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Los focos de incendio forestales, detectados en la Amazonia brasileña, en lo que va del año, ya superan los récords registrados en todo 2021 se informó hoy, según datos satelitales del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE)

Septiembre se presentó como un mes crítico en materia de estos siniestros, al registrar 18.374 incendios en apenas una semana, un 10% más que en todo el mismo mes de 2021.

Hasta el domingo, se habían contabilizaron 75.592 focos, de acuerdo con datos satelitales del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE).

A su vez, Greenpeace afirmó en un comunicado que el aumento de incendios es una “tragedia anunciada” y que “está claramente asociado a la deforestación y a la apropiación de tierras”.

“Este es solo el inicio del verano amazónico, la estación con menos lluvias y humedad, en la que, lamentablemente, se dispara la práctica de quemas criminales”, dijo Rômulo Batista, portavoz de la Amazonia de Greenpeace Brasil.

“Tras cuatro años de una clara política antiambiental por parte del Gobierno federal, vemos que invasores de tierras y todos aquellos que han actuado en ilegalidad vieron un escenario perfecto para avanzar sobre la selva”, agregaron en su comunicado.

La deforestación y los incendios forestales se dispararon bajo la administración del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, quien el próximo 2 de octubre buscará la reelección.

Desde que Bolsonaro asumió la presidencia, en enero de 2019, la deforestación promedio anual en la Amazonía brasileña aumentó un 75% en comparación con la década anterior.

El mandatario rechaza las críticas argumentando que la extensión de la Amazonia dificulta su fiscalización, y que Brasil “conserva sus bosques mucho mejor que Europa”. Por último, se informó que los meses más devastadores por los fuertes incendios forestales en la Amazonia suelen ser agosto y septiembre.

Con pandemia o sin ella, la depredación salvaje de la Amazonía no se detiene y los números deberían espeluznar hasta al más escéptico: entre 2015 y 2020 se deforestaron más de 552 mil hectáreas de bosque primario, de las cuales 76 mil se perdieron tan solo en los primeros seis meses del año pasado. Una hecatombe ambiental en donde la prensa también tiene su mea culpa.

“Los medios han sido hasta ahora muy tímidos en llevarle a todo el país y al mundo lo que está sucediendo en este momento, las implicaciones que ello tiene y darle el papel, no solamente como una nota trivial respecto a unos árboles que se están cayendo, sino realmente a una incapacidad de nuestro país y del mundo en general de adaptarse a unas condiciones críticas cada vez mayores respecto al cambio climático”, explica Rodrigo Botero, director de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible.

De acuerdo con sus mediciones, unas 300 mil hectáreas han sido borradas en los municipios que custodian el Chiribiquete al tiempo que se contabilizaron 650 mil nuevas cabezas de ganado en la Amazonía y se construyeron 1.500 kilómetros de vías en plena selva para consolidar estos territorios potrerizados.

“Tenemos dos sectores que nos llaman mucho la atención, uno de ellos es ganadero en donde efectivamente es el mayor motor hoy de la consolidación de la apropiación de tierras y por ende de la deforestación, en el arco de la deforestación amazónica, y, por el otro lado, la aparición de algunas iniciativas agroindustriales de gran tamaño que empiezan a generar expectativas sobre la tierra”, señala Botero.

“La selva no se valora como tal, la selva solo está vista como algo que es un estorbo, las empresas prefieren un espacio limpio, abierto, potrerizado, y como esta selva no tiene derechos, las empresas, los inversionistas entran en la selva para talarla”, manifiesta Michel Boutsen, ciudadano belga.

Boutsen es un cirujano que se enamoró de la Amazonía, pero aún más, de la idea de rescatarla. En 2014 creó el Jardín Botánico de La Macarena para proteger lo que queda de la biodiversidad amenazada por la vorágine del consumismo y las mafias al acecho.

“Nosotros conocemos el problema de la migración de la gente de Venezuela o de Colombia por el problema de violencia, pero nunca se piensa en los animales que están desplazados después de talar decenas de miles de hectáreas, los micos, las dantas, los jaguares” dice.

