalismo oculto», escribió Greydanus.
Mientras, la agencia católica ACI Prensa se quejaba de que la película «no representa a Francisco y Benedicto XVI».
Por su parte, el director Meirelles, que no niega su simpatía por Francisco, cree que su retrato del papa emérito es más suave incluso que la realidad.
«Para ser sincero, creo que el papa Benedicto es mejor en nuestra película que en la vida real, es más carismático. Anthony Hopkins no puede evitarlo, es encantador. Por lo que [el filme] fue bueno para el papa Benedicto», le dijo al diario USA Today.