Se juntaron a almorzar para celebrar la elección del dirigente rionegrino como compañero de fórmula de Mauricio Macri.
Diego Santilli se paró y pidió la palabra. Cuando empezaba a darle la bienvenida oficial a Miguel Ángel Pichetto, sentado a su lado, del parlante portátil de Emilio Monzó se escuchó la marcha peronista de Hugo del Carril. Casi todos los comensales, una treintena de funcionarios y dirigentes del ala peronista del PRO, la cantaron a viva voz durante largos segundos.
Recién ahí Santilli, uno de los organizadores del almuerzo en la parrilla Los Platitos de la Costanera, pudo terminar su bienvenida: «La idea era que todos los que estamos hace años con Mauricio (Macri) le hagamos una bienvenida a Miguel», le dijo el vicejefe porteño y ministro de Seguridad al flamante candidato a vicepresidente de Macri. «Recibirte como un compañero», agregó el funcionario.
Pichetto, sin corbata, en el medio de la larga mesa rectangular, tomó la palabra.
«Esto tiene que ver con una decisión valiente, extraordinaria y de mucho coraje del presidente de la Nación. Cuando me armaron una agenda de visita a Nueva York pude comprender que Argentina tenía que cumplir con los acuerdos. Y qué era fundamental dar previsibilidad», empezó el senador, que aludió a la visita que hizo hace algunos meses a los Estados Unidos y que obnubiló a Macri por su mensaje a los inversores en la capital financiera del mundo.
«Esto es una Argentina que puede volver al pasado, al aislamiento o a un eventual default, y a un modelo autoritario. Por cómo está conformándose la estructura de poder, con la vicepresidenta en el senado y la gravitación del hijo en Diputados», siguió el candidato en una clara alusión a la ex presidenta Cristina Kirchner y a su hijo Máximo.
«Esto hay que explicárselo a la sociedad, entre todos tenemos que hacer docencia. Hay muchos compañeros y compañeras que están llamando. Dialogando con los gobernadores también, abriendo puertas para la conformación de escenarios electorales y para la etapa que empieza el 11 de diciembre. Así que, más allá del folklore o de alguna declaración que siempre hay, lo que he encontrado es muestras de afecto, de reconocimiento. Así que estoy muy feliz. No tengo culpas, no me tiembla el pulso, tengo fuerte resiliencia», insistió. Y aprovechó el almuerzo, al fondo del restaurante porteño, para dar su visión del peronismo.
«Este es un primer paso a un peronismo que nunca tuvo que ver con la izquierda argentina, con (Horacio) Verbitsky, con (Martín) Sabbatela, tipos que han entrado por la ventana y se han apoderado del peronismo. Con (Rogelio) Frigerio vamos a arrancar a recorrer el país», terminó el senador. Y fue aplaudido.
#Hacía rato que no cantábamos la marcha, habíamos pasado a la clandestinidad», dijo al final entre risas uno de los comensales. Más allá de la humorada, el desembarco de Pichetto cambió el semblante del ala peronista del macrismo. La oxigenó. La alivió.
Frigerio, Cristian Ritondo, Monzó, Santilli, Federico Salvai, Gustavo Ferrari, Joaquín de la Torre, Sebastián García de Luca, Bruno Screnci, Alejandro Finocchiaro, Santiago López Medrano, Luciano Laspina, Eduardo Amadeo, el rabino Sergio Bergman, Silvia Lospennato, Guadalupe Tagliaferri, Martiniano Molina, Julio Garro, Daniel Lipovetsky, Domingo Amaya, José Luis Acevedo, Maximiliano Corach y Álvaro González, entre otros, se sentaron a la mesa junto al candidato a vice, que llegó acompañado por Jorge Franco, su mano derecha.
Sobre el cierre, llegó Horacio Rodríguez Larreta. El bife de chorizo, la especialidad del lugar, ya había sido devorado.
El almuerzo peronista, adelantado por este medio, había sido ideado horas después del anuncio oficial del martes por el sector peronista del PRO que recibió el desembarco del senador con algarabía. Incluso, el presidente de la Cámara baja, que trabó una estrecha vinculación con el ex jefe del bloque del PJ en el Senado, podría rever ahora su decisión de alejarse del macrismo a fin de año, si es que Macri logra ser reelecto.
Hasta hace algunos meses, Monzó tenía un pie afuera: primero planeó reemplazar a Ramón Puerta en la embajada de Madrid, y después pensó en montar una consultora con Nicolás Massot. El futuro ahora es de mayor expectativa.
Su relación con la Casa Rosada, en especial con Marcos Peña, el influyente jefe de ministros, había vuelto a resentirse en la previa del viaje de verano que el diputado compartió con el Presidente por India y Vietnam.
Hubo tensas discusiones en Olivos que terminaron con la filtración, por parte del Gobierno, de la elección de Ritondo como cabeza de lista de diputados nacionales por la provincia de Buenos Aires. Un mensaje directo al riñón del titular de Diputados.
El tiempo y la crisis política que atravesó el Gobierno en estos meses habrían suturado algunas heridas. Peña y Monzó almorzaron la semana pasada en Casa Rosada. Siete días después, el jefe de Estado llamó a Pichetto y le ofreció acompañarlo en la fórmula. Postales de las semanas más peronistas de la era Macri.
Nicolás Caputo, el más íntimo de los amigos del Presidente y miembro fundador del PRO, y Carlos Grosso, veterano dirigente del PJ, ex intendente de la ciudad de Buenos Aires e inoxidable consejero presidencial, fueron, según fuentes oficiales, fundamentales en la llegada de Pichetto a las filas macristas.
Caputo, que tiene una fluida relación con muchos de los dirigentes que este viernes compartirán mesa con el senador -además de la vinculación con Horacio Rodríguez Larreta, que no es peronista pero trabaja como si lo fuera-, había perdido influencia desde el inicio de la gestión de Macri. Sus consejos se volvieron mucho más intermitentes que durante los ocho años de la administración porteña.
Grosso, por su parte, nunca dejó de aconsejar al Presidente, a algunos de sus ministros, a dirigentes nacionales, porteños y bonaerenses, y a jóvenes funcionarios. Como publicó anteayer este medio, el ex intendente fue uno de los últimos que habló con Pichetto antes del llamado final de Macri.
El almuerzo terminó cerca de las 15. En la mesa había varias botellas de vino tinto, semivacías, de la bodega San Huberto, de Carlos Spadone, también peronista. Nadie supo decir quién pagó la cuenta: fueron cerca de $47.000.
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