Con esa convicción instauró una acción popular para obligar al Estado colombiano a intervenir de una buena vez este desastre. Aunque hace casi tres años, a través de una tutela, la Corte Suprema le otorgó derechos a la Amazonía y conminó al gobierno y a los entes territoriales para crear una política de protección de nuestros bosques, el zarpazo ambiental de los acaparadores de tierras prosigue sin tregua. Una paradoja, se diría, en tiempos en los cuales el agua cotiza en las bolsas internacionales.

“Nuestra gran biodiversidad, que ha sido la envidia de tantos otros países en el mundo, no ha sido vista como una fuente de vida sino como una fuente de exiguas ganancias monetarias, no se ha entendido, por ejemplo, que el valor de la Amazonía no se mide en dinero, que su exuberancia no está ahí para ser explotada y vendida al mejor postor, sino que está ahí para un fin mucho más importante, para garantizar nuestra supervivencia y de las generaciones venideras”, señala César Mauricio Vallejo, abogado del demandante.

Acogiendo estas preocupaciones planteadas por Vallejo, el abogado que representa al ciudadano belga, el Tribunal de Cundinamarca, el 10 de diciembre pasado, le otorgó medidas cautelares a la Amazonía al reiterar las órdenes impartidas por la Corte Suprema de Justicia en 2018, y fue así de contundente:

Se ordena al Ministerio de Ambiente que, dentro del mes siguiente a la notificación, informe sobre la formulación del pacto intergeneracional por la vida del Amazonas en el que se deben adoptar las medidas encaminadas a reducir a cero la deforestación y las emisiones de gases de efecto invernadero.
“Esta acción popular en particular tiene la virtud de abordar el problema de una forma integral, pues no solo denuncia la deforestación, sino que también ataca otras de sus causas estructurales, causas como la contaminación de las fuentes hídricas, como el exterminio de los pueblos indígenas y la destrucción del patrimonio histórico cultural, patrimonio que podemos encontrar en los más de 70 mil pictogramas que están en el Chiribiquete”, añade Vallejo.

El tribunal le exigió cuentas también a las corporaciones autónomas de la Amazonía, pero el problema es que allá escasean los recursos. El procurador delegado para asuntos ambientales lo explica así de crudamente:

“La legislación colombiana cuenta con las Corporaciones Autónomas Regionales como máxima autoridad ambiental en los territorios. En la Amazonía tenemos varias que son completamente inermes, débiles, no tienen recursos, los recursos de las CAR salen del pago de impuesto predial, al no estar municipalizada la Amazonía no hay quién cobre impuesto predial. Entonces estos departamentos de la Amazonía y sus pocos municipios que son prácticamente las capitales, son municipios que no tienen músculo financiero ni capacidad técnica para tener control territorial”, indica Diego Fernando Trujillo, procurador delegado para asuntos ambientales.

Mientras las autoridades no logren contener la multiplicación de las economías ilegales ni se estructure una política nacional con incidencia en el territorio para proteger los bosques, el Estado seguirá llegando tarde.

“La información que ha recibido la Procuraduría por parte del Ministerio de Defensa respecto de la operación Artemisa no arroja los mejores resultados, primero está llegando después de que la devastación y la deforestación ya ha hecho lo suyo, y llegar a recuperar, entre comillas zonas, que ya están devastadas no es lo que busca la legislación ambiental, que busca es actuaciones preventivas que eviten la degradación y la deforestación”, puntualiza Trujillo.

Consultado por Noticias Caracol, el ministro de Ambiente, Carlos Correa, sostuvo que está trabajando para cumplir estas órdenes judiciales, que en 2021 se desarrollarán proyectos con cooperantes internacionales para conservar este patrimonio de la humanidad de la mano de las comunidades indígenas y que a Colombia le urge una cátedra escolar para salvaguardar nuestra naturaleza.

“En suma, sentencias y actos judiciales ponen a alcaldes, al Gobierno Nacional y a la sociedad a trabajar de manera mancomunada y son ingredientes en la solución, pero no son la solución. Parar la deforestación no se hace por decreto sino fortaleciendo la institucionalidad, brindando alternativas, pero sobre todo consolidando un modelo forestal en el que el centro y fin de todo sea la protección del bosque”, asegura el funcionario.

