Investigador del Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES), Eduardo Gudynas escribe a propósito del proyecto de zonificación en Chubut y de la calificación de “ambientalismo bobo” a quienes denuncian este tipo de minería.
La megaminería a cielo abierto siempre implica un impacto tan alto que debe ser calificada como una amputación ecológica. Es una pérdida irreparable. Y por esa razón, siempre es un negocio ruinoso.
En el intenso debate argentino ante grandes emprendimientos extractivistas es muy frecuente escuchar defensas que usan dos tipos de argumentos. Por un lado, sostienen que la megaminería no produce impactos ambientales, o que si los hubieran, pueden ser controlados y manejados. Por otro lado, afirman que como serían negocios magníficos, vale la pena correr riesgos ecológicos porque de ese modo se aseguraría dinero y empleo.
Estos razonamientos recrudecieron con los intentos de relanzar la minería en Chubut. Aparecieron en medios de prensa, lanzadas por políticos y repetidos por periodistas, llegando al extremo de calificar como “ambientalismo bobo” a quienes denuncian ese tipo de minería. El mensaje era que sólo los bobos no aprovecharían el supuesto negocio minero, y únicamente los bobos no entienden que no habrían impactos ambientales.
Esas posiciones están profundamente equivocadas. En realidad, la situación es contraria: la megaminería a cielo abierto siempre implica un impacto tan alto que debe ser calificada como una amputación ecológica. Es una pérdida irreparable. Y por esa razón, siempre es un negocio ruinoso.
El concepto de amputación ecológica
La megaminería a cielo abierto no se caracteriza por impactos ambientales acotados y reversibles. Por el contrario, su efecto primario es tan extremo y radical que equivale a una pérdida total del patrimonio ambiental. La evidencia está frente a los ojos de cualquiera: son enormes canteras y cráteres donde se remueven millones de toneladas de suelos y rocas.
La ‘amputación ecológica’ es un concepto que se define como una remoción física de un ecosistema, que destruye no sólo el entramado biológico, como las especies vivas, sino también su base material. Expresa los casos de mayor impacto ambiental a la vez que son los de más alta irreversibilidad.
Esta es una situación muy distinta a la que ocurre con el aprovechamiento de recursos naturales renovables. Por ejemplo, en la agricultura si se manejan adecuadamente los suelos se pueden lograr cosechas cada año. Pero cuando se remueve todo el subsuelo en un sitio, como lo hace la megaminería a cielo abierto, ya no hay marcha atrás posible. En este tipo de explotación el daño se vuelve casi irreversible. Eso explica que amputación sea el término más adecuado porque ocurre un corte o remoción, y sus cicatrices son las enormes canteras a cielo abierto (1).
Existen múltiples ejemplos en América del Sur. Entre las mayores amputaciones están el enclave de hierro y bauxita de Carajás en Brasil, carbón en Cerrejón en Colombia, cobre en Chuquicamata y Escondida, o en Perú las minas de cobre y zinc de Antamina y de oro en Yanacocha. En Argentina hay varios ejemplos, como puede ser la explotación de oro y plata de Veladero en San Juan.
En todas ellas el volumen de materia removido es enorme. Por ejemplo, en la chilena Escondida se extraen 330 millones de toneladas por año y en Yanacocha son 180 millones de toneladas. Las canteras también son de grandes dimensiones, que pueden superar un kilómetro en algunos de sus ejes, y profundidades que pueden acercarse a los mil metros.
Impactos ambientales primarios y secundarios
En los abordajes convencionales sobre los impactos ambientales de la megaminería a cielo abierto, la lista de posibles efectos es muy larga. Incluyen, por ejemplo, la remoción física de las rocas, el uso de explosivos, afectaciones del régimen hidrológico tanto en la superficie como en las aguas subterráneas, emisiones de polvo, la posible liberación de metales pesados, drenaje de agua ácida, los riesgos con tóxicos como cianuro o mercurio, y así sucesivamente. También están los impactos por la acumulaciones de roca que no es utilizada (las llamadas escombreras) o por las represas de relaves, donde hay agua y lodo repleto de tóxicos como cadmio, plomo o arsénico. Al mismo tiempo, la infraestructura asociada a los enclaves también tiene consecuencias, como pueden ser represas para captar agua o las carreteras o ferrovías de acceso.
