La Argentina tendrá este año nuevamente un déficit de energía, en particular de gas. Se importarán unos 47 cargamentos de GNL (37 ya adjudicados y 10 a licitarse), por ahora. El precio promedio va a estar en el orden de los US$7 por millón de BTU (las primeras 13 a US$6,70, las siguientes 10 a US$7,30 y las que sigan quizás algo menos por ser contra-temporada), lo que implica unos US$770 millones de gasto, a lo que se agrega el alquiler de los regasificadores por aproximadamente entre US$70 y US$80 millones. Son divisas que salen del país y trabajo que se deja de generar. El costo de producir ese gas localmente es del orden de los US$380 millones que, seguramente con una mayor producción continua, resultaría en mayor eficiencia y menores costos aún.
¡Cuánto mejor sería producir en el país exportando y, de ser necesario (como lo va a ser) subsidiando al consumo que así lo requiera con el resultado de este ahorro!
En anteriores publicaciones abogué por un blindaje de la política de producción de gas que permita exportar gas/GNL como fin en sí mismo, sin perjuicio de tener el consumo local adecuadamente abastecido. No es lo mismo exportar saldos excedentes que exportar una cantidad que sostenga una ecuación económica adecuada para producirlo y, también, abastecer el mercado interno.
Para esto, no existe otra posibilidad que tener una política de Estado que blinde la producción exportable con reglas inamovibles en todo sentido, impositivas, laborales, de libre e irrestricto acceso a divisas, entre otras.
Además del beneficio para el país de mayor cantidad y calidad de fuentes de trabajo, inversiones productivas y ahorro (en realidad incremento de ingreso) de divisas (y de impuestos/regalías), hay una realidad inescapable que los combustibles fósiles tienen su tiempo contado.
Todas las políticas de Estado globales están revisando el uso de estos combustibles y ya tomando decisiones de inversión en fuentes alternativas de energía. A título de ejemplo, en Alemania se canceló una terminal de importación de GNL a favor de una futura de importación de hidrógeno.
Esta tendencia también se está viendo en la construcción de nuevos buques propulsados con GNL. Lo que fue una panacea desde hace muy pocos años ya está dejando de serlo y los próximos mega-buques ya no lo serán GNL como combustible (Maersk ya no lo contempla para sus nuevos buques), considerando el metanol, hidrógeno o amoníaco como sustitutos. Estos, a su vez, según el Banco Mundial, tienen que ser verdes, o sea no provenir de combustibles fósiles lo que implica una futura merma en su consumo, así como una verdadera revolución tecnológica.
La Argentina tiene, probablemente, una última oportunidad de monetizar sus reservas de hidrocarburos. Aunque a largo plazo se sustituyan los combustibles fósiles por otros no contaminantes aún hay varias décadas por delante de demanda insatisfecha.
De no actuar con firmeza y pronta decisión política, la producción local de Argentina seguirá en un camino de mediocridad e inevitable pérdida de divisas (sin hablar de necesidad de subsidios) por falta de una adecuada política energética contundente y despolitizada.
Aún hay tiempo para generar una política de blindaje de producción con fines de exportación que beneficiará al gobierno que la introduzca, así como al que lo(s) suceda con beneficio indiscutible para el total de la sociedad.
Fuente: La República