La mano de un karateca puede desarrollar una velocidad máxima de diez a catorce metros por segundo y ejercer una fuerza superior a los 3.000 newtons. Esto significa que, en teoría, sería capaz de generar energías entre diez y cien veces superiores a la necesaria para quebrar la madera o incluso el hormigón.
La cuestión sería entonces, ¿por qué no se rompen la mano los expertos en artes marciales que, tal como pueden verse en algunas demostraciones, rompen ladrillos con ella, aun cuando no se la protegen? Está claro que podría ocurrir, pero lo cierto es que el módulo de rotura de un hueso, esto es, su resistencia a la tracción por flexión, es cuarenta veces mayor que el del hormigón. En esencia, esto significa que una pieza ósea de dos centímetros de diámetro y seis de longitud soporta una fuerza ocho veces mayor que la ejercida por el hormigón sobre la mano en un golpe de kárate, por ejemplo.
Ahora bien, un estudio publicado en 2012 en la revista Cerebral Cortex demostró lo evidente, o sea, que más vale maña que fuerza. Tras comparar los golpes realizados por un grupo de doce neófitos con los de doce expertos karatecas, un equipo de investigadores del Imperial College, de Londres, y del University College, también en la capital británica, descubrió que el secreto no se encuentra tanto en el poder muscular, sino en la capacidad de coordinar la velocidad máxima del hombro y la muñeca. Para determinar la celeridad del golpe, los científicos fijaron unos sensores infrarrojos en las extremidades de un grupo de voluntarios y grabaron sus movimientos.
Fuente: Muy Interesante