Falta todo para darle la vuelta a esta tragedia sin antecedentes. Más allá de lo que pueda hacer el Estado o los jueces para frenar este cataclismo, también se trata de ver cómo esta realidad apabullante toca a los colombianos.

“En Alemania se juntaron para evitar la tala de 400 hectáreas, se juntaron en 2018, 50 mil personas. Quiero en eso subrayar la desmesura: 50 mil personas se juntan para evitar la tala de 400 hectáreas, mientras que en Colombia cada día se pierden más de 700 hectáreas”, expresa Bousten.

Ya va siendo hora, dicen los expertos, de que dejemos de echarle la culpa a la furia de la naturaleza de los estragos del cambio climático. Eso no existe. Lo que sí existe, y está más que constatado, es la furia del hombre con la naturaleza.

Las llamadas «alertas de deforestación» en la Amazonía brasileña, que advierten sobre posibles focos de tala ilegal, cayeron un 33,7 % en septiembre respecto al mismo periodo del año anterior, pero, pese a la disminución, se trata del segundo peor dato para el mes de la serie histórica.

De acuerdo con el Instituto de Pesquisas Espaciales (INPE), organismo que depende del Ministerio de Ciencia y Tecnología, esas alertas indicaron que 964 kilómetros cuadrados fueron degradados en septiembre, frente a los 1.454 km2 del mismo mes del año anterior.

El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, volvió a defender este jueves las políticas de su Gobierno para la Amazonía, insistió en que existe una «campaña» contra Brasil por los incendios en esa región y arremetió de nuevo contra las ONG.

«Ustedes saben que las ONG, en gran parte, no pueden conmigo, pero yo no consigo matar ese cáncer que, en gran parte, son las ONG», dijo Bolsonaro en una transmisión directa a través de sus redes sociales en la que abordó la cuestión amazónica.

El número de incendios en la Amazonía brasileña registrados en agosto fue el segundo mayor en los últimos 10 años, según los datos divulgados hoy por el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE), superado solo en un 5 % por el del mismo periodo de 2019, cuando las imágenes de las llamas en la mayor selva tropical del planeta dieron la vuelta al mundo.

Este año las llamas atacaron casi que con la misma intensidad que en 2019 a la región amazónica de Brasil, pero el bioma más afectado del país fue el Pantanal, el mayor humedal del mundo, donde los incendios crecieron un 220 % durante el mismo período, indicó la agencia de noticias EFE.

La Amazonía brasileña registró en agosto de este año 29.307 focos de incendio, en comparación con los 30.900 que sufrió en el mismo mes de 2019, una cifra que puede variar, pues hubo problemas con el satélite el 16 de agosto, lo que llevó a que una parte de la región amazónica no fuera observada en esa fecha.

Desde el primero de enero y hasta el 31 de agosto se han contabilizado 91.130 focos de incendio en todo Brasil, un 0,7 % más que en 2019, siendo Mato Grosso (centro-oeste), el estado más afectado con un incremento del 17 % con relación al año pasado.

En Mato Grosso, estado fronterizo con Bolivia que abarca gran parte del Pantanal pero sobre el que también se extiende la Amazonía, fueron registrados 19.606 incendios en los ocho primeros meses del año.

Le siguen los estados de Pará, con 14.521 focos de incendios (+16 %); Amazonas, con 10.645 (+27 %), y Acre, con 4.44 (+18 %), los tres en la Amazonía.

Este año el fuego se ha concentrado en el centro-oeste del país, azotando con más fuerza al Pantanal, que es compartido con Bolivia y Paraguay, pero con el 56 % de su superficie en suelo brasileño.

Con los incendios de este año en Brasil, más del 10 % de esta área fue calcinada.

En este bioma los incendios han crecido un 220,8 % al pasar de 3.165 en los primeros ocho meses de 2019 a 10.153 en el mismo período de este año.

Solo en agosto se registraron 5.935 focos de incendio en el Pantanal, un 251 % más que en julio y el mayor número para este humedal desde 2005.

