Una sociedad milenaria enfrentada a una amenaza existencial por la llegada devastadora de un virus antes desconocido. ¿Wuhan? ¿Venecia? ¿Barcelona? No. Esto es el estado de Acre, al sur de la Amazonia brasileña en el cruce de los gigantescos ríos Purús y Acre.
Aquí se conocen desde hace más de cinco siglos las enfermedades contagiosas y letales procedentes del extranjero ante las cuales los indígenas no tenían defensas. La gripe, el sarampión, la varicela, el tuberculosis y ahora el coronavirus. En repetidas ocasiones los virus llegados de allende han estado a punto acabar con los pueblos originarios de la Amazonia. Pero resistieron. Casi un millón de indígenas viven en el Amazonas brasileño y aún existe un centenar de pueblos aislados o que mantienen contactos mínimos con la sociedad mayoritaria.
En la densa selva de Acre, cuatro tribus de indígenas integradas por unas 600 personas viven sin contacto exterior. Pero bajo la presidencia del ultraconservador Jair Bolsonaro, “los pueblos aislados están amenazados como nunca”, advierte Douglas Rodríguez, experto en salud indígena de la Universidad de Sao Paulo.
Y una de las amenazas más graves es la misma que llegó por el río Amazonas en el bergantín del fraile dominicano Gaspar de Carvajal en enero de 1542: la Biblia y el virus.
Los últimos misioneros son neopentecostales, enviados de oenegés internacionales como Misión Nuevas Tribus –Ethnos 360 en inglés– o Youth with a mission , financiadas desde Estados Unidos y apoyadas por el Gobierno de Jair Bolsonaro.
Según un análisis del diario O Globo , estas organizaciones evangélicas ya han intentado en los últimos años alcanzar a 13 de los 26 pueblos indígenas considerados totalmente aislados. Nuevas Tribus fundada en 1953 en Florida, acaba de financiar la compra de un helicóptero Robinson R66 que “ayudará a llegar a las aldeas donde no hay pistas de aterrizaje”, según ha anunciado su director en Brasil, Edward Luz.
Nuevas Tribus fue uno de los primeros grupos evangélicos en usar aviones para establecer contacto con los indígenas aislados. Los misioneros norteamericanos construyeron en los años ochenta una pista de aterrizaje cerca de la aldea de una tribu conocida como los zo’és en el lejano norte amazónico para sus trabajos de evangelización.
El resultado: catastróficos brotes de gripe, tifus y malaria. Uno de cada cuatro zo’és murió entre 1982 y 1988. Fue un caso entre muchos.
De ahí la preocupación actual en la comunidad indígena por la noticia de que Ricard Lopes Dias, neopentecostal y exmisionero de Nuevas Tribus en Brasil, es el nuevo responsable de las políticas de pueblos aislados de la Fundación Nacional del Indio (Funai), el organismo federal que supuestamente vela por los intereses de los pueblos originarios.
“Un indígena puede morir de neumonía en 24 horas después de contraer una gripe. Es lo que ocurrió con los zo’és”, dijo en una entrevista a O Globo el exdirector de la Funai, Sidney Possuelo, que prohibió las actividades de Nuevas Tribus en los años ochenta. La protección de los pueblos aislados es obligatoria, según la constitución brasileña de 1988 pero como en tantas otras áreas de la protección del Amazonas, Bolsonaro considera la Constitución un obstáculo que hay que sortear.
La cuestión se vuelve crítica ahora que el coronavirus llega a la Amazonia. Aunque la Covid-19
no es necesariamente más peligroso para un pueblo aislado que la gripe (ambas son letales), la elevada virulencia del coronavirus puede causar estragos tanto para los indígenas sin contacto como los demás.
Conforme va creciendo el número de contagiados confirmados en Brasil –ya son más de 10.000– , se palpa la preocupación de los líderes indígenas. Esta semana se registró la primera muerte de un indígena por el virus, un joven de la etnia yanomami. También se ha producido un caso de contagio de un indígena de la etnia kokama, una veinteañera, en el norte del estado de Amazonas cerca de la frontera con Colombia, “Los pueblos indígenas son uno de los grupos humanos más vulnerables y necesitan atención especial”, dijo, en una entrevista, Ailton Krenak, escritor de la etnia krenak y autor del libro Ideas para posponer el fin del mundo . “La gripe puede matar a mucha gente aquí también pero el contagio de la Covid-19 es mucho más rápido”.
La entrada ilegal de miles de mineros artesanales o garimpeiros en busca de oro y piedras preciosas en las tierras indígenas –bajo la mirada tolerante del Gobierno de Bolsonaro– es un grave peligro. Ante esta pasividad, indígenas como los yanomami en el estado de Roraima y los mundruku en la región del río Tapajós, afluente del Amazonas, han cerrado carreteras de acceso para protegerse. Otros pueblos han prohibido el acceso a los visitantes “Con la llegada del coronavirus, las aldeas han paralizado todas las actividades de turismo y las visitas de extranjeros “, dijo Arison Jardim, que trabaja con los indígenas de Tarauaca en el oeste de Acre.
