Un banco de aula vacío es una señal de alarma. “Si no va al colegio es porque algo pasa en la casa de ese chico”, dice Liliana (39), vecina del barrio El Progreso, en Moreno. Sus compañeras -son 15 en total- coinciden. Entre todas se dedican a atender a esas alertas. ¿Cómo? Caminan la zona de Cuartel V y buscan a los niños que abandonan la escuela. Van “casa por casa” con el objetivo de ver qué pasa puertas adentro y ayudar. Fueron capacitadas por la ONG El Arca, que las acompaña en todo el proceso. Se enfrentan a diario con casos de violencia familiar, problemas de salud, económicos, dificultades para conseguir vacantes y para llegar a las escuelas por temas de infraestructura. En lo que va del año ya visitaron a 300 chicos y colaboraron con más de 100 familias.
Las reuniones son una vez por semana. En ellas, hablan sobre los problemas del barrio y trabajan “por los derechos de niñas, niños y adolescentes”. Estela, que es vecina y referente de El Arca, está al frente del espacio. Su nombre es conocido por toda la comunidad. Y su celular no para de sonar. “Si nos enteramos de alguna situación, la llamamos. Nunca te va a decir ‘hoy no puedo porque llueve’”, sigue Liliana. Estela, que forma parte de esa misma ronda que se armó dentro del centro comunitario barrial, sonríe.
Y pide la palabra: cuenta que, de a poco, están aprendiendo a abordar las diferentes situaciones con las que se encuentran. “Desde cómo escuchar a una mujer que es víctima de violencia hasta saber cuándo lo que pasa se nos va de las manos y necesitamos actuar en forma articulada con el servicio local o recurrir a la justicia”, explica.
Tienen contacto permanente con los gabinetes escolares de los cuatro colegios de la zona (las escuelas 14, 62, 69 y 84) y son ellos los que avisan si algún niño se está ausentando. “Hay adolescentes que faltan porque tienen que cuidar a sus hermanos, otros que deben salir a trabajar para colaborar en la casa. También hay casos de violencia, abuso sexual, adicciones”, cuenta Cristina (63), otra vecina y voluntaria.
Pero esa no es la única manera de saber lo que ocurre. El boca a boca es clave para enterarse de lo que necesitan los chicos, aseguran. “Tenemos un grupo de WhatsApp que se llama ‘Llegaremos a tiempo’. Por ahí, nos contamos lo que pasa y dividimos las tareas”, precisa Daniela, que fue víctima de violencia de género y pudo salir adelante y lograr que sus hijos regresaran al colegio de la mano del grupo. “Estas mujeres me salvaron y hoy me siento capaz de todo. Ahora soy una más e intento ayudar al resto”, agrega.
“Lo primero que les decimos a las madres cuando nos presentamos en sus casas es que no somos la Policía y que nos acercamos para colaborar. A nosotras nos cuentan más cosas que al servicio local”, aporta Liliana, y advierte que “en general, habla de mujeres no porque considere que son ellas las únicas responsables sino porque muchas veces los padres no existen y en los casos en los que están, los hombres no suelen responder por la situación de los niños”.
Hay casos en los que deben dar intervención a otros organismos para proteger a los chicos. “Eso pasa, por ejemplo, cuando nos encontramos con chicos abandonados o cuando el padre no se hace cargo de la cuota alimentaria”, señalan. Y aseguran que se apoyan en la ONG y usan las redes que lograron tender con la meta de que los niños vuelvan lo antes posible a clase.
Georgina (31), mamá de seis, llegó al barrio en 2016. Lo primero que hizo fue buscar colegio para cuatro de ellos, los que estaban en edad escolar, pero la situación se complicó. “No me imaginé que iba a tener tantos problemas con las vacantes, me dejaban muy abajo en una lista de espera eterna. El primer año no pudieron ir al colegio”, cuenta angustiada. En 2017 decidió mandar a uno de sus hijos a vivir con su abuela, en Caseros, para que retomara los estudios. Y, poco a poco, pudo ubicar al resto. Aunque en escuelas diferentes. Tres colegios para cuatro niños. Hizo malabares para que todos pudieran asistir hasta que le cambiaron el turno a uno de ellos y ya no logró sostener esa rutina. “Cuando pasó eso, Franco tuvo que abandonar”, cuenta.
El gabinete escolar avisó al grupo de mujeres que ese chico se estaba ausentando y así fue como tocaron la puerta de lo de Georgina. “Fue un alivio saber que alguien quería darme una mano. Les expliqué lo que ocurría y fueron a pelear las vacantes por mí. En un día lograron lo que yo intenté por años: hicieron que mis tres hijos que están en primaria fueran al mismo colegio. Eso facilitó todo”, recuerda la mujer sobre su acercamiento al grupo y la vuelta de Franco al aula. «Le está costando bastante porque perdió mucho tiempo de clase pero estamos haciendo todo para que salga adelante», cierra su mamá, así lo reseña Clarín.