Lo llaman el «oro azul» y aunque el nombre pueda llevarnos a pensar en joyería de fantasía es en realidad un guiño al enorme valor, tanto económico como práctico, de un metal bien conocido desde hace años en tecnología: el cobalto. Si bien no es tan popular como el coltán, la realidad es que ambos resultan indispensables para la elaboración de buena parte de los dispositivos electrónicos que usamos a diario. Y eso, claro está, lo convierte en un recurso codiciado en la industria.
Chile lo sabe y mira ya con un interés especial sus yacimientos.
¿Qué es eso del «oro azul»? Un apodo con el que se suele designar al cobalto. No es el único que lo usa. A lo largo de los años hemos echado mano de esa misma expresión para referirnos también al azul ultramar extraído del lapislázuli e incluso al agua o la lavanda, pero aun así sigue siendo oportuna cuando hablamos de cobalto, tanto por su tonalidad como por su valor para la industria.
De sus peculiaridades ya os hemos hablado en alguna ocasión. El cobalto es un metal ferromagnético, dotado de propiedades magnéticas similares a las del hierro y resistente al desgaste y la corrosión incluso bajo temperaturas elevadas. No es su única virtud. Asociado habitualmente a la extracción de cobre y níquel, soporta la tensión de una forma parecida a la del hierro y ofrece un abanico de aplicaciones que van del ramo sanitario a la fabricación de baterías, lo que le confiere una relevancia especial en plena transición hacia la movilidad eléctrica.
¿De dónde procede? «El cobalto es un elemento raro con una frecuencia del 0,004% en la corteza terrestre, lo que lo sitúa en el trigésimo lugar de la lista de elementos ordenados por frecuencia. Está presente en muchos minerales, pero normalmente en pequeñas cantidades», explica el Institut für Seltene Erden und Metalle AG. Sus reservas mundiales rondan los siete millones de toneladas, de las que alrededor de la mitad se localizan en la República Democrática del Congo.
Las tablas de Statista muestran con claridad el peso del país africano en el mapa minero global del «oro azul»: su producción estimada en minas de cobalto en 2022 ascendió a 130.000 toneladas métricas, muy por encima de la segunda, tercera y cuarta nación de la lista, puestos que ocupaban Indonesia (10.000), Rusia (8.900) y Australia (5.900). El Congo representó más de dos tercios de la producción global. Hay estimaciones que elevan su producción de 2022 a 145.000 tn.
¿Y cómo es su mercado? Statista calcula que en 2021 el mercado del cobalto alcanzó a nivel mundial un valor de 8.572,5 millones de dólares y preveía un crecimiento notable a lo largo de la década, un alza que le permitiría pasar de 10.830 millones en 2023 a casi 24.900 en 2030. No todas las proyecciones coinciden. La de Strait Research, por ejemplo, es sustancialmente inferior (19.470 millones de dólares en 2030), pero prevé también un crecimiento considerable del tamaño del mercado mundial a medio plazo: del 123% entre 2021 y 2030.
A comienzos de la década la Unión Europea calculaba que en 2030 necesitaría cinco veces más cobalto y para 2050 esa urgencia se habría incrementado unas 15 veces. La clave: la necesidad de baterías para vehículos eléctricos y el almacenamiento de energía. El OEC (Observatorio de la Complejidad Económica) muestra sin embargo que el principal importador del «oro azul» es China, con una demanda muy superior a la de Japón, Alemania o Estados Unidos.
¿Y cuál es el papel de Chile? Chile tiene presente desde hace años el potencial de su minería de cobalto. En 2018 la Corporación de Fomento de la Producción (Corfo) y el Servicio Nacional de Geología y Minería (Sernageomin) encargaron un estudio para valorar los recursos disponibles en el norte y centro del país y ese mismo año se apuntaba ya su considerable potencial económico, incluso en los escenarios más pesimistas. Que ese interés no ha decaído lo demuestra un proyecto de la Universidad Andrés Bello (UNAB) y la Universidad de Chile que aspira a convertir a Chile en el segundo productor de «oro azul» a nivel global.
«Solo extrayendo el cobalto que está en los relaves, Chile podría desplazar a Indonesia convirtiéndose en el segundo productor mundial», explica a América Economía Pilar parada, directora del Centro de Biotecnología de Sistemas de UNAB. Su foco se centra en las partículas de mineral arrastradas por el agua en las explotaciones mineras y que aún pueden aprovecharse. Gracias a esos relaves Chile calcula que tiene potencial para producir cerca de 15.000 toneladas anuales de cobalto. Si se añadiese además la explotación primaria, directamente desde yacimientos de cobre y cobalto podría subir a 25.000 toneladas.
¿Y cómo plantea hacerlo? La Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo de Chile (ANID) ha decidido adjudicar a UNAB y la Universidad de Chile un proyecto científico para producir alrededor de 15.000 toneladas de cobalto al año.
Su propuesta pasa por echar mano de la biotecnología para reprocesar los relaves mineros y recuperar el cobalto descartado, lo que, recalcan, permitiría obtenerlo de una forma «más limpia, con menor impacto ambiental y costos de producción más bajos». Sus impulsores aseguran que podría reducirse además el riesgo ambiental que representan estas áreas: a día de hoy el 86% están abandonadas o inactivas.
¿De oro azul a oro verde? «Avanzar en el camino hacia un ‘cobalto verde’ representa no solo una oportunidad económica, sino un paso hacia un futuro más limpio y socialmente responsable, donde la prosperidad se funde con la protección del medioambiente», señala Parada, directora del proyecto, a La Tercera.
La investigadora asegura que durante el proceso se usan bacterias que retiran la pirita, un mineral que se oxida en contacto con la lluvia o el aire y contamina las aguas subterráneas y campos de cultivo. A día de hoy se calcula que en Chile hay 764 depósitos de relaves. Los más prometedores, en Atacama y Coquimbo.