El pueblo mapuche habita un territorio amplio dentro del Estado argentino, desde la cordillera hasta el mar y desde La Pampa hasta Chubut. Las medidas tomadas para aminorar la influencia del COVID-19 impactan de manera particular en la forma de vida mapuche, en especial en las comunidades rurales. Con o sin pandemia, el racismo y el despojo continúan. Emiliana Cortona consultó con miembros de comunidades de diversas latitudes para conocer su situación y sus reflexiones sobre el origen y la salida de la crisis desatada por la pandemia.
«La culpa de esta pandemia no la tiene el murciélago. Tampoco quien lo comió. El problema es: ¿por qué se enfermó ese murciélago?». Orlando Carriqueo es autoridad-werken de la Coordinadora del Parlamento Tehuelche Mapuche en Río Negro, desde hace tres años y está convencido de que esta pandemia es el primer síntoma de un mundo que marca la muerte cada vez más violenta.
La Coordinadora tomó cartas sobre al asunto desde temprano: aunque la cuarentena obligatoria en Argentina empezó el 20 de marzo, ellxs ya habían cancelado el parlamento anual de las comunidades, que iba a realizarse durante el 13, 14 y 15 de marzo. En el parlamento se renuevan autoridades, se plantea una agenda de temas y se comparten los problemas que tienen las comunidades.
A pesar de que no hay casos confirmados de coronavirus en ninguna comunidad mapuche, concentraron sus energías en reforzar la comunicación entre las comunidades vía radio, WhatsApp – algunxs logran conectarse a través de internet de las escuelas- y llamados por teléfono. El objetivo es claro: informar de la mejor manera posible las medidas que se deben tomar frente a la pandemia. El Choique Net, un periódico que se lee mucho entre las comunidades, tradujo folletos y consejos a mapudungun, el idioma mapuche.
En esta época del año muchxs están bajando de la veraneada, una actividad ancestral que consiste en trasladar a cientos de animales a las zonas altas de la precordillera para alimentarlos con el mejor de los pastos. Pero ahora, con el frío, ya bajan de la montaña. Por eso las autoridades de cada una de las comunidades reforzaron las comunicaciones con estas personas para que estén al tanto de las medidas de prevención. También se les solicitó que no reciban visitas en los campos y se insistió con algo clave: mantener la comunicación entre los integrantes de las comunidades para estar al tanto de la situación de cada familia.
Ahora, por el aislamiento y la cuarentena, pueden surgir problemas económicos. Así lo cuenta Orlando: muchxs no pudieron vender el pelo de chivo, otrxs no cobraron la lana vendida y es probable que el precio baje. La juntada de leña, el maíz, el forraje para las gallinas, todo, se complica.
«Hay una agresión a la tierra», sostiene Orlando. Y explica parte de su cosmovisión: los hombres y las mujeres somos solo una parte de esto, de la naturaleza, nosotrxs, así como un río, una piedra, un cerro, las aves, tenemos el derecho de estar en la tierra. «Nosotros respetamos ese derecho. Pero la sociedad con el afán de consumo arrasa con la naturaleza», dice.
Orlando cuenta que están rescatando saberes ancestrales. Las plantas que crecen en los territorios tienen propiedades que les han servido milenariamente. Algunas sirven para la tos, otras para la fiebre, otras para el dolor de garganta. «No es la cura para el nuevo coronavirus pero sí que pueden ayudar», dice. La jarilla es para los pulmones, se hierve y se toma en agua. El té verde, el diente de león, y la manzanilla, las tres tienen interferón natural, explica y cuenta que sirven bastante frente a un dolor de garganta, fiebre o malestar. «Estas plantas después son las que otrxs patentan y se hacen millonarios», dice mientras se ríe. Los laboratorios, asegura, hacen un proceso químico para venderlas en la ciudad, para que la gente pague por ellas. Y eso es un ejemplo de lo que Orlando viene repitiendo: la causa de esta enfermedad está en un sistema económico.
«Hoy la solidaridad entre los países nos puede llevar a que fabriquemos un millón de respiradores artificiales, el Malbrán puede conseguir la vacuna contra el coronavirus, pero ¿esa es la solución al ritmo de vida que tenemos como sociedad? No lo es», reflexiona. Se anima y enuncia propuestas: «Para salir de este sistema que nos enferma hay que redistribuir la tierra, no usar agrotóxicos, no permitir los transgénicos, ni el feedlot, ni la megaminería. Y respetar a una piedra, a un cerro, a un río, a un árbol, a los animales. La clave para salir de la pandemia es volver a vivir en comunidad y consumiendo lo mínimo posible. Qué importa si tenés un auto, un TV de 50 pulgadas, si te agarra coronavirus. Lo material hoy ya no importa».