Pero los misioneros son el peligro más grande. Su objetivo, a fin de cuentas, es precisamente entrar en contacto con los pueblos aislados con el fin de evangelizarlos. Se sospecha que el misionero estadounidense Andrew Tonkin, oriundo de Carolina del Norte, de la organización evangélica Frontier International pretende contactar con tribus aisladas en el valle de Javari, una área de una superficie parecida a Austria cerca de la frontera de Perú, pese al elevado peligro de contagio en estos momentos. “Tienen drones y GPS para hacer contacto”, dijo Lucas Marrubio, un líder indígena del valle en declaraciones a Mongabay. Dieciséis grupos indígenas del valle de Javari –que abraza los estados de Acre y Amazonas– son pueblos aislados.
“Yo he conocido a varios misioneros de Nuevas Tribus y no son las personas indicadas para hacer el primer contacto”, explicó António Apurina, líder político de la tribu apurina en la orilla del río Purús, accesible en lancha desde Boca de Acre.
Ya había provocado consternación la decisión del Gobierno de Bolsonaro de mandar un equipo de evangélicos a “investigar la salud mental” de los zuruaha –un pueblo semiaislado que habita un territorio en la orilla del río Purús. La Secretaría especial de la salud indígena (Sesai) con el apoyo de la excéntrica ministra evangélica Damares Alves, incluyó a dos zuruaha ya convertidos al evangelismo en la expedición para investigar una serie de suicidios en la aldea de los zuruaha.
Uno de estos indígenas –misionero de Jocum, la filial brasileña de Youth with a missión – achacó los suicidios “a la falta de esperanza y la falta de evangelio”. (En realidad, tienen que ver con ritos tradicionales que a veces incluyen el autoenvenenamiento).
La expedición fue cancelada tras las advertencias de la Fiscalía federal de que los misioneros “no siguieron los protocolos de cuarentena exigidos para actividades próximas a pueblos indígenas de recién contacto”.
Los evangélicos están muy presentes en las tribus ya contactadas. Unos 100 de los 451 habitantes de la aldea indígena apurina/humanari cerca de Boca do Acre ya son evangélicos. En el centro del pueblo se está construyendo un templo evangélico de ladrillo. “Es difícil. El pueblo está dividido. No soy evangélico pero hay que buscar la convivencia, ” dice el cacique de la aldea Francisco Umanary en una entrevista mantenida mientras un grupo de jóvenes llegaban al pueblo procedentes de la recolección de frutos silvestres.
El cacique se mostró alarmado por el acercamiento del coronavirus a la aldea. “Ya hay casos en Boca do Acre y tenemos mucho miedo. Estamos en cuarentena; nadie entra pero no podemos cruzar a Boca do Acre para comprar comida por el peligro de contagio”.
Bolsonaro ha minimizado el peligro de la pandemia en toda la sociedad brasileña y sus aliados en la derecha evangélica han calificado como “histeria obra de Satanás” las advertencias de la Organización Mundial de la Salud.
Asimismo, la Sesai se ha evangelizado. El 60% de los servicios de atención primaria en los territorios indígenas los proporciona la oenegé pentecostal Caiua.
Se suele pensar que las epidemias genocidas en la Amazonia ocurrieron hace cientos de años. Pero lo cierto es que se intensificaron en la segunda mitad del siglo XX. Los proyectos mineros y grandes obras como la carretera panamazónica expusieron a miles de indígenas a virus frente a los que no tienen defensas.
El mal llamado Servicio de protección de los indios (SPI) “practicó guerra bacteriológico al introducir entre las tribus de la selva amazónica el sarampión, la gripe la varicela y la tuberculosis” , explica Márcio Souza en su último libro sobre Amazonia. “Murieron en gran cantidad y rápidamente”.
La población de los wamiris-atroaris cayó de 3.000 a 300 tras la inauguración de la carretera transamazónica en los años setenta, muchos como consecuencia de una epidemia de sarampión. (Los ataques con ametralladora desde helicópteros militares remataron la operación.) Cuando algunos indígenas acudieron a los hospitales, “las autoridades médicas se negaron a atenderlos (…) bajo pretexto de que no había hospitales en Manaos para cuidar al gran número de enfermos”, explica Souza.
El caso de las aldeas de los nambiquara –muy cerca de la carretera Panamericana– fue aún mas grave. Después del primer contacto (mediante misioneros) la población cayó de 10.000 a 1.000 debido a las epidemias. En el 2014, cuando la tribu de los xinane estableció un primer contacto con representantes de la Funai, los virus habían llegado antes. Los supervivientes explicaron que sus familiares habían muerto por fiebre, tos, diarrea y vómitos.