La interculturalidad no es parte del cine ecuatoriano que llega a las salas comerciales. Se pueden contar con los dedos de una mano las cintas que, por ejemplo, incluyen al quechua en sus diálogos. Los cineastas del mundo indígena, que los hay, muchas veces producen solo para su nicho de público. Alberto Muenala, sin embargo, llevará en junio su ópera prima al circuito comercial.
La película Killa —Luna, por su traducción del quechua— no solo que incluye a la lengua andina en casi todos sus diálogos, sino que cuestiona el acoso y el despojo que sufren muchas comunidades indígenas por la minería. Además, tiene como hilo conductor la relación sentimental entre un indígena y una mujer mestiza, algo que todavía revuelve las tripas de la sociedad ecuatoriana y que queda reflejado en el filme.
Killa está rodada en Imbabura, una provincia donde el 26% de la población se autoidentifica como indígena. Muenala proviene de Peguche, una población famosa por su capacidad conservar intactos los ritos como el Inti Raymi o la Fiesta del Sol, y lleva 30 años documentando lo que él llama «pueblos y nacionalidades» en Ecuador, Bolivia, México o Guatemala.
La película es su primer esfuerzo de largo aliento y consiguió producirla gracias a los fondos concursables que entrega el Ministerio de Cultura. Le costó 170.000 dólares. El guión lo empezó a escribir en 2012, tras la inauguración de la minería a cielo abierto en Intag —uno de los valles de Imbabura—. «Mi interés era presentar los problemas que existen en el país por la minería, cuando encuentran recursos debajo de la tierra, el Gobierno tiene la potestad de expropiar; ya estamos viviendo esa realidad», cuenta el cineasta.
Cinco años le tomó terminar la película que también refleja la cosmovisión de los pueblos nativos y su apego a la tierra, y presenta bellas postales de los andes ecuatorianos. Entre los otros subtemas que aparecen en la cinta está la corrupción y lo que el realizador llama «blanqueamiento de la sociedad» o la negación constante en la que viven algunos indígenas que desconocen sus raíces para encajar en el mundo mestizo.
Al final de la cinta queda un mal sabor de boca por una traición, porque desde el principio la cinta fue concebida como una tragedia. De momento se ha llevado el aplauso de unos 3.000 espectadores en las salas no comerciales. «Queríamos quedarnos en los circuitos del cine independiente y hacer conciencia», reconoce Muenala, pero ha recibido con agrado la invitación a estar en la cartelera comercial y nacional, y está buscando la salida a los festivales de invierno.
El País