Para los descendientes galeses, permanecer unidos y en comunidad, ha sido uno de los valores familiares más fuertes y que logró dar permanencia y continuidad a su cultura en distintos lugares del territorio chubutense. «Siempre juntos para preservar nuestras tradiciones», destaca Hilda.
Hilda Austin tiene 96 años y es nieta de William Austin, quien integró el contingente de colonos galeses que el 28 de julio de 1865 llegó a territorio chubutense a bordo del velero La Mimosa.
«Mi abuelo tenía 13 años y llegó con su hermano Tomás. Por ese entonces, lo único que había en estas tierras eran aborígenes y vivieron de acuerdo a lo poco que existía: en cuevas y caminando hasta encontrar agua dulce. Así fue, que llegaron hasta lo que hoy es Rawson, a orillas del río Chubut, en donde se asentaron», rescata Hilda.
«El té, la torta negra, el budín, el pan con manteca y el estofado con carne y papas que hacía mamá, también de raíces galesas, son algunas de las delicias que logramos que permanezcan hasta estos días», describe sobre las tradiciones culturales que ella heredó de esa cultura galesa, al igual que la región. «Los domingos papá no nos dejaba hacer nada porque decía que era para descansar. Por ejemplo, no podíamos bailar ni tampoco coser», explica.
Otra de las costumbres que todavía caracteriza a la familia Austin está vinculada con la música y ello se refleja en el órgano que Hilda aún conserva, legado de su padre.
«Mi papá tocaba el órgano, no había tenido estudios pero toda aquella canción que escuchaba, él la podía tocar.
También le gustaba bailar y, a veces, organizaba grandes bailes con gente conocida de la familia en el comedor de la casa. Mi hija heredó el talento de mi padre, estudió piano, y yo me destaqué con mi voz cuando era chica, cantaba en el coro de la escuela», rememoró Hilda.
En 1935, tras fallecer su padre, Hilda Austin se radicó en Comodoro Rivadavia junto a su madre, abandonando el trabajo de chacra que hasta ese momento había desarrollado en Rawson para continuar extendiendo sus tradiciones galesas en la Patagonia.
«Aprendí a hacer pantalones a medida para sastrerías y cuando me casé, junto a mi marido pusimos un negocio de electrónica. Trabajé durante 65 años en esto último, tuve 2 hijos, 4 nietos y 3 bisnietos. Todos integrantes de la Asociación San David para intentar, con otros descendientes de inmigrantes galeses, preservar nuestras tradiciones», rememora.
El Patagónico