Resulta que la lista de efectos a evaluar es enorme. Se deben considerar las consecuencias en cada uno de ellos, si esos impactos pueden ser evitados, y cuando ello no es posible, estimar si son remediables o amortiguables. En la actualidad, la evidencia científica sobre la gravedad de esos impactos es abrumadora. Se los encuentra en miles de documentos y libros, preparados desde múltiples disciplinas. Eso es innegable, y hasta los propios empresarios mineros lo aceptan, y es por ello que tienen montada toda una industria de programas de remediación ambiental.
Por lo tanto, los académicos, periodistas, políticos o empresarios que afirman que la megaminería no tiene impactos ambientales están radicalmente equivocados. Algunos lo creerán sinceramente, ignorando toda esa evidencia; otros simplemente están alimentando una retórica en defensa de esos extractivismos.
Pero a la vez, esa lista de impactos se refiere a los efectos secundarios. Todos ellos derivan de una acción primaria que es la remoción de los minerales, o sea de la puesta en marcha de la amputación ecológica. Esta, en sí misma, tiene un impacto ambiental negativo que es drástico, de gran escala e irreversible. El ambiente original desaparece y en su lugar se crean, de un lado cráteres, y del otro, enormes cerros con las rocas removidas. Es un impacto radical y previo a cualquiera de los listados arriba. Al aceptar la amputación, lo que ocurre es que se comienzan a debatir los efectos ambientales derivados del acto de amputar el ambiente, tales como el uso de ciertos tóxicos o la liberación de polvo.
Eso explica que sostener que la megaminería a cielo abierto no encierra impactos ambientales es doblemente equivocado: se desconoce el impacto primario de la amputación ecológica y se menosprecian todos los efectos secundarios. También revela que centrar el debate sobre los efectos secundarios de alguna manera refuerza la trampa de ocultar la radicalidad de la amputación ecológica.
Navidad es una amputación ecológica
El proyecto minero Navidad, en Chubut, sin duda corresponde a una amputación ecológica. Implica una remoción de materia apabullante, que totalizará más de 500 millones de toneladas a lo largo de 17 años de operación. Cuando esté trabajando a todo ritmo, se extraerán 40 millones de toneladas por año, según la estimación de la propia empresa (2). Son más de 100 mil toneladas por día. Las canteras a cielo abierto estarán desplegadas a lo largo de más de 6 kilómetros. El paisaje original será reemplazado por los cráteres, que por ejemplo, en la proyectada cantera de Valle de Esperanza tendrá un eje mayor en el orden de un kilómetro, y sobre cada una se ubicarán cerros con las rocas desechadas.
El propósito es obtener plata, y en eso insisten los defensores y la publicidad; otros minerales asociados son cobre, plomo y zinc. El depósito es celebrado como uno de los más grandes del mundo y la empresa le dice a sus potenciales inversores que si toda sale bien obtendrá un total 275 millones de onzas de plata, o sea casi 7. 800 toneladas.
Al contrario de la publicidad, todo ese emprendimiento es una celebración de la ineficiencia. Es que la proporción de la plata en las vetas más destacas es de 150 a 163 gramos por tonelada. Aquí no hay un error: se deben extraer toda una tonelada de rocas para tener un poco más de 100 gramos de plata. El remanente, que es casi una tonelada, pasa a convertirse en roca o relaves sin valor. Para hacer todo más endeble, no toda la plata en esas rocas se puede separar. La propia empresa estima que se arrojarán 418 millones de toneladas de material no mineral o sin valor comercial.
Eso explica que las canteras a cielo abierto terminan siendo enormes, porque se deberán remover 500 millones de toneladas para separar unos pocos miles de toneladas de mineral valioso. Ese mismo explica que los cerros de escombreras también serán enormes. El resultado en Navidad serán cinco grandes cráteres, con casi toda la roca removida colocada a su lado. Eso es una amputación ecológica. No es posible retornar al ambiente original porque desaparecerá todo el entramado del suelo y el subsuelo. Es como si actuaran enormes sacabocados.