Ya en todo el territorio brasileño, los incendios cayeron un 2,4 % en agosto con respecto al mismo mes del año pasado.

Según expertos consultados por la agencia Efe aseguraron que el incremento de las llamas en el humedal se debe al aumento de la deforestación ilegal, que ha venido creciendo gradualmente año tras año, ocasionando una serie de cambios climáticos, como la alteración del ciclo natural de las lluvias.

Este año no hubo lluvias suficientes durante la temporada, lo que disminuyó los niveles de humedad en el Pantanal a los índices más bajos de los últimos años.

El humo de los incendios contiene, según un reporte, «altos niveles de partículas finas» que contaminan el aire y están vinculados con «enfermedades respiratorias y cardiovasculares, así como con muerte prematura».

Los incendios en la Amazonia brasileña intoxican el aire y provocan cientos de hospitalizaciones de niños y ancianos debido al humo, un problema que este año puede agravarse con la pandemia del coronavirus en el segundo país más afectado del mundo, según un estudio elaborado por distintas ONGs publicado hoy.

El informe, de 50 páginas, elaborado por Investigación Ambiental de la Amazonia (IPAM), el Instituto de Estudios para Políticas de Salud (IEPS) y Human Rights Watch (HRW), cuenta con el análisis de expertos y profesionales de la salud y señala, basado en los datos oficiales de 2019, que hubo 2.195 hospitalizaciones por enfermedades respiratorias relacionadas con los incendios de ese año, que incluyeron a 500 bebés de menos de un año y 1.080 personas mayores de 60 años.

En 2019, los incendios aumentaron 30% en la Amazonia brasileña hasta llegar a 89.178 focos, achacados principalmente a la deforestación ilegal, que el año pasado ya se disparó un 85%.

En 2020 se registró incluso un mayor número de fuegos en junio y julio, meses que corresponden a una temporada seca que se prolonga hasta septiembre-octubre y en la que suelen multiplicarse las llamas en el ecosistema, con lo que el problema podría agudizarse, informó la agencia de noticias EFE.

Los números coinciden con el primer año en el poder del ultraderechista Jair Bolsonaro, partidario de explotar los recursos naturales de la Amazonia y quien recientemente tildó de «mentira» que el ecosistema tropical «ardiera en fuego».

«Las hospitalizaciones que pudimos atribuir a esa contaminación atmosférica son una ínfima fracción del verdadero sufrimiento que acontece por razón de esos incendios», afirmó la investigadora de HRW, Luciana Téllez-Chávez, una de las autoras del informe.

El humo de los incendios contiene, según el reporte, «altos niveles de partículas finas» que contaminan el aire y están vinculados con «enfermedades respiratorias y cardiovasculares, así como con muerte prematura».

La crisis sanitaria como consecuencia de los incendios puede empeorar aún más por la presencia del coronavirus en la Amazonia de Brasil, segundo país del mundo más afectado por la pandemia, con 3.669.995 infectados y 116.580 muertos.

Los profesionales sanitarios que trabajan en la zona están preocupados con que «el humo agudice los síntomas del virus y esto provoque un aumento de los casos graves y las muertes» vinculadas con el coronavirus que está haciendo estragos en esa región brasileña, sobre todo en las poblaciones indígenas.

Para principios de agosto, la Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil (APIB), informó que entre los cerca de 900.000 indígenas que viven en el país, 22.325 contrajeron la enfermedad, de los cuales 640 fallecieron.

El coronavirus ya ha afectado a 148 de las 305 etnias, que en su mayoría viven en reservas situadas en la Amazonia, precisó APIB.

Ante esta situación, el alcalde de Manaos, la capital del estado brasileño Amazonas, Arthur Virgilio Neto, acusó en mayo al presidente brasileño Jair Bolsonaro de «no interesarse por los indígenas» frente a la pandemia de coronavirus y dijo que temía «un genocidio» de las comunidades originarias en toda la Amazonia.

Los incendios en la Amazonia brasileña aumentaron un 28 % en julio frente al mismo mes de 2019 y amenazan con expandirse en los próximo meses, ante el temor de los ambientalistas que de que se repita la tragedia vivida el año pasado en el mayor bosque tropical del planeta.

