El inquietante caso fue conocido como “La matanza de los turcos”. De los expedientes guardados en el Archivo Histórico de la Provincia de Río Negro, surge que más de cien comerciantes trashumantes de origen sirio–libanés habrían sido asesinados y canibalizados por indígenas mapuches. Una historia tenebrosa con un trasfondo de intereses poderosos.
Los “mercachifles”
A los vendedores trashumantes se les conoció como “mercachifles” debido a su costumbre de anunciarse a las poblaciones o estancias donde llegaban haciendo sonar una especie de silbato o chifle. “Eran libaneses apenas llegados al país, que salían desde Neuquén y General Roca, en grupos de dos y tres, acompañados por algunos peones y baquianos, con caballos o mulas cargados de ropa, telas y otros artículos”, describe el escritor e historiador Elías Chucair, en reportaje de 2009.
La confesión
Todo cambió cuando detuvieron a unos mapuches que interrogados confesaron varios crímenes, pero que no estaban relacionados con las desapariciones de “turcos”. Fue entonces que el olfato de investigador del comisario Torino le guió directamente hasta “Lagunitas”, donde procedió a detener a un menor llamado Juan Aburto. El joven confesó enseguida que en el toldo (vivienda o choza) de Ramón Sañico, habían matado algunos días atrás a tres sirios. También, que en otras oportunidades, habían asaltado y matado a los “turcos” que llegaban hasta allí.
Con la suerte ahora de su lado, Torino llegó hasta el toldo de Ramón Sañico, quien ya había huido pero pudo recuperar varios objetos robados. El rápido despliegue policial permitió ir apresando a todos los integrantes de la banda y recolectar pruebas. No tardó en localizar los toldos de Antonio Cuece, quien al parecer era mujer que vestía de hombre y machi (bruja o curandera), conocida bajo el alias de “Macagua”
Junto a ella estaba el huinca (hombre blanco) Pablo Berbránez, chileno, alto, rubio, de ojos verdes y elegante vestir de negro -según le describe el historiador Elías Chucair- cuya curiosa personalidad le llevaba a ser también Juez en Toltén, Chile. Ambos ejercían el liderazgo sobre los capitanejos comandados por Pedro Villa, Bernardino Aburto, Francisco Muñoz y Julián Benigno Muñoz, todos ellos con frondosos prontuarios delictivos. Durante los cuatro meses que duró la investigación el comisario Torino detuvo e interrogó a unas 80 personas.
La región donde se desarrollaron los hechos
En aquella época, las poblaciones más numerosas de la región eran “El Coy”, con un centenar y medio de habitantes y “Lagunitas”, de apenas un centenar. En su gran mayoría eran indígenas procedentes de Chile que se dedicaban a la crianza de ganado lanar y yeguarizos, además de la cacería de avestruces y guanacos. Sin embargo, la ausencia de control policial favorecía también la presencia de delincuentes dedicados al robo, pillaje y todo tipo de crímenes. Eran tiempos en que lo habitual era el robo y tráfico de ganado a Chile. Fue en ese lugar desierto y peligroso en que los mercachifles se aventuraban con sus carros cargados de productos.
Violencia y sin razón
Según consta en las declaraciones, los capitanejos al recibir noticias de la llegada de algún “mercachifle” a la región, reunían a sus secuaces e invitaban a los comerciantes ambulantes con asado de cordero, vino y otras delicias. En cuanto se descuidaban los mataban y procedían a robarles el dinero, ropa, alhajas y la mercadería que transportaban. Luego, les extraían los corazones, el pene o los testículos, que según entendían aquellos delincuentes, eran atributos que consumidos les dotarían de virilidad y fortuna. Aquellas partes eran charqueadas, asadas y posteriormente repartidas entre todos los participantes.
