Armando Monroy murió el 9 de abril. Fue un suceso inesperado, repentino. Ocurrió la tarde de ese viernes y apenas unas horas antes, ese mismo día, había respondido mensajes a través de WhatsApp. A las 12:04 pm fue su última conexión. Nadie podía imaginarse, menos prepararse, que Armando, tan activo, no superaría el covid-19.
No hubo despedida, su papá y su mamá estaban igualmente contagiados y bajo estrictos cuidados médicos. La familia no podía trasladarse hasta La Guaira – Venezuela, donde falleció. Gracias a la solidaridad y a la movilización de muchos, y contrarreloj, se consiguió un cupo para su cremación en Caracas. En caso contrario, su cuerpo habría sido enterrado en unas fosas comunes en Carayaca.
Las misas presenciales, los abrazos, las demostraciones de afecto y hasta las lágrimas en compañía son, entre otras, acciones que culturalmente ayudan en el proceso de aceptación y contención frente a la pérdida de un ser querido. Pero ¿qué hacer cuando no es posible celebrar ninguna de estas costumbres? Las características de la pandemia por covid-19 obligan a resignificar la despedida, por lo tanto, a buscar formas distintas de enfrentar el duelo.
Aunque no existen evidencias de contagio a partir de los cuerpos sin vida, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha dado una serie de recomendaciones que limitan, por ejemplo, los actos velatorios y de sepelio. Quienes fallecieron por covid-19 no pueden ser enterrados de la misma manera que quienes murieron por otras causas. De lo que sí hay pruebas es de que “en el caso de enfermedades respiratorias agudas, los pulmones y otros órganos pueden seguir albergando el virus».
Las autoridades sanitarias de cada país han tomado, además, sus propias decisiones y emitido lineamientos para el tratamiento de las víctimas del covid-19. En el caso de Venezuela, se han prohibido los velorios y se ha dispuesto la cremación de los cuerpos. Donde no sea posible, procederá la sepultura en fosas comunes.
Se trata de nuevos retos para los familiares, los cuales, a decir de los expertos, se iniciaron desde el momento mismo en que la OMS caracterizó el covid-19 como una pandemia y empezó el confinamiento obligatorio en distintos países.
El covid-19, un duelo múltiple
Es un duelo múltiple. La también licenciada en enfermería refiere que “no solo se pierde lo de afuera, me pierdo yo ante la ausencia del otro”, frente a lo que surge la interrogante de qué hacer sin la presencia física del otro en mi vida.
Celis concluye que el covid-19, además de mostrar la nitidez del rostro de la muerte, “nos dice que ya no vamos a despedir a nuestros familiares de la manera en que lo veníamos haciendo (…) Nosotros tenemos un patrón de despedida que se vio alterado cuando se nos impide velar a nuestros difuntos”.
En efecto, no solo no se puede velar, tampoco se pueden enterrar. “No puedo recibir la contención de los seres más allegados, ni contar con un lugar al que ir llevar flores”, dice.
En más de los casos, el covid-19 opera de manera abrupta, tanto que al entorno de las víctimas le queda la sensación de no haber podido procesar la pérdida. Ocurre con una inmediatez inesperada, señala Paola Díaz, psicóloga y psicoterapeuta Gestalt.
Agrega que los actos fúnebres, en especial el tradicional velatorio, se manifiesta culturalmente para el auxilio de quienes se quedan y siendo ahora un espacio que no está, la manera de resolverlo no es convencional.
Resignificar la despedida
De esta manera se llega entonces a lo que las expertas conceptualizan como la resignificación de la despedida. Celis plantea alternativas que pasan por la celebración de actos religiosos de manera virtual, el rezo de un rosario, hasta una noche de karaoke o de película. En definitiva, un tributo a través de lo que le gustaba a esa persona que ya no está. “Re-significar para mí el cómo me voy a despedir, sin dejar de hacer contacto emocional con mi duelo y con mi pérdida”.
Para la personas que no pueden hacer contacto físico, bien por el confinamiento, por el temor al contagio o porque son portadoras del virus (afecta por lo general a más de uno en el grupo familiar), “busquen la manera de hacerle saber a los deudos, al amigo, que no solo se enteraron sino que están y que son empáticos en el dolor. No solo con una llamada que puede romper la prudencia, también por medio de un presente, de unas flores, de frutas, de un disco compacto con fotografías y recuerdos de la persona que se despide, con una planta que significa vida y tierra, que es el arraigo al que debemos apostar”.
“Acompañar no es animar”, aclara. Una persona en duelo no necesita ser animada, necesita ser acompañada y en estas circunstancias, el silencio puede arropar más. Sigue con los consejos y sentencia, “no le pida nunca a quien llore que deje de hacerlo, el dolor se debe expresar”.
Paola Díaz apunta además la importancia de identificar lo que está sucediendo y lo que se está sintiendo, para darse la oportunidad de expresarlo, sea tristeza, rabia, frustración o dolor.
“Frente a la pérdida, es indispensable conectar congruentemente con lo que nos pasa. Eso nos abre el camino para procesar de manera diferente lo ocurrido”, recomienda.
“De no atendernos y responsabilizarnos, posiblemente comencemos a proyectar en diferentes áreas de nuestra vida ese malestar interno. Las pérdidas y los duelos son un proceso en el que nos reconstruimos frente a ese espacio que queda cuando alguien se va”, comenta.
Hay factores protectores internos y hay espacios y personas de bienestar. Frente al covid-19 aparece como urgente apalancarse en ellos para progresar. Son mecanismos que no borran el dolor, que no llenan el vacío, pero que muy probablemente hace que nos movamos de manera diferente frente a él.
Fuente: El Diario