Las imágenes por satélite detectaron en julio un total de 6.803 focos de incendio, frente a los 5.318 focos registrados en el mismo mes de 2019, según datos facilitados por el Instituto Nacional de Investigación Espacial (INPE).

Una sociedad milenaria enfrentada a una amenaza existencial por la llegada devastadora de un virus antes desconocido. ¿Wuhan? ¿Venecia? ¿Barcelona? No. Esto es el estado de Acre, al sur de la Amazonia brasileña en el cruce de los gigantescos ríos Purús y Acre.

Aquí se conocen desde hace más de cinco siglos las enfermedades contagiosas y letales procedentes del extranjero ante las cuales los indígenas no tenían defensas. La gripe, el sarampión, la varicela, el tuberculosis y ahora el coronavirus. En repetidas ocasiones los virus llegados de allende han estado a punto acabar con los pueblos originarios de la Amazonia. Pero resistieron. Casi un millón de indígenas viven en el Amazonas brasileño y aún existe un centenar de pueblos aislados o que mantienen contactos mínimos con la sociedad mayoritaria.

En la densa selva de Acre, cuatro tribus de indígenas integradas por unas 600 personas viven sin contacto exterior. Pero bajo la presidencia del ultraconservador Jair Bolsonaro, “los pueblos aislados están amenazados como nunca”, advierte Douglas Rodríguez, experto en salud indígena de la Universidad de Sao Paulo.

Y una de las amenazas más graves es la misma que llegó por el río Amazonas en el bergantín del fraile dominicano Gaspar de Carvajal en enero de 1542: la Biblia y el virus.

Los últimos misioneros son neopentecostales, enviados de oenegés internacionales como Misión Nuevas Tribus –Ethnos 360 en inglés– o Youth with a mission , financiadas desde Estados Unidos y apoyadas por el Gobierno de Jair Bolsonaro.

Según un análisis del diario O Globo , estas organizaciones evangélicas ya han intentado en los últimos años alcanzar a 13 de los 26 pueblos indígenas considerados totalmente aislados. Nuevas Tribus fundada en 1953 en Florida, acaba de financiar la compra de un helicóptero Robinson R66 que “ayudará a llegar a las aldeas donde no hay pistas de aterrizaje”, según ha anunciado su director en Brasil, Edward Luz.

Nuevas Tribus fue uno de los primeros grupos evangélicos en usar aviones para establecer contacto con los indígenas aislados. Los misioneros norteamericanos construyeron en los años ochenta una pista de aterrizaje cerca de la aldea de una tribu conocida como los zo’és en el lejano norte amazónico para sus trabajos de evangelización.

El resultado: catastróficos brotes de gripe, tifus y malaria. Uno de cada cuatro zo’és murió entre 1982 y 1988. Fue un caso entre muchos.

De ahí la preocupación actual en la comunidad indígena por la noticia de que Ricard Lopes Dias, neopentecostal y exmisionero de Nuevas Tribus en Brasil, es el nuevo responsable de las políticas de pueblos aislados de la Fundación Nacional del Indio (Funai), el organismo federal que supuestamente vela por los intereses de los pueblos originarios.

“Un indígena puede morir de neumonía en 24 horas después de contraer una gripe. Es lo que ocurrió con los zo’és”, dijo en una entrevista a O Globo el exdirector de la Funai, Sidney Possuelo, que prohibió las actividades de Nuevas Tribus en los años ochenta. La protección de los pueblos aislados es obligatoria, según la constitución brasileña de 1988 pero como en tantas otras áreas de la protección del Amazonas, Bolsonaro considera la Constitución un obstáculo que hay que sortear.

La cuestión se vuelve crítica ahora que el coronavirus llega a la Amazonia. Aunque la Covid-19
no es necesariamente más peligroso para un pueblo aislado que la gripe (ambas son letales), la elevada virulencia del coronavirus puede causar estragos tanto para los indígenas sin contacto como los demás.