Asimismo, esto permite dejar en evidencia que tampoco existe un negocio donde todos ganan. La racionalidad económica del emprendimiento está en el valor de mercado de esos gramos de plata pero a la vez en no asignar un valor económico al resto de rocas y minerales extraídos. Deben ser considerados como desechos sin utilidad económica para que los análisis de costos y beneficios empresariales puedan terminar en una rentabilidad aceptable. Sin embargo, esos escombros, así como los cráteres tienen consecuencias económicas, como pueden ser el costo económico de contaminar suelos y aguas, y como eso existe en la realidad terminarán siendo asumidos por las familias locales, los municipios o la provincia. Si se asigna un valor económico a todo ese desperdicio, el costo económico de ese desecho es tan alto que derrumba la rentabilidad.
Una metáfora real
A pesar de todas estas precisiones, siguen siendo muchos los que consideran que el proyecto minero Navidad u otros deben ser llevados adelante por la expectativa de ganancia, e incluso hay quienes comparten esas ideas dentro de las comunidades locales.
Ante eso es posible retomar el concepto de amputación ecológica compartiendo una metáfora para explicarlo de otro modo. Si consideramos al país como un organismo, puede decirse que los promotores de la megaminería a cielo abierto plantean amputar un dedo en una mano de ese cuerpo nacional. Lo justifican diciendo, por un lado, que venderán esas falanges a cambio de un buen dinero que será utilizado por el resto del organismo nacional, y por el otro lado, proclaman que podrán manejar los impactos de esa pérdida. Pero en realidad se perderá el dedo, y esas evaluaciones de impacto ambiental lo que apenas podrían discutir es si se salpicará mucha o poca sangre, o si el vendaje será de uno u otro tipo (abordan los impactos secundarios pero aceptan el impacto primario). El razonamiento económico agrega que el dinero percibido por vender el dedo será tan pero tan jugoso, que el cuerpo nacional se podrá comprar una prótesis artificial, que dejaría la mano todavía en mejor situación. ¿O no es esto lo que prometen los planes de rehabilitación de minas clausuradas? ¿O no es ese el negocio que proclaman empresarios y políticos?
Eso apunta a evitar la discusión sobre el impacto ambiental primario que es la amputación de materia, para enfocarse en medidas de control y monitoreo de efectos secundarios, como la liberación de polvo o el manejo de las represas de relave. Esto, a su vez, permite emplear todo tipo de excusas, tales como sostener que un impacto ambiental, como la contaminación de un curso de agua, constituye un “accidente”, pero no una consecuencia inescapable a la propia esencia de esa minería. Entonces tampoco se discuten las amputaciones sino los accidentes.
Todo esto deja en claro que cualquier abordaje serio e independiente de intereses económicos particulares concluye que la megaminería a cielo abierto es insostenible. Deben abandonarse los eufemismos y comprenderse que estamos ante una amputación ecológica. La información sobre estas condiciones es esencial para que no se anestesie a la ciudadanía para insistir con nuevas amputaciones ecológicas.
Notas
1. El concepto de “amputación ecológica” se explica en más detalle en ‘Extractivismos. Ecología, economía y política de un modo de entender el desarrollo y la Naturaleza”, por E. Gudynas. Más informaciones en www.extractivismo.com
2. Navida Project, Chubut Province, Argentina: Preliminary Assessment, PanAmerican Silver Corp, disponible en: https://www.panamericansilver.com/assets/Operations-documents/2e445fea82/Navidad-Technical-Report.pdf
*Eduardo Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES), en Montevideo. Sus últimos libros incluyen un texto sobre la teoría de los extractivismos, otro sobre las relaciones entre corrupción y extractivismos, y el más reciente, sobre derechos humanos y violencia en ese tipo de actividades. En las redes se lo puede seguir en twitter: @EGudynas