Según algunos autores:“Antes de comer un pedazo del corazón del turco José Elías, Julián Muñoz les dijo a los presentes: “Antes, cuando era yo capitanejo y sabíamos pelear con los huincas, sabíamos comer corazones de cristianos; pero de turco no he probado nunca y ahora voy a saber qué gusto tiene”.
El resto de los cadáveres y pertenencias no robadas eran incinerados. Una vez reducidos, los huesos eran molidos y guardado ya que según creían era un útil gualicho (conjuro) para no ser descubiertos. En cuanto a la machi “Macagua”, otros detenidos la señalaron como la encargada de extraer las vísceras para realizar con ellas “remedios”. En su rancho se encontraron varios corazones y partes humanas desecadas
“Todos pa’dentro”, dicen que repetía el comisario Torino, asqueado ante aquellos asesinos mientras los ataban con tientos a sus cabalgaduras para partir en caravana destino a General Roca, a 22 días de distancia. Antes de arribar con los 45 hombres y 8 mujeres detenidos, la ciudad solicitó refuerzos policiales ante la conmoción general que produjo el descubrimiento de hechos tan repulsivos.
Cosas raras, injusticias y complicidades
Quizás habrá sido por sus poderes mágicos, no se sabe, pero la machi nunca fue arrestada. El comisario Torino la describió como una mujer vieja y moribunda, postrada en una cama con tuberculosis avanzada y sífilis, y que por eso no la llevó con el resto de los detenidos. Sin embargo, unas semanas después le llegó información sobre que la machi había sido vista vagando por el desierto. Envió una comisión policial pero la toldería estaba desierta. Lo curioso, es que sobre una mesa habían dejado un papel firmado por un poderoso patrón de estancia de la zona que le pedía al comisario dejar a la mujer tranquila “porque era una buena persona y no le hace mal a nadie”. Misterio.
Las acusaciones por abuso de autoridad y procedimientos ilegales para obtener las declaraciones de los detenidos llevó a que el comisario Torino y sus hombres fueron encarcelados y suspendidos. El juicio duró cuatro años y ninguno retornó a la institución policial. Sin embargo, la mayoría de los procesados recuperaron su libertad al poco tiempo. Resulta extraño que ningún funcionario saliera en defensa del eficiente comisario Torino, quien sufriera diversos vejámenes durante su detención. Apenas la pequeña comunidad sirio-libanesa fue la que se acercó y pago un abogado que le defendiera.
¿Por qué?
Todo parece indicar que Torino desarmó un mecanismo de comercio ilegal que excedía a los capitanejos detenidos. Al parecer, los mapuches eran la mano de obra de ignotos poderosos de la política que manejaban una organización dedicada al comercio en Chile de productos robados en Argentina.
También llama la atención del silencio cómplice de los comerciantes de la región. Una vez ultimados los trashumantes, los asesinos procedían a repartirse el botín. Los capitanejos se quedaban con la mejor parte y el resto acudía a las pulperías o almacenes de ramos generales para cambiar su parte del botín por alcohol, tabaco, yerba mate, ropa y comestibles. El comerciante local no podía desconocer el origen de la mercadería ya que los “turcos” también se las ofrecían a ellos. Sin embargo, por dos monedas las obtenían de los asesinos, manchadas de sangre, pero mucho más baratas.
Ese mismo año, 1909, los registros indican que se esfumaron 50.000 ovejas del recuento durante la esquila. Se presume que fueron comercializadas en Chile al igual que buena parte de los botines obtenidos de los sacrificados “mercachifles”. Era un negocio grande y Torino se había metido para encarcelar la mano de obra barata y útil de mapuches necesitados.
Una historia más de la Patagonia feroz y sangrienta. Esta vez, el desierto se devoró a inmigrantes que con su media lengua e inocencia creían en la buena fe y caían en la trampa de delincuentes. Nunca se supo cuantos sirios-libaneses fueron asesinados debido que su escasa documentación personal fue quemada junto a sus cuerpos. Según los datos recogidos por el comisario Torino, unos 130 hombres.