Curiosidades

Así era el dinosaurio marino gigante que vivió en la Patagonia

Con su cabeza y cuello el animal midió unos 8 metros de largo y tenía 4 metros de envergadura de punta a punta. Era un plesiosaurio de gran tamaño.

Todo empezó con Kenneth Lacovara. A decir verdad, todo comenzó con los vecinos de El Calafate, que le avisaron al paleontólogo estadounidense sobre el hallazgo de unos restos de un dinosaurio marino en la costa del Lago Argentino. Pero el científico, en la cúspide de su fama tras descubrir al gigante Dreadnoughtus, ya estaba regresando a Filadelfia y no podía hacerse cargo. Por suerte le comentó la noticia a Fernando Novas, doctor en Ciencias Naturales e investigador principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). “El café me quedó atragantado”, recuerda. El dato permaneció en su memoria y cuando años más tarde, en 2009, fue a dar un curso a la ciudad santacruceña, preguntó a un grupo de guías si conocían el lugar, le dijeron que sí y lo llevaron a un campo. “Los restos habían quedado a la luz por las obras de construcción del aeropuerto. Cuando llegamos se veía una parte, pero teníamos que aprovechar que las aguas estaban bajas, antes de que comenzara el deshielo del glaciar Perito Moreno”, cuenta. “Llame a Marcelo Isasi y me dijo: ‘Si es necesario me pongo un traje de buzo, pero lo sacamos’”.

Isasi, técnico profesional principal del CONICET, apenas arribó a El Calafate fue recibido por una lluvia interminable, ráfagas de viento y frío. La zona donde descansaba el plesiosaurio se llenaba de agua sin remedio, así que se contactaron con expertos en inundaciones, investigaron qué tipo de yeso debían utilizar en esas condiciones y consiguieron una bomba de extracción y una retroexcavadora que les prestó el propietario del terreno, Gerardo Povaszán. “Era una carrera contrarreloj, en el verano el agua en el lago llega a los dos metros y medio”, explica.

Para frenar las olas llenaron bolsas con sedimentos de los alrededores y formaron una gran barrera, un dique gigante alrededor del tesoro en el que llegaron a apilar más de 250 bolsas en círculo. Finalmente lograron formar los “bochones” para extraer los restos (utilizaron unos 3.000 kilos de yeso, tanto que llegaron a agotar la producción local), que fueron la base para realizar los moldes en 2D en caucho y posteriormente los modelos 3D, con el trabajo clave del CONICET, el Consejo Federal de Ciencia y Tecnología (Cofecyt) y el entonces Ministerio de Ciencia, hoy devenido en secretaría. También fue decisivo el aporte de empresas privadas que donaron los elementos imprescindibles para horadar, romper y cortar el granito.

“El hallazgo de este ejemplar tiene importancia mundial y está articulado casi por completo, con excepción del cuello y la cabeza. Data de unos 65 millones de años, por lo que roza la época de extinción y puede darnos mucha información sobre los últimos momentos de los dinosaurios”, señaló Novas durante la presentación en el Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia.

Con su cabeza y cuello el animal midió unos 8 metros de largo y tenía 4 metros de envergadura de punta a punta entre sus aletas delanteras, con vértebras dorsales de 50 centímetros de alto, lo que revela que se trataba de un plesiosaurio de gran tamaño. Su tórax era ancho y aplanado, como el de una tortuga, con el espacio necesario para albergar diversos órganos, en especial sus voluminosos pulmones. En esos momentos, el clima estaba de su lado: a fines del período Cretácico, cuando la cordillera de los Andes no existía, la Antártida carecía de la capa de hielo actual, y las temperaturas más benignas propiciaban el desarrollo de una importante vegetación en la que vivían muchas especies de dinosaurios herbívoros y carnívoros. En los mares circundantes, junto a aves, tortugas y grandes reptiles, vivió seguramente el “Nuevo plesiosaurio gigante de la Patagonia”.

Además, durante las tareas de extracción se encontraron dientes de especies de tiburón desconocidas, que no se sabía que habían habitado la región. No está claro aún si el pequeño “Nahuelito” fue atacado por tiburones, devorado luego de su muerte o, simplemente, llegaron allí por mera acción de las corrientes marinas.

El largo viaje de los restos fósiles, desde el primer encuentro hasta la reconstrucción de las piezas, es casi una metáfora del arduo trabajo científico: demandó nueve años conseguir los fondos para concretar su presentación en sociedad. Ahora todo volverá, en cierta forma, al origen. La réplica del esqueleto fósil permanecerá en el museo, mientras que el esqueleto extraído será devuelto a la provincia patagónica. Mientras tanto, nobleza obliga, Novas ya le escribió a su colega Lacovara para redactar un trabajo en conjunto sobre los pormenores del descubrimiento.

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