No sólo es campeona nacional en la categoría Especial de patín artístico, sino que, con 18 años, es una joven que sueña, que siempre quiere superarse, que no baja los brazos. Su sonrisa y sus muestras de cariño son tan grandes como sus logros deportivos. «La reina de la pista», como le gusta que la llamen, es única y nunca deja de disfrutar de su pasión.
Camila Gallardo sabe que le van a hacer una nota, está feliz, porque acaba de ganar otro título en un torneo Nacional de la categoría Especial y, encima, van a ir a entrevistarla en el entrenamiento que comparte con las demás chicas de la escuela Olas del Sur, dirigida por Antonella Tiglio, que funciona en la escuela 211.
Está esperando. Espera con el mismo atuendo que utilizó en el logro máximo alcanzado en Rosario, en la «Copa Tagliabué», de donde volvió a Comodoro Rivadavia con tres medallas doradas, ya que obtuvo el primer puesto en las modalidades Escuela y Libre, lo que también le otorgó el mayor trofeo en Combinada. Gracias a sus resultados, la Federación de Patinadores del Chubut logró el tercer puesto a nivel nacional.
Camila tiene 18 años, nació con Síndrome de Down y es un ejemplo de superación. Muchos le decían a su mamá, Verónica Muñoz, que iba a ser casi imposible que ella patine, porque a los chicos con Síndrome de Down les cuesta manejar el equilibrio.
Contra todos los pronósticos, «Cami» se convirtió en una excelente patinadora, que entrena a la par de sus compañeras que practican el patín convencional. Y así recibe a El Patagónico, patinando, con su mejor sonrisa y un abrazo inmenso. «¡Soy la reina de la pista!», vocifera, mientras sigue deslizándose.
Su historia con el patinaje artístico comienza cuando tenía 5 años. Su mamá se acercó hasta el gimnasio municipal 2, donde dictaba las clases su entrenadora Antonella, a quien le preguntó si la nena podía comenzar a patinar allí.
Era la primera vez que la escuela tenía una integrante con capacidades diferentes, pero el desafío dio sus frutos, por ansias y por voluntad. «Cami» siguió avanzando, cambió sus patines y a los 8 años empezó a incursionar en las competencias federadas, en torneos nacionales para deportistas con discapacidad.
Tiene 18 años pero es una niña. Cuando viaja con la escuela Olas del Sur –que tiene una década de vida y funciona en el gimnasio de la escuela 211, ubicada entre las avenidas Lisandro De la Torre y Roca–, en cada lugar donde haya un McDonald’s, para ella es un paseo obligado porque quiere su «Cajita Feliz».
Sin ir más lejos, cuando estaba compitiendo en el certamen de Rosario cumplió los 18 años y su «profe» le regaló una «Cajita Feliz». Por eso, cuando se le pregunta si le festejaron el cumple, contesta «obvio que sí», con la misma seguridad y desparpajo que demuestra cuando patina.
Fanática de novelas juveniles como «Soy Luna» (que trata sobre una patinadora que quiere llegar al más alto nivel profesional) o «Esperanza Mía», sabe cada una de las canciones de esas tiras y suele aplicarlas en sus demostraciones.
Tiene mucho oído musical, lo que le representa una ventaja a la entrenadora porque puede armar coreografías diferentes, hasta con cambios de vestuario de por medio.
LA REINA QUE VUELA
Sus sensaciones sobre esas rueditas mágicas son muchas. Todo se resume en felicidad, pero ella misma lo describe: «siento que patino rápido, me encanta ganar y entrenar. Cuando patino siento que estoy volando». La mejor descripción sobre su pasión.
Camila sabe de sus condiciones para el deporte que practica y enaltece su ego. En los torneos nacionales, quiere que la presenten como «la campeona argentina», porque lo es, pero a partir de ahora quiere otro piropo. «Me gusta que me digan ‘la reina de la pista'», afirma, con su sonrisa imborrable. Todavía no fue anunciada con semejante título. «Bueno, ahora te vamos a llamar ‘la reina de la pista’. ¿Te gustaría?», es la pregunta obvia. «¡Me encantaría!», exclama, y sus ojos se achinan de la alegría.
En ese momento, mientras la charla con «Cami» y la «profe» va y viene en anécdotas, llega la mamá y se suma a la conversación. Todo transcurre en las gradas, desde donde se ve a las otras nenas desplegar su arte.
«La reina de la pista» no está en su hábitat. Está sentada, y por ahí se para ante el pedido del reportero gráfico, con el fin de tomar un par de instantáneas. Ella mira a sus compañeras, y cuando la charla toma un rumbo más informativo, donde su mamá aporta datos, fechas y demás, viendo su gran cantidad de medallas, aprovecha para preguntar: «¿me voy?».
A esa altura, su entrenadora Antonella ya estaba nuevamente con el grupo, y Camila vuelve a la pista, donde despliega la coreografía que presentó en el último Nacional. Finaliza su rutina y estallan los aplausos contenidos.
«Es para ustedes», dice, mientras mira al fotógrafo y al periodista con su sonrisa indeleble. Después de tremenda dedicatoria, el abrazo sincero de «Cami» termina de dejar por sentado que, realmente, es una reina. Ahí está su reino, ahí la esperan sus desafíos y ahí los combate, siempre con su profesora y su mamá apuntalando su alma. En la pista regala belleza y carisma. Ahí cumple sus sueños. Y hasta se atreve a volar.
El Patagónico