Conforme va creciendo el número de contagiados confirmados en Brasil –ya son más de 10.000– , se palpa la preocupación de los líderes indígenas. Esta semana se registró la primera muerte de un indígena por el virus, un joven de la etnia yanomami. También se ha producido un caso de contagio de un indígena de la etnia kokama, una veinteañera, en el norte del estado de Amazonas cerca de la frontera con Colombia, “Los pueblos indígenas son uno de los grupos humanos más vulnerables y necesitan atención especial”, dijo, en una entrevista, Ailton Krenak, escritor de la etnia krenak y autor del libro Ideas para posponer el fin del mundo . “La gripe puede matar a mucha gente aquí también pero el contagio de la Covid-19 es mucho más rápido”.

La entrada ilegal de miles de mineros artesanales o garimpeiros en busca de oro y piedras preciosas en las tierras indígenas –bajo la mirada tolerante del Gobierno de Bolsonaro– es un grave peligro. Ante esta pasividad, indígenas como los yanomami en el estado de Roraima y los mundruku en la región del río Tapajós, afluente del Amazonas, han cerrado carreteras de acceso para protegerse. Otros pueblos han prohibido el acceso a los visitantes “Con la llegada del coronavirus, las aldeas han paralizado todas las actividades de turismo y las visitas de extranjeros “, dijo Arison Jardim, que trabaja con los indígenas de Tarauaca en el oeste de Acre.

Pero los misioneros son el peligro más grande. Su objetivo, a fin de cuentas, es precisamente entrar en contacto con los pueblos aislados con el fin de evangelizarlos. Se sospecha que el misionero estadounidense Andrew Tonkin, oriundo de Carolina del Norte, de la organización evangélica Frontier International pretende contactar con tribus aisladas en el valle de Javari, una área de una superficie parecida a Austria cerca de la frontera de Perú, pese al elevado peligro de contagio en estos momentos. “Tienen drones y GPS para hacer contacto”, dijo Lucas Marrubio, un líder indígena del valle en declaraciones a Mongabay. Dieciséis grupos indígenas del valle de Javari –que abraza los estados de Acre y Amazonas– son pueblos aislados.

“Yo he conocido a varios misioneros de Nuevas Tribus y no son las personas indicadas para hacer el primer contacto”, explicó António Apurina, líder político de la tribu apurina en la orilla del río Purús, accesible en lancha desde Boca de Acre.

Ya había provocado consternación la decisión del Gobierno de Bolsonaro de mandar un equipo de evangélicos a “investigar la salud mental” de los zuruaha –un pueblo semiaislado que habita un territorio en la orilla del río Purús. La Secretaría especial de la salud indígena (Sesai) con el apoyo de la excéntrica ministra evangélica Damares Alves, incluyó a dos zuruaha ya convertidos al evangelismo en la expedición para investigar una serie de suicidios en la aldea de los zuruaha.

Uno de estos indígenas –misionero de Jocum, la filial brasileña de Youth with a missión – achacó los suicidios “a la falta de esperanza y la falta de evangelio”. (En realidad, tienen que ver con ritos tradicionales que a veces incluyen el autoenvenenamiento).

La expedición fue cancelada tras las advertencias de la Fiscalía federal de que los misioneros “no siguieron los protocolos de cuarentena exigidos para actividades próximas a pueblos indígenas de recién contacto”.

Los evangélicos están muy presentes en las tribus ya contactadas. Unos 100 de los 451 habitantes de la aldea indígena apurina/humanari cerca de Boca do Acre ya son evangélicos. En el centro del pueblo se está construyendo un templo evangélico de ladrillo. “Es difícil. El pueblo está dividido. No soy evangélico pero hay que buscar la convivencia, ” dice el cacique de la aldea Francisco Umanary en una entrevista mantenida mientras un grupo de jóvenes llegaban al pueblo procedentes de la recolección de frutos silvestres.

El cacique se mostró alarmado por el acercamiento del coronavirus a la aldea. “Ya hay casos en Boca do Acre y tenemos mucho miedo. Estamos en cuarentena; nadie entra pero no podemos cruzar a Boca do Acre para comprar comida por el peligro de contagio”.

