El número de inflación difundido por el INDEC resultó impactante a pesar de que nadie -ni en el mundo económico, ni en el oficialismo, ni en la oposición- esperaba otra cosa. Las reacciones, también previsibles, agregaron poco. En principio, intentos de bajar expectativas, de un lado, y críticas ácidas, del otro. El informe sobre el IPC de enero redondeó un 6% mensual, anotó un 98,8% interanual y agregó una alarmante alza en el renglón de alimentos y bebidas, que después de unos meses volvió a colocarse por encima del promedio general. Está claro qué luz enciende en el tablero social. Dato político, no sólo económico.
La escalada en el rubro de alimentos, el más sensible, tenía el antecedente de la medición de diciembre: había anotado 4,7%, frente al 3,5% de noviembre. En enero, el salto fue mayor: llegó al 6,8%. Son porcentajes que proyectan un golpe sobre la Canasta Básica Total y la Canasta Básica Alimentaria, que marcan los escalones de pobreza y de indigencia. Un problema de arrastre, que se habría agravado a partir de la segunda mitad del año pasado.
El registro del fuerte incremento de precios, sobre todo en alimentos, no es una novedad para los dirigentes políticos de mayor relación con la realidad de sus territorios. No sólo del oficialismo, pero la cuestión es cómo lo asimila el frente gobernante, concentrado en la pulseada por el armado de la mesa nacional que convocó Alberto Fernández, en medio de persistente presión del círculo más próximo a Cristina Fernández de Kirchner.
La expectativa estuvo y sigue puesta en los movimientos de Sergio Massa. Las cifras sobre la trepada del IPC en el orden de los 6 puntos porcentuales circulaban desde hace días en los despachos de Economía. Y el ministro aceleró el acuerdo sobre precios de la carne como primera reacción durante el fin de semana, mientras circulaban versiones sobre medidas vinculadas a bonos y tasas.
Además, como antes frente a la carga opositora sobre los niveles de endeudamiento, Gabriel Rubinstein fue otra vez el encargado del mensaje para a tratar de contener expectativas. En el tema de la deuda, el viceministro había apuntado a Juntos por el Cambio y al mismo tiempo -en primer lugar- a los mercados. Ahora, también: sostuvo la línea en materia de política fiscal, monetaria y cambiaria como remedio, más allá de programas de precios.
El elemento más significativo fue correr en el tiempo el objetivo de una baja sustancial de la inflación. Massa ya había expresado malestar por el efecto de los pronósticos propios sobre un índice de entre 3 y 4 puntos en el corto plazo, al inicio del segundo trimestre. Rubinstein sostuvo que las políticas de la actual gestión serían “consistentes” con niveles del 4% o menos, señaló una serie de factores que ahora jugaron en contra y agregó que “hacia fines de año” podrían registrarse cifras mensuales que “se acerquen al 3%”.
Desde la oposición, la primera reacción fue expresada en tuits críticos de una docena de dirigentes, entre ellos Patricia Bullrich, Mario Negri, Martín Lousteau, Juan Manuel López Y Luis Naidenoff. Algunos mensajes fueron irónicos, otros tuvieron tono de advertencia sobre las consecuencias sociales. Esa primera andanada no expuso una declaración de fondo sobre las causas del deterioro económico y su expresión inflacionaria, junto a algunos indicadores de estancamiento. La anterior crítica, a los niveles de endeudamiento, quedó frenada y sólo recibió respuesta con eje en el efecto que podría tener el mensaje en los mercados. No hubo debate ni económico ni político, a pesar de las sugerencias sobre un intento desestabilizador.
Resulta curioso lo que ocurre en ese terreno. El foco sobre las posibles consecuencias de aquella declaración opositora -que también generó algún oleaje interno- parece ajeno a las estribaciones de un estado político más amplio como factor negativo sobre la economía. Un ejemplo: el cuadro de permanente tensión por la carga del Gobierno sobre la cabeza del Poder Judicial. Otro: el empantanamiento de la actividad del Congreso.
Son cuestiones que van de la mano. Mañana, el oficialismo buscará fijar agenda para el proceso que espera exponer en Diputados contra la Corte. Intento de desgaste en continuado sobre el tribunal supremo, que en esas horas volverá a reunirse para tratar temas sensibles, entre ellos la disputa por el recorte de fondos a la Ciudad de Buenos Aires.
El cuadro suma trazos marcados de desconexión con la realidad social. Las internas cruzan a todos los espacios. En el caso del frente gobernante, la economía no es el tema más visible en la superficie, en esta etapa. Pero está en el centro de la disputa de poder. Es un hilo que puede ser advertido en cada movimiento, desde las referencias al rumbo de la gestión que repite el kirchnerismo y los planes de Olivos, hasta las expectativas en torno a Massa.
Hay elementos que generan un círculo desgastante. En particular, la pelea que sostiene Alberto Fernández con CFK, traducida en postales de una fragmentación que agregan incertidumbre al ya iniciado año electoral. Mañana tiene que reunirse la mesa nacional del oficialismo. Y hasta último momento, se sigue discutiendo y negociando su sentido y su integración.
El kirchnerismo ha movido sus fichas para participar pero a la vez dejar a Alberto Fernández en lugar secundario, a pesar de su condición de convocante. Colocó como negociador con el propio Presidente a un ministro, Eduardo “Wado” de Pedro. Y anticipó que no asistirán a la cita CFK y Máximo Kirchner. No se trataría entonces de la mesa de los socios fundadores, sino de una instancia con representación amplia y, al parecer, poco ejecutiva.
¿Una mesa muy grande y otra mesa chica? Eso replicaría en buena medida las instancias partidarias más tradicionales. El punto, otra vez, sería para qué. La inflación acaba de sacudir el tablero como dato fuerte de la realidad. Espera respuesta política.