«Somos muchos más los que podemos construir otra forma de vivir», concluye Orlando. «Somos más los que podemos vivir mejor y no tener que depender de estos locos que le gusta la muerte y la guerra. Hay que volver al territorio. Eso, no va a evitar las futuras pestes, pero será, sin dudas, un buen vivir».
El Guillatún
Para pedir por bienestar, fortalecer la unión de la comunidad o agradecer los beneficios recibidos, lxs mapuche despliegan un rito: el Guillatún. Semanas atrás, con la avanzada de la pandemia, lxs ancianxs de la histórica comunidad mapuche Cayumil de Río Negro propusieron un Guillatún comunitario. La invitación consistió en que las distintas familias y comunidades de la zona se encuentren haciendo la misma ceremonia a la misma hora en distintas partes del territorio. La cita fue el miércoles 25 y jueves 26 de marzo, a las 7:30 de la mañana, antes de que salga el sol.
Agripina Nahuelcheo es mapuche y coordinadora en la casa de la Justicia en el Poder Judicial. Fue una de las que participó del Guillatún comunitario y explica la ceremonia: «Se hace en ayunas, afuera de la casa, antes de empezar el día. Le hicimos un llamado a la fuerza de cada lugar, a un río, a una montaña, a un cerro o una formación según cada territorio. Esta vez, se hizo para pedirle que las enfermedades no sean tan fuertes en esta época del año, que lxs conocidxs estén bien de salud y para poder atravesar de la mejor forma posible el virus que está circulando».
Más allá de esta pandemia, Agripina cuenta que cuando lxs mapuche se enferman, es porque algo no está bien. «¡Si nos agarra una enfermedad muchas veces tiene que ver con que ese algo se rompió entre la conexión de uno con la Naturaleza!», explica.
Cuando cortan una planta, lxs mapuche piden permiso por más que sea una hojita para un té. Y después dan las gracias porque esa planta lxs ayudó a sanarse y a recuperase. Por eso, agradecen. Pero Agripina sabe que las grandes empresas no piden permiso ni dan las gracias. Contaminan los ríos, la tierra y las montañas. Y ahí están las consecuencias.
La venganza de la madre tierra
«La tierra se está vengando», dice Marta Casiano, una autoridad-lonko de los mapuche del paraje Quetrequile, en la llamada Línea Sur de la provincia de Río Negro. Para Marta, y para muchxs otrxs mapuche, el coronavirus no es más que una bofetada de la naturaleza, aquejada por la megaminería, la tala indiscriminada y la contaminación de los ríos. Es de tardecita, y Marta Casiano, de 63 años, mira por la ventana de la cocina su huerta con las pocas verduras que le vinieron este año. A algunos metros, sus plantas medicinales. Más lejos, los montes y los pájaros. Recién vuelve de juntar a sus animales: tiene 200 ovejas y 270 chivas. De ellas vive, de sus lanas y de vender alguno cuando le hace falta. Anochece cerca de Ingeniero Jacobacci, en la provincia de Río Negro, y Marta prende la radio. Ahí, cuando escucha las noticias, se acuerda del coronavirus.
La realidad de Marta, como la de muchxs mapuche de la zona, ya era dura: hace 20 años que hay sequía, las plantas no vienen buenas como para vivir del cultivo y sobrevive con lo justo. Para conseguir comida está obligada a ir a la ciudad más cercana, a 45 kilómetros. Y con la pandemia, la situación se agravó. «Antes de la pandemia viajaban entre varixs a la ciudad y compartíamos gastos. Pero la semana pasada nos paró la policía. Nos dijo que no podíamos circular más de dos personas en un auto. Y eso nos complicó salir a buscar provisiones», dice. Desde que comenzó a regir el aislamiento social y obligatorio, el taxi hasta Jacobacci les cuesta entre 1200 y 1500 pesos. Demasiado para Marta, que intuye que la venganza de la madre tierra será más dura de lo que se espera.
Todos los Derechos Humanos
Desde que inició la cuarentena las denuncias contra las fuerzas de seguridad son cada vez más. «No nos matará el coronavirus sino la indolencia y las balas asesinas del Estado», asegura Moira Millán, miembro del lof mapuche Pillan Mahuiza. Lo dice a raíz de los acontecimientos del 7 de abril en la provincia de Chubut.
Ese día, cerca de las 19:30 horas tres mujeres mapuche de la comunidad Lof Mapuche Pillan Mahuiza volvían de comprar comida de Corcovado, el pueblo más cercano. Pero la policía las paró y sin mediar palabra las llevó a la comisaría. Ahí les hicieron firmar bajo amenaza un acta en blanco a cada una. Después, las llevaron al hospital para ser examinadas ante la posibilidad de portar el coronavirus. Las liberaron a las 22:30 y con temperaturas bajo cero tuvieron que volver caminando los 7 kilómetros que separa el pueblo de la comunidad.
«¡Paremos esta locura, que la protección contra el coronavirus sea en el marco de la protección de todos los Derechos Humanos!», exige Moira Millán.
