Mirá el articulo publicado por el diario nacional donde realiza un pormenorizado análisis de la situación de la ciudad en estos momentos y de loa que era siete meses atrás.
Con descripciones de anónimos y también la referencia de Ricardo Bustos.
Una nota de Claudio Andrade.
Las huellas del caso Maldonado en Esquel: murales, mapuches divididos y gendarmes trasladados.
A siete meses de la desaparición del joven que conmovía al país, un equipo de Clarín volvió a la ciudad.
Uno de los murales que quedaron en Esquel, recordando al tatuador. (Trilce Reyes)
Hace siete meses en Esquel no cabía una aguja. La ciudad y el país estaban conmocionados por la desaparición de Santiago Maldonado en el territorio ocupado de Cushamen.
Funcionarios de los ministerios de Seguridad y Justicia, provinciales y nacionales, periodistas de radio, televisión y web de toda la Argentina, curiosos y turistas, coincidían en un punto de la Patagonia transformando temporalmente el rostro de una localidad conocida por su bella geografía y paz sureña.
Los hoteles se anunciaban completos y con reservas sin fecha de caducidad. Afuera del juzgado federal, cuatro equipos de televisión mantenían sus cámaras encendidas a la espera de que el juez federal Guido Otranto, primero, y el magistrado Gustavo Lleral, después, salieran de sus despachos para atiborrarlos con preguntas.
Siete agentes de la Policía Federal custodiaban las puertas. Más de 10 parejas de la policía provincial de Chubut vigilaban las calles centrales. Por las tardes los cafés hervían y a la noche no había sillas disponibles en los restaurantes. Esquel era el centro de una tormenta alimentada por el fuego de una noticia impactante y desgarradora.
Clarín volvió al lugar. Y hoy, las jornadas transcurren a otra velocidad en la ciudad patagónica.
En clavada entre la cordillera y el desierto, Esquel se caracteriza por la tranquilidad de sus calles y su aire limpio. El ruido no es una de sus postales. Pero el caso Maldonado ha dejado huella. El rostro del joven todavía aparece en forma de fotocopia en las vitrinas de algunos comercios.
Sus facciones, reproducidas por la mano de los artistas callejeros locales, cubren murales con rasgos que se habían universalizado. La barba. Los ojos oscuros y profundos.
«Me apena enormemente la suerte de este chico, pero al final su vida terminó en un entramado político. Seguro tenía buenas intenciones aunque se juntó con gente violenta que no tiene nada que ver con la gente que vive en la zona de Esquel ni con los mapuches que viven en el campo que son gente tranquila”, reflexiona el dueño de una librería que prefiere mantener su nombre bajo resguardo. Cierra: «Estos chicos del RAM se han puesto muy violentos y es preocupante».
Entre el 1° de agosto, fecha en que Maldonado desapareció al interior de Cushamen en el marco de un operativo de seguridad de Gendarmería Nacional, y el 17 de octubre de 2017,
cuando su cuerpo fue encontrado en el río Chubut, la localidad estuvo en el punto de mira de una sociedad que esperaba saber qué había ocurrido con el artesano. Los resultados de la autopsia de 55 expertos forenses apenas pueden considerarse el principio del fin.
La investigación continúa. Lo último que hizo el juez Lleral fue ordenar el análisis del comportamiento de un DNI en las mismas condiciones en que permaneció el de Maldonado en uno de sus bolsillos. Para la fiscal federal, Silvina Avila, aunque parezcan lentos, todos estos procesos resultan necesarios.
«Varios pasos quedan todavía. Hay que seguir controlando la producción de la prueba como en cualquier causa penal», dice Avila a Clarín. El 20 de diciembre pasado, la fiscal solicitó el cambio de carátula al magistrado, de «Desaparición Forzada» a «Muerte Dudosa», cosa que el juez finalmente denegó.
“Habría que preguntar dónde están ahora los testigos que en su momento aseguraron que Maldonado se lo había llevado la Gendarmería. Qué fue de sus vidas”, indica una fuente local que siguió de cerca el caso y por haber insistido en la teoría del «ahogo» recibió amenazas, mientras que le fueron rotos los vidrios de su oficina y automóvil.
En Cushamen no hay ninguna actividad. Este diario pudo comprobar que no quedan mapuches en las casillas de vigilancia. No se observan tampoco fuego ni movimientos en el área. En la tranquera de ingreso hasta sacaron el cartel que indicaba que se trataba de un territorio “recuperado”.
En la Unidad 14 de Esquel, el lonko Facundo Jones Huala espera su extradición a Chile. Fuentes locales cuentan que se ha distanciado de algunos de sus más antiguos seguidores.
Con su tropa dividida, sólo habría un grupo de unos diez mapuches que se mantendrían fieles. Entre ellos, Matías Santana, el mapuche que dijo haber visto, con binoculares, cómo a Maldonado se lo llevaban los gendarmes, algo que luego se confirmó que era falso. El joven participó de los altercados durante el juicio al lonko en Bariloche. La fiscal Avila ya solicitó su detención.
Algunos de los protagonistas del caso dejaron Esquel. Otros prefieren mantener el silencio. El ahora alférez Emmanuel Echazú fue trasladado a Córdoba. Echazú fue uno de los primeros sospechados por el juez Otranto al haber recibido un piedrazo en el rostro en Cushamen.
El comandante principal del Escuadrón 36 de Esquel, Pablo Badie desempeña hoy sus labores en Río Gallegos. Badie lideró el operativo de despeje de la Ruta el 31 de julio y 1 de agosto, junto a su subcomandante Juan Pablo Escola y al comandante Fabián Méndez del Escuadrón 35 de El Bolsón. Badie siempre sostuvo la inocencia del personal a su cargo.
Otros funcionarios públicos que en su momento estuvieron en el centro de la noticia hoy son difíciles de ubicar. Entre ellos el defensor federal Fernando Machado quien aseguró que las camionetas de Gendarmería Nacional habían sido lavadas y que era “imposible” que Maldonado se hubiera ahogado en las aguas del río. El juez Otranto también prefiere el bajo perfil. Clarín intentó conversar con ambos sin suerte.
Ricardo Bustos, periodista y reconocido locutor de Esquel, sí deja su impresión. «Hay grupos que tienen un pensamiento mágico. Están enojados, furiosos, porque no ocurrió lo que ellos creían que había sucedido o lo que querían que hubiera pasado. Esto los llevó a creer que lo que decían era verdad aunque mentían. Confundieron su creencia mágica y casi religiosa con la verdad».
El gendarme Echazú, herido durante el operativo del 1° de agosto, dejó Esquel. Estuvo bajo sospecha en la investigación por la muerte de Santiago Maldonado.
«La ciudad terminó en conocimiento de todo el mundo y por un tiempo se transformó, se vio movilizada. A pesar de esto la gente no se alteró. Los vecinos sabíamos cómo venía la mano y que era una movida política. Al final se terminaron mezclando las cosas. Los nombres de Facundo Jones Huala y Santiago Maldonado hoy parecen parte de un mismo tema”, indica Juan Balestra (26) un joven profesional de la localidad.
«A Santiago lo usaron para fines políticos, ensuciaron instituciones, ensuciaron a muchos vecinos, se dijeron tantas cosas contra Gendarmería. Somos una ciudad pero con costumbres de pueblo y los gendarmes son gente vecina que conocemos de toda la vida, llevan sus hijos a la escuela. Para muchos de la sociedad esquelense, a Santiago lo ensució la política», concluye Oscar Gibbons (31), empleado de una obra social y que tiene un comercio junto a su mujer en Esquel.