Con su gobierno bajo una ola de críticas por su tardía respuesta a la pandemia del coronavirus , y ante un país que comenzó a paralizar su vida pública, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, declaró la «emergencia nacional» para mejorar la coordinación federal con los gobiernos estatales y locales, y liberar unos 50.000 millones de dólares para afrontar la crisis.
Trump anunció su decisión en la Casa Blanca, en el epílogo de una semana marcada por la ansiedad y el nerviosismo , la debacle de los mercados financieros, y una desesperada ofensiva -envuelta en una buena dosis de caos- de Estado Unidos para ponerse a tono con la realidad, y extremar los esfuerzos para frenar el avance de la pandemia, y evitar la mayor cantidad de contagios y muertes posibles.
«Para liberar todo el poder del gobierno federal en este esfuerzo, declaro oficialmente una emergencia nacional. Dos palabras muy grandes», dijo Trump, en una conferencia de prensa en el jardín de las rosas .
La declaración pone a la Agencia Federal de Administración de Emergencias (FEMA, según sus sigla en inglés) al frente de la coordinación de la respuesta a la crisis con los gobiernos estatales y locales del país.
El anuncio de Estados Unidos llegó luego de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que Europa se ha convertido en el epicentro de la pandemia, y más naciones de la Unión Europea tomaron medidas de emergencia. En Estados Unidos, la suspensión de clases en escuelas y universidades , el cierre de parques recreativos, teatros y salas, y la cancelación, suspensión o postergación de conciertos, festivales, conferencias y las temporadas deportivas de fútbol, básquet, béisbol y hockey marcaban el giro drástico e intempestivo en la vida de la gente, y el efecto de la avalancha de decisiones que tenían un mismo objetivo: imponer el «distanciamiento social» y frenar la propagación del virus.
Las empresas, agencia estatales y, en Washington, los organismos multilaterales comenzaron a implementar esta semana planes de «teletrabajo». Las aerolíneas redujeron drásticamente sus vuelos, y las góndolas de los supermercados daban cuenta del creciente pánico por el avance del virus: en Washington, se multiplicaban las imágenes de estanterías vacías por el desabastecimiento de papel higiénico, pastas secas, arroz, agua, productos congelados y, sobre todo, de alcohol en gel, devenido, para muchos, en un producto de primera necesidad.
Ante ese panorama, la Casa Blanca enfrentaba una creciente presión de gobernadores, alcaldes, y legisladores demócratas y republicanos para reforzar su respuesta a la crisis, y, sobre todo, corregir las dramáticas deficiencias para repartir y realizar exámenes, y saber realmente cuánta gente ha contraído la enfermedad en el país.
Trump también había quedado mal parado luego de haber minimizado durante semanas la gravedad de la crisis. A eso se sumó el caos y confusión que generó su discurso, el miércoles por la noche, desde el Salón Oval. Trump cometió errores, al informar mal el alcance de la veda a Europa para la gente, y afirmar, erróneamente, que incluiría al comercio, y llamó al coronavirus un «virus extranjero», un adjetivo que recicló acusaciones de xenofobia. Su equipo tuvo que salir a aclarar todo apenas terminó de hablar.
La presidenta de la Cámara de Representantes del Congreso, Nancy Pelosi, anunció que los demócratas aprobaran un proyecto de ley para garantizar, justamente, el acceso a los exámenes para la gente. «Las tres partes más importantes de este proyecto de ley son: pruebas, pruebas, pruebas», dijo Pelosi. Trump y varios de sus funcionarios han minimizado los inconvenientes con esas pruebas, indicó La Nación.