Por Francisco de Santibañes
Esta es mi última columna del año y de un ciclo que intentó poner foco en cuestiones relacionadas con el interés estratégico de la Argentina. Algunos de los temas que abordamos son el surgimiento de un nuevo orden internacional, los cambios tecnológicos y, más allá de la elección presidencial, el estado actual de la sociedad estadounidense. Todos tópicos esenciales para comprender el mundo en el que vivimos, requisito a la vez indispensable para elaborar una estrategia nacional.
También analizamos la aparición de una pandemia que marcó a la humanidad. Nos preguntamos, por ejemplo, cuáles serán sus efectos en el largo plazo. Más que producir un cambio radical en nuestros sistemas políticos y económicos, señalé que el escenario más probable es la aceleración de algunas tendencias que ya veníamos observando. Entre estas se encuentran el crecimiento del conservadurismo popular, el conflicto estratégico entre China y Estados Unidos y un sinnúmero de innovaciones tecnológicas que afectan nuestras vidas. Innovaciones que, como es el caso de las redes sociales y las nuevas formas de trabajo, también han alimentado el descontento social.
Asimismo, este malestar social nos sirve para entender el rechazo hacia las elites, a las que millones de ciudadanos alrededor del globo acusan de haber dejado de representar sus valores e intereses. Una nueva generación de líderes, más nacionalista y conservadora, han buscado representar este humor. Y esto se da, recordemos, en un escenario marcado por el traslado de riqueza y poder militar desde Occidente hacia Asia -y hacia China en particular. Como consecuencia de esto, y por primera vez en generaciones, Estados Unidos enfrenta un rival que pone en jaque su condición de potencia hegemónica.
¿Cómo encuentran estos cambios a América Latina? Atravesando varias crisis. Por un lado, una crisis económica porque la mayoría de nuestras naciones no logra crecer a las tasas que les permitirían desarrollarse plenamente. Por otro lado, se observa un creciente descontento con la dirigencia, como notamos en Chile (y sus manifestaciones), en Brasil (con el surgimiento del fenómeno Jair Bolsonaro) y en Perú (con las dificultades que el país andino muestra para tener un gobierno estable). Finalmente, los proyectos de integración regional, quizás debido a la falta de continuidad, no han cumplido con las expectativas.
Dado el panorama que he mencionado, resulta indispensable que los argentinos comprendamos que el margen que tenemos para cometer errores se ha reducido considerablemente. Pero si bien la tecnología nos presenta desafíos, también genera oportunidades.
Como señala en varias columnas a lo largo del 2020, la globalización no ha culminado, tan sólo está mutando. Ya que, si bien el intercambio de bienes no crece al mismo ritmo que lo hizo en el pasado, sí lo hacen el flujo de información y el comercio de servicios. Y esta fuente potencial de riqueza representa una oportunidad para un país que, como el nuestro, no sólo posee ventajas comparativas en industrias como la del software, sino también en otros sectores que, como es el caso del agroindustrial, pueden sacar provecho de las nuevas tecnologías. Pero inclusive si somos exitosos en este proceso, tendremos que pensar estratégicamente para no cometer otro tipo de errores. ¿Qué debemos hacer, por ejemplo, para evitar que la riqueza y los empleos de calidad se concentren únicamente en las grandes ciudades, incrementando de esta manera las divisiones que observamos a nivel mundial entre las urbes y el interior?
En definitiva, tanto para enfrentar exitosamente las amenazas como para aprovechar las oportunidades que nos presenta el mundo debemos pensar e implementar una estrategia de largo plazo. Cuando la tuvimos nos fue bien. Cuando perdimos el rumbo, y nos concentramos solamente en la coyuntura, comenzaron los problemas. Es más, focalizarse en el largo plazo presenta una ventaja adicional: facilita la generación de confianza y la formación de consensos.
¿Cómo podemos hacer entonces para comenzar a pensar en términos estratégicos? Para empezar, teniendo en claro cuál es el objetivo final que pretendemos alcanzar. Aquella visión de país que además de motivarnos, por ambiciosa, nos haga sentir parte de una misma comunidad.
A lo largo del año también sostuve que para ser exitosos además de elaborar una estrategia necesitamos superar nuestros déficits institucionales. Ya que, sin instituciones sólidas, nos resultará sumamente difícil implementar cualquier plan. Debilidades institucionales que van desde el deterioro de la educación pública hasta la necesidad de modernizar nuestra diplomacia y fuerzas armadas. Y que en la sociedad civil se advierten tanto en el ámbito empresario como en el intelectual.