Hoy, 22 de marzo, se celebra el trigésimo Día Mundial del Agua. La fecha recuerda a la Conferencia de Naciones Unidas de 1992, en Río de Janeiro, cuando gobiernos de todo el mundo se reunieron para empezar a entender más cabalmente la situación de los recursos medioambientales. Desde entonces, cada año se publica un informe sobre los principales desafíos hídricos, que busca mantener al día a los responsables de implementar políticas sostenibles.
El agua hace posible la producción del 95 % de los alimentos cultivados y mantiene a todas las especies que habitan el planeta, con funciones esenciales para la salud y la energía. Pero más de 2.000 millones de personas no tienen agua potable, y hasta 3,5 millones mueren cada año por enfermedades relacionadas con su mala calidad. Con el aumento de la población, se estima que en dos décadas la demanda se incrementará en más del 50%. La disponibilidad, en cambio, no para de caer por culpa de la contaminación y el cambio climático.
Este año, los lemas “Acelerar el cambio” y “Dejar de hacer lo mismo de siempre” buscan llamar la atención sobre los retrasos en el cumplimiento del sexto Objetivo de Desarrollo Sostenible de la ONU: que todos los rincones del planeta tengan disponibilidad de agua y un saneamiento adecuado hacia 2030. Para alcanzar esa meta, los gobiernos deberían trabajar hasta cuatro veces más rápido de lo que lo están haciendo, advierte la edición española de National Geographic.
Algunas decisiones cotidianas pueden contribuir a alivianar la situación. Entre ellas, cerrar bien las canillas, regular su uso al lavar los platos o cepillarse los dientes, y tomar duchas más cortas. El resto queda del lado de la capacidad de control de los gobiernos y de la responsabilidad empresarial frente a un mundo cada vez más sediento.