Bolsonaro ha minimizado el peligro de la pandemia en toda la sociedad brasileña y sus aliados en la derecha evangélica han calificado como “histeria obra de Satanás” las advertencias de la Organización Mundial de la Salud.

Asimismo, la Sesai se ha evangelizado. El 60% de los servicios de atención primaria en los territorios indígenas los proporciona la oenegé pentecostal Caiua.

Se suele pensar que las epidemias genocidas en la Amazonia ocurrieron hace cientos de años. Pero lo cierto es que se intensificaron en la segunda mitad del siglo XX. Los proyectos mineros y grandes obras como la carretera panamazónica expusieron a miles de indígenas a virus frente a los que no tienen defensas.

El mal llamado Servicio de protección de los indios (SPI) “practicó guerra bacteriológico al introducir entre las tribus de la selva amazónica el sarampión, la gripe la varicela y la tuberculosis” , explica Márcio Souza en su último libro sobre Amazonia. “Murieron en gran cantidad y rápidamente”.

La población de los wamiris-atroaris cayó de 3.000 a 300 tras la inauguración de la carretera transamazónica en los años setenta, muchos como consecuencia de una epidemia de sarampión. (Los ataques con ametralladora desde helicópteros militares remataron la operación.) Cuando algunos indígenas acudieron a los hospitales, “las autoridades médicas se negaron a atenderlos (…) bajo pretexto de que no había hospitales en Manaos para cuidar al gran número de enfermos”, explica Souza.

El caso de las aldeas de los nambiquara –muy cerca de la carretera Panamericana– fue aún mas grave. Después del primer contacto (mediante misioneros) la población cayó de 10.000 a 1.000 debido a las epidemias. En el 2014, cuando la tribu de los xinane estableció un primer contacto con representantes de la Funai, los virus habían llegado antes. Los supervivientes explicaron que sus familiares habían muerto por fiebre, tos, diarrea y vómitos.

La deforestación en la Amazonía brasileña creció un 80 por ciento en septiembre pasado frente al mismo mes de 2018, según un estudio privado divulgado hoy que cifra en 802 kilómetros cuadrados la masa forestal perdida en esa región.

El Instituto del Hombre y el Medio Ambiente de la Amazonía (Imazon), que analiza el mayor bosque tropical del planeta desde hace casi tres décadas, señaló en su informe que 48% de la deforestación ocurrió en terrenos privados, 31% en asentamientos, mientras 14% afectó a unidades de conservación protegidas y el 7% restante a tierras indígenas.

Los estados brasileños más afectados por la tala de árboles en la Amazonía, que engloba un total de nueve, fueron Pará (53%), Rondonia (13%), Amazonas (11%), Acre (11%) y Mato Grosso (10%).

Imazon es un instituto de investigación sin ánimo de lucro compuesto por investigadores brasileños que usan la información suministrada por varios satélites para monitorear la Amazonía y divulgar datos sobre la deforestación en esa región.

Organizaciones medioambientales y de derechos humanos afirman que detrás de la tala indiscriminada de árboles actúan redes mafiosas, que después queman esas zonas desforestadas para destinarlas a la ganadería y la agricultura, consignó EFE.

En agosto, los incendios en la Amazonía brasileña fueron los peores de la última década, lo que fue denunciado por ONG internacionales que apuntaron por eso al discurso antiecologista del presidente del país, Jair Bolsonaro.

No obstante, los focos de incendio disminuyeron en septiembre y octubre, aunque aumentaron de manera preocupante en el Pantanal, una de las mayores extensiones húmedas continuas del planeta.

El viernes pasado un «guardián del bosque» de una reserva del estado de Maranhao, en el nordeste del país, fue asesinado con un disparo en el rostro y otro resultó herido, en una emboscada perpetrada por presuntos madereros ilegales.

El Consejo Indigenista Misionero (Cimi), un organismo vinculado a la Iglesia católica, precisó recientemente que las invasiones de tierras indígenas en Brasil subieron 44% en los primeros nueve meses de este año, que coinciden con el tiempo que Bolsonaro lleva en el poder, y ya superan a las registradas en todo 2018.