«Tenían toda la intención de mataros, pero no lo lograron». A Sandra se la escucha angustiada, está preocupada por su seguridad y por la de su comunidad. Ella es integrante de la comunidad Mapuche Buenuleo, que fue atacada en plena cuarentena. La comunidad está a 10 kilómetros de Bariloche. El lote perteneció históricamente a la comunidad Buenuleo y tras la muerte de su lonko, en 2014, fue usurpado. Pero en septiembre del año pasado lograron comenzar su recuperación.
El hecho que relata Sandra a Wall Kintun Tv sucedió el miércoles 29 de abril a las 12 del mediodía. Una patota, violando el aislamiento social, preventivo y obligatorio atacó a la comunidad. Estaban, según narran los miembrxs de la comunidad, encabezada por quien dice ser el propietario del predio: Emilio Friedrich asegura tener un boleto de compraventa firmado por un lonko Buenuleo. Entraron, cuenta Sandra, con palos y armas para ocupar la casa y el terreno.
Ramiro Buenuleo es integrante mapuche e intentó llamar a la policía, pero la señal ahí es muy mala. Sandra corrió dentro de la casa, para resguardar a lxs 5 nenes que estaban en el predio. Arrastraron una mesa, hicieron tope en la puerta y la trabaron desde adentro. Pero los atacantes con palos y piedras lograron romper las ventanas y entrar.
A Ramiro le dieron varios golpes en la cabeza, le tajearon el cuello y la pierna. Él está convencido de que el ataque estuvo premeditado y que la policía dio el aval. «Liberaron la zona, para que puedan llegar hasta acá», explicó a Wall Kintun Tv. Viviana, otra integrante de la comunidad, recibió varios golpes con palos y hasta le fisuraron la mano derecha.
Este hecho, denuncian, se produjo una semana después de que desapareciera la guardia policial. La comunidad, por orden de la justicia, en el marco de un hábeas corpus, debía tener custodia policial 24 horas. En septiembre de 2019, la comunidad sufrió un hecho similar. Según narran se repitió la misma modalidad: primero desapareció la guardia policial y después se produjo el ataque.
Marina Schiffrin es abogada de la comunidad y presentó un amparo pidiendo una guardia permanente en el lugar porque «peligra la integridad física y la vida» de los mapuche. «De la justicia ya no sabemos qué esperar» dice Ramiro. «Tenemos ocho denuncias penales» cuenta Marina Schifrin, «y sólo una prosperó».
Vivir en la comunidad
«Las comunidades mapuche no la están pasando nada bien. El aislamiento para la gente de campo es serio», dice Juana Antieco, mujer tehuelche mapuche. Es integrante de la comunidad Costa del Lepá, a 64 kilómetros de Esquel, Chubut. Con paciencia explica: «Quienes viven en el campo, producto de la conquista, representan al sector más empobrecido de lxs mapuche. Y la cuarentena les impidió el ingreso más importante en esta época del año: cuidar animales en estancias y trabajar en la cosecha de papa y trigo. Son pocos los que pudieron vender la lana». A Juana se la siente preocupada: «Nuestra gente se está quedando sin comida porque no pueden ir a la ciudad».
La historia que cuenta Juana desde Rawson es la de muchxs mapuche: «los que nos vinimos a la ciudad, fue por la situación extrema de pobreza en la que quedamos». A los 14 años, se fue forzada a vivir a la ciudad. Vendió artesanías y se pagó la carrera de Licenciatura en Enfermería. Sabe que apenas se jubile vuelve a vivir a su comunidad.
El Estado, dice Juana, no atiende las necesidades de las personas en el campo. «La ayuda del ANSES está pensada para gente con celular o computadoras», cuenta indignada. Se refiere al Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), un bono de $10.000 lanzado por el gobierno nacional. Muchxs que viven en el campo no tienen celular, no tienen servicio eléctrico, y se les dificulta entrar a la web para solicitar esa ayuda.
«En términos de circulación del virus es más seguro vivir en la comunidad que en la ciudad», compara Juana. «Hay familias que tardan entre 4 y 5 horas en llegar al pueblo más cercano. Algunas a caballo y otras en camioneta». Al intendente Marcelo Limarieri le tuvieron que pedir que empiece a recorrer los parajes. «En los primeros diez días de la cuarentena, no lo hizo. Él debería conocer la situación de cada familia que está bajo su órbita», dice Juana.
No importa con qué miembrx de la comunidad mapuche uno consulte, todxs indicarán que la disparada de la pandemia tiene una causa única: el capitalismo. En los últimos días se activaron 15 volcanes en todo el mundo, Juana no puede dejar de ver una conexión. «En un futuro, no vamos a poder ni predecir si viene otro virus más potente que el coronavirus ni la catástrofe que pueda llegar a pasar», advierte.
La tierra, dicen, será implacable.