El aislamiento social, preventivo y obligatorio que rige en todo el país desde el 20 de marzo pasado a raíz de la pandemia de coronavirus Covid-19 llevó a buena parte de la población, sin distinción de edades, a vivir más pendientes que nunca de internet, ya sea para trabajar, estudiar, informarse, entretenerse, o simplemente para mantenerse vinculado con sus afectos.
Y la inesperada situación generada por la pandemia derivó en una disyuntiva singular: ¿cómo evitar el uso abusivo de la tecnología cuando a la vez es la única posibilidad de mantenerse conectado al mundo en una situación de encierro como la que provoca la cuarentena?
“No me extraña que gente que antes restringía las tablets o celulares a los chicos hoy se los empiece a facilitar, en el marco de la pandemia”, señaló Juan Pablo Perrota, licenciado en Psicología y miembro de la Fundación INECO (Instituto de Neurología Cognitiva).
El doctor Juan Pablo Perrota tenía previsto visitar la provincia de Chubut en el marco de un ciclo de charlas promovidas por Pan American Energy (PAE) como parte de su trabajo de Responsabilidad Social Empresaria, pero a raíz de la pandemia y de la cuarentena social obligatoria impuesta en todo el país, la empresa consideró oportuno readaptar las actividades previstas para el primer semestre. Es así que Perrota y distintos profesionales de INECO encabezarán una serie de columnas con consejos para atravesar de la mejor manera este momento que nos toca; (ab)usos de Internet en cuarentena, es la cuarta de esta serie.
En ese marco, el especialista señaló las motivaciones del cerebro humano para encontrar satisfacción en el contacto con la tecnología, como también sobre las formas de advertir, tanto en niños como en adultos, las señales de alerta para evitar que esa interacción afecte la vida personal.
“A pesar de la situación crítica, debemos lograr que en la familia haya límites, rutinas y responsabilidades de todos los miembros. Respetar espacios de intimidad, pero también la interacción familiar. Para anticiparnos al problema, debemos poner límites claros, con las reglas o normas de convivencia. No me refiero a la respuesta emocional o el grito cuando ya estamos enojados, sino a establecer con claridad. Si antes de la cuarentena no había diálogo honesto, claro y preciso en relación a esto, no es extraño que tampoco lo haya en la cuarentena. Si no lo hay, debemos poner manos a la obra para dialogar y establecer esas normas”, explicó.
Sin embargo, también es necesario que los adultos establezcan sus propios límites para no perder el control del tiempo en contacto con la tecnología, sea por trabajo o relaciones sociales: “Nos va a pasar, porque estamos encerrados y los algoritmos nos llevan de un contenido a otro, por lo que se nos pueden ir horas enteras en contacto con la tecnología”.
En ese marco, sugirió “establecer de antemano qué tiempo cada uno le va a destinar a cada actividad, para no terminar con una sensación de frustración como la que se siente después de muchas horas en redes o en internet, que sentimos que fue tiempo perdido”.
Impulsividad y compulsividad
El licenciado Perrota remarcó que las conductas relacionadas a un estímulo gratificante, como los que derivan de la conectividad tecnológica, se convierten en problema cuando se pierde el control de las mismas: “Por lo general hablamos de impulsividad y compulsividad. La primera está relacionada a ‘hacer sin medir consecuencias’ y la segunda a ‘no poder dejar de hacer’”.
Los circuitos cerebrales que se activan al realizar una de estas actividades son los mismos que se “encienden” en cualquier otra de conducta gratificante o inclusive con el consumo de drogas o alcohol. Es lo que se denomina el “sistema de recompensa” del sistema nervioso central.
Muchas de las conductas cotidianas, incluso saludables, se pueden convertir en patológicas o desadaptativas en función de la intensidad, la frecuencia o la cantidad de tiempo o dinero invertido. En definitiva, del grado de interferencia en las relaciones familiares, sociales y laborales de las personas implicadas.
“Todas las conductas potencialmente problemáticas en sus comienzos son controladas por reforzadores positivos, o sea el aspecto placentero, la liberación de dopamina. Pero luego, terminan siéndolo por reforzadores negativos, es decir el alivio del malestar. Los estímulos no solo dan gratificación, sino que también nos quitan malestar. Cuando nuestras conductas están gobernadas principalmente por la necesidad de escapar al malestar generalmente se convierten en un problema. El malestar puede ser desde angustia hasta aburrimiento, soledad o estrés”, advirtió el licenciado Perrota.
Si bien los encantos de la tecnología, las redes, las posibilidades audiovisuales y los video juegos suelen atraer por igual a personas de todas las edades, son los jóvenes quienes con más frecuencia caen seducidos por ellas, en especial en tiempos de aislamiento obligatorio.
Y esto tiene una explicación científica: “En la primera etapa de la adolescencia, entre los 10 y los 14 años, se produce una disminución de la sustancia gris en regiones de la corteza prefrontal del cerebro. Este proceso se denomina ‘poda neuronal’, y en él las conexiones entre las neuronas que no han sido consolidadas son directamente eliminadas. Luego, entre los 16 y los 18 años, aumenta la conectividad entre las neuronas, es decir aumenta su capacidad para comunicar información de manera eficiente. También se refuerzan las conexiones entre la corteza prefrontal y las zonas del cerebro donde se procesan las emociones y el sistema de recompensa”, explicó Perrota.
Los niños y adolescentes necesitan desarrollar el autocontrol necesario para tomar decisiones, administrar sus emociones, disfrutar de manera moderada todas las cosas agradables de la vida, incluidas las redes sociales y los video juegos. Pero para eso debe aprender a postergar la gratificación inmediata en pos de objetivos o satisfacciones más significativas a largo plazo, y a la vez encarar compromisos y responsabilidades.
“En esta cuarentena, la falta de actividades y de rutinas concretas puede que los chicos, como también los grandes, abusemos de la tecnología y es entendible. Pero es buen momento para que pensemos cómo educamos en los límites y cómo nosotros mismos tenemos ejercitada nuestra capacidad de postergar la satisfacción inmediata”, recomendó el especialista.