En septiembre, durante su primer discurso en la Asamblea General de la ONU, Bolsonaro afirmó que es una «falacia» decir que la Amazonía «es patrimonio de la humanidad».

Matilde Marín revisa las noticias en una serie que ya hizo su paso por el Colón y arteBA, y que ahora se reactualiza.

El humo es señal de mala noticia en la portada de los diarios del mundo. Ese es el foco de la muestra de Matilde Marín en Del Infinito, aunque en verdad lleve un título optimista: «Cuando divise el humo azul de Ítaca». Para el héroe griego, el humo significaba estar cerca ya del hogar, aunque para el común de los mortales es señal de tragedia.

La sala de la galería, en la planta baja de un elegante edificio de Recoleta, recibe al visitante con una columna negra y densa ampliada al tamaño de una persona, y lo instala en un clima calamitoso. Luego, sobre las paredes están estas portadas de ejemplares grises en los que no hay casi palabras, solamente algunas tipografías reconocibles de titulares o epígrafes: Revelaciones de un mal invisible, Los enormes claros en la vegetación del Mato Grosso, Doscientas pruebas nucleares. Refieren a desastres como los incendios del Peloponeso de 2007, una explosión en la Polinesia en 1971 o las cenizas del volcán islandés Grímsvötn en 2011. «Tengo la sensación de que en general los poderosos toman decisiones sin ser conscientes de nuestra fragilidad», reflexiona la artista.

La devastación reciente del Amazonas y el incendio de Notre Damede París son las últimas incorporaciones a esta serie que la artista viene desarrollando desde 2005. Todo empezó por casualidad. «En un momento, recibía en casa mucha prensa extranjera. Una vez vi una foto que me impactó muchísimo: un soldado en el desierto de Sinaí arrodillado en una actitud de angustia y a sus espaldas había una enorme explosión. Me generó una atención sobre los hechos conectados con grandes explosiones, con ese humo envolvente. Por años recorté páginas de diarios muy conmovedoras, que tengo en una caja prolijamente guardadas», cuenta Marín.

El trabajo tuvo varias instancias. Primero fue un libro con textos seleccionados por José Emilio Burucúa, presentado con un concierto inspirado en sus páginas, en 2012, en el Centro de Experimentación del Teatro Colón. Incluye un pasaje en el que Leonardo Da Vinci analiza la naturaleza del fenómeno visual, un pasaje de La cautivadonde hay una quemazón que arrasa un pastizal y un análisis del rol del humo en los rituales. Después, en 2016, se presentó en arteBA con un video donde se ve la explosión con la que Kodak tiró abajo su fábrica 53, donde se producía película analógica: «Era el fin de una era». Este año, Marín llevó las imágenes a la Bienal de La Habana.

Para esta nueva presentación el tratamiento fue otro. Sobre la textura de papel de diario en blanco, diseñó sus páginas fantasma, con las imágenes en blanco y negro, sin más palabras que las indispensables. «Cerré la serie con el gran incendio del Amazonas, que ploteé al fondo de la galería… un humo que se incrusta en el cielo». Cada portada mantiene el tamaño del periódico en el que fue publicada. Los titulares originales dan nombre a cada obra.

El nombre de la muestra, en cambio, sale de Ulises, el personaje de la Odisea, y es signo de esperanza. «Siempre lo admiré mucho. Y pensé que veía el humo como algo cálido, festivo. Por un error de traducción aparece el color azul. Pero Burucúa me explicó que en griego antiguo no existe el color azul; decidí tomarme la licencia poética», comenta Marín.

Los diarios son testigos cotidianos de la realidad, pero esta exposición es un recorte transversal a través de tiempos y lugares de tragedias que parecen la misma. El efecto es aplastante. La curadora de la exposición, Jimena Ferreiro, escribe una línea que parece clave: «La práctica artística es en sí misma un desgarro porque irrumpe conmocionando el orden cotidiano».

Para agendar

«Cuando divise el humo azul de Ítaca», de Matilde Marín. Galería del Infinito, Av. Quintana 325, de 11 a 